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10 noviembre 2021

CONSIDERACIONES SOBRE EL GRITO SANTEÑO

 


De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española de La Lengua, una de las acepciones de villa es la de: “Población que tiene algunos privilegios con que se distingue de las aldeas y lugares”. Disfruto la definición, porque eso fue precisamente la Villa de Los Santos, desde aquella disposición de la Audiencia de Panamá que así lo dispuso el 10 de noviembre de 1573.

Ya es sabido que en la indicada localidad se encendió la llama de la libertar, la que se propagó al resto de la nación. Sin embargo, allí no queda lo sabido, porque la historiografía istmeña ha venido analizando el acontecimiento desde los tiempos del Grito de La Villa, que publicara Ernesto de J. Nicolau, hasta los actuales aportes temáticos del doctor Alfredo Castillero Calvo, con su valiosa contribución al conocimiento de los acontecimientos de 1821.

Pero todavía así hay mucho por escudriñar, en especial sobre los nexos del grupo dominante peninsular con el poder asentado en la ciudad de Panamá, incluso dilucidando los vínculos existentes entre La Villa, Pesé, Parita, Las Tablas, Pocrí, Ocú, Natá, Santiago y Penonomé. Algunos sitios marcadamente clericales, otros más proclives al naciente liberalismo istmeño, aunque todos -como no podía de ser de otra manera- devotos en su momento de la corona de Fernando VII.

Luego de 200 años del grito independentista santeño, la pregunta continúa siendo, qué impulsó a nuestra zona de escasa población y economía periférica a declarar la independencia, si carecía de los medios para sustentarla. En 1822, por ejemplo, la Villa de Los Santos, cabecera del Cantón de Los Santos, perteneciente a la Provincia de Panamá, parte integrante del Departamento del Istmo, tenía una población que rondaba las 6 mil almas, teniendo la totalidad del cantón 18,300 personas; los que correspondían, además de los 6 mil de La Villa, a sitios poblados como Parita (2,500), Pesé (2,000), Las Tablas (3,000), Pocrí (1,200), Macaracas (1,200), Bacamonte o Las Minas (1,000), Pedasí (400) y Ocú (1,000). Según la fuente consultada del Archivo de Nacional de Colombia, en la fecha el Istmo tenía apenas 96,825 habitantes.

Claro que hay que asumir los guarismos con precaución, porque para la época los registros no son fiables, pero son reveladores de la escasez de habitantes, porque ya desde siglos previos la dispersión rural era predominante, lo que nos deja con una población urbana mucho menor. En este contexto el Grito Santeño fue un acto temerario, aunque favorecido por la existencia de cuarteles con escasez de tropas realistas que representaran una verdadera amenaza.

Indicadores como el señalado y otros que podrían valorarse, apuntan a que debieron existir otros factores, aún por investigar, que desembocaron en los sucesos acaecidos en Los Santos. Todo esto aclararía por qué el suceso histórico, frente a la ausencia de una explicación más académica, se ha visto precisado a llenar tales vacíos con interpretaciones subjetivas y una carga emocional que en no pocas ocasiones obnubila la lucidez de lo acaecido.

Otra pieza suelta del análisis viene a ser la endogamia santeña, porque los nexos matrimoniales, no solo entre los próceres, sino entre éstos y las familias hegemónicas de las actuales provincias centrales y grupos de la ciudad de Panamá. En este sentido el estudio del coronel Segundo de Villarreal, José María Correoso y Catalán, Francisco Gómez Miró y demás personajes históricos puede resultar de mucha utilidad, como ya lo anuncian algunas investigaciones recientes de Mario Molina, Manuel Moreno Arosemena, Alberto Osorio Osorio, Oscar Velarde Batista, Celestino Andrés Araúz, Alfredo Castillero Calvo, Alberto Arjona Osorio, Oscar Vargas Velarde y quien suscribe este escrito.

En efecto, el papel de José María Correoso y Catalán, cura rector del templo a San Atanasio, si así lo permitiera la fuente documental, debiera ser dilucidado; porque la postura de la Iglesia Católica, en la figura de su vicario, se compagina con posiciones similares de presbíteros de otras latitudes geográficas. El rol político con tintes libertarios de los personajes de sotana se asoma en una organización religiosa tradicionalmente vista como conservadora, cuyo aporte ha de ser aclarado.

Llama la atención al estudiar el suceso la escasa o nula presencia del pueblo llano, porque las referencias casi no existen, excepto por alusiones muy generales en el acta de independencia del 10 de noviembre de 1821; quizás porque la efeméride fue liderada por el grupo hegemónico santeño, que es el que queda plasmado en la fuente documental. Lo que podríamos llamar el pueblo solo aparece en la formación de los batallones con los que se pretendía defender el hecho consumado. Tal vez el personaje de Rufina Alfaro -leyenda o realidad- sea de las pocas figuras de estrato popular al que nos referimos, pero envuelta en una polémica sobre su existencia real. Y todavía en esta última situación, a los sectores populares se le continúa escamoteando su protagonismo.

El impacto de la ideología liberal y el análisis económico son factores por considerar, porque no queda claro, realizada la excepción de Francisco Gómez Miró, cuál era la postura real de los sublevados. Otro tanto lo representa la cuestión económica en la zona, en una región marcadamente minifundista y con un modelo de desarrollo sociocultural diferente a la ciudad de Panamá. Descubrir esos entresijos históricos daría muchas luces sobre el estudio de un acontecimiento que ha sido analizado más con el corazón, que con razón cartesiana.

Transcurridos 200 años el estudio desapasionado sobre lo que realmente aconteció en la Villa de Los Santos aún espera un examen multifactorial de lo acontecido, dilucidando las causas estructurales e incluso subjetivas de un hecho de tanta trascendencia para la nación. Y quizás lo más urgente estribe en verlo, no como un suceso aislado, sino como parte integral de las transformaciones políticas, sociales y económicas de aquellas calendas, no solo en suelo patrio, sino más allá de las fronteras nacionales.

 .......mpr...


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