La Autoridad Nacional del Ambiente (ANAM) es la regente de la cuestión ambiental en Panamá. Un organismo gubernamental que se supone tiene bajo su responsabilidad la custodia de los bienes que la Providencia nos ha regalado a los panameños. A través de los años la dependencia ha evolucionado de un simple departamento ministerial, hasta una agencia con un poco más de autoridad sobre el patrimonio que tiene que salvaguardar.
Los panameños esperábamos que esa transición institucional fuera algo más que un asunto semántico, porque nuestros gobiernos son muy dados a jugar con las denominaciones, modifican la forma, más no así el contenido. Verbigracia, como cuando dejamos de llamar “doberman” a ciertos estamentos represivos, para luego bautizarlos con el inofensivo mote de “control de multitudes”, pero igual te entran a palos.
Ya sabemos que la postura istmeña sobre la cuestión ecológica no es un asunto que atañe exclusivamente a la ANAM, por cuanto la cultura panameña se ha adherido a la concepción colonial que miraba los bosques como lugar de sabandijas y sitio en el que moraban todo tipo de “bichos”. Baste con decir “selva”, y ya acuden a la mente todas las impresiones que ese vocablo evoca. Sin embargo, esa no es excusa válida para justificar el presente y enclenque rol de la institución gubernamental.
A la ANAM le pasa lo que al resto de los organismos estatales, que terminan destinando el grueso de su presupuesto al pago de salarios, los directivos ocupan puestos coyunturales (lo que dure el gobierno de turno) y las componendas políticas terminan sofocando la independencia crítica de los funcionarios, al punto que la mayoría de las veces no osan ir más allá del ronroneo de la burocracia. Todos sabemos lo que existe detrás de casos como el relleno de la Calzada de Amador, la cinta costera, el delfinario de San Carlos, el “echapalante y echapatrá” de la Isla de Coiba, la minería depredadora y un conjunto de proyectos que tienen al ambiente nacional en el cuarto de cuidados intensivos.
Claro que la ANAM ha aportado su cuota en todos estos años, no faltaba más. Pero tales acciones no apuntan a enfrentar los problemas estructurales del desafío ambiental, sino que se quedan en la periferia de los mismos. Una que otra multa por allí, penalización que casi siempre se apela, y el panameño no termina por saber si, en efecto, el infractor desembolsó la suma que debió pagar por su desatino. Otra cosa son los campesinos e indígenas depauperados que no tienen la influencia y el poder económico del que hacen gala, por ejemplo, los monos gordos de Cerro Quema y Petaquilla.
Yo creo que la ANAM está llamada a mejores cosas, y para ello necesita zafarse del pesado fardo de la cultura del “juega vivo” gubernamental. El Estado, que somos todos los panameños, debe hacerla una institución completamente autónoma, con funciones de docencia, investigación, autogestión y poder coercitivo, entre otros atributos. Algunas de estas funciones ya le son consustanciales, pero las mismas terminan supeditadas al querer de grupos plutocráticos y políticos venales.
La regente nacional de la problemática ecológica aún esté en mora con la nación y el país ya no puede esperar más. Hay que estar ciego para no percatarse del estado de postración en que se encuentran nuestras playas, bosques, manglares, humedales y la rica fauna nacional. En especial, ahora que vivimos en un país que crece económicamente, pero que mantiene una deuda social tan grande como la pública.
Tal parece que el impacto del crecimiento económico ha sobrepasado la ya de por si escasa capacidad de respuesta de la ANAN. Ello es evidente en las serias limitaciones que posee para hacer cumplir los Estudios de Impacto Ambiental (EIA), o al “descubrir” que la empresa, que nunca los hizo, ya está desarrollado su proyecto. Sin querer (no sé si queriendo) la institución se ha convertido en una vitrina que muestra al panameño cierto grado de “preocupación” ambiental, aunque ese empeño no rebasa la pose institucional.
Ya sé que lo planteado resulta descarnado y hasta incómodo, pero debemos convencernos que la nación no puede continuar creyendo en mentiras piadosas. La ANAM necesita una verdadera y urgente reingeniería, para que cumpla su rol y reciba el reconocimiento que se merece y al que está llamada. Lo demás son “cuentos de Tío Conejo”, ambientalismo “light”.
...mpr
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