El grito santeño del 10 de
noviembre de 1821 es hito fundamental en el calendario histórico de la
nacionalidad istmeña. A nivel interno y exógeno expresa el malestar colectivo
que se vivía en Panamá a inicios del siglo XIX, luego de las luchas del
liberalismo contra la monarquía en Francia, la constitución de Cádiz de 1812,
los conflictos libertarios para emancipar las naciones latinoamericanos e incluso
las propias contradicciones en el seno de los grupos criollos.
Estamos ante un acontecimiento
complejo que aún demanda un análisis que describa en profundidad su génesis y
posterior evolución. Precisamente en el año 2021 se cumplirán dos centurias desde
que los próceres santeños acometieron la tarea de retar la estructura de poder
dominante para romper con las ataduras políticas que impedían pensar y actuar
con cabeza propia.
Luego de casi doscientos
años, la sociedad y cultura peninsular ha vivido el influjo de las
transformaciones del decimonono istmeño, la separación de Colombia, los
conflictos político-partidistas del siglo XX, el empuje y estertores del
sistema educativo, la transformación de la economía campesina y la modificación
de la cultura que heredó del período colonial.
Debo admitir que la era republicana
no siempre ha sido justa con los habitantes de tal zona peninsular y cabría
interrogarse si los principios que dieron origen al Grito Santeño, la visión de
la Ilustración francesa y el liberalismo criollo, han validado esas ideas
primigenias.
Desde otro lado del análisis,
es obligatorio cavilar si las conmemoraciones del famoso Grito han estado a la
altura de las circunstancias y si no se han quedado en una remembranza carente
de sentido patriótico, preocupada por el boato y distante de una recordación
que se traduzca en calidad de vida para quienes moran en la península y en las
diversas provincias istmeñas.
El bicentenario ha de
convertirse en ocasión propicia para acometer el análisis introspectivo,
fortalecer la investigación del evento y proyectar con fuerza el mensaje liberador
de quienes dieron lo mejor de sí para emanciparnos, no solo en el plano
político, sino del estilo da vida que limitaba el desarrollo humano.
Los próceres supieron
empoderarse ante una realidad que les castraba, los condenaba al abandono que
se enseñoreaba desde el siglo XVI, porque la región estaba atada al poder
monárquico. Lo que acaso no avizoraron tales emancipadores, era que la zona
transitista, y los grupos en ella asentados, iban a ser los herederos no solo de
la separación política, sino del control económico istmeño, excluyéndolos de las
mieles del desarrollo y de las cuotas de poder a que tenían derecho.
De lo expuesto se colige que
la conmemoración del Bicentenario del Grito Santeño no ha de quedarse
únicamente en la celebración con dianas, cohetes, desfiles, reinados y demás
expresiones de la alegría de la gente que mora en la tierra de Porras y Zárate,
Goitía y Hooper.
Luego de tanto tiempo, se
impone, además de lo planteado en el párrafo precedente, la urgente necesidad
de investigar el acontecimiento histórico en toda su profundidad, conmemorarlo
como merece y replantearnos si en verdad el ideario del Grito Santeño se ha
hecho carne o continúa siendo otra saloma libertaria que se oculta entre la hondonada
de los cerros.
…….mpr…
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