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25 julio 2024

GUARARÉ Y EL CABILDO ABIERTO DE 1949

Nada es fruto del azar y los mejores proyectos colectivos no se improvisan. En esto pienso mientras medito en la trascendencia del Festival Nacional de La Mejorana; la fiesta de la tradición istmeña por antonomasia, la cita anual con el alma de la patria, la misma festividad que en 2024 arriba a 75 años de existencia. Y a propósito del evento, los siguientes son algunos de los interrogantes que me formulo en esta coyuntura histórica: ¿Por qué tuvo que ser Guararé la sede de la actividad? ¿Qué tiene esta comunidad santeña como para que en ella se establezca el festival pionero de la cultura vernácula latinoamericana? Y otra no menos relevante, ¿hacia dónde va el festival?

En la búsqueda de tales respuestas cavilo, porque debe llamarnos la atención que el 24 de julio de 1949 las fuerzas vivas del poblado se congregaron para acometer un proyecto social de tal envergadura y, aún más, que fuera convocado en el Parque Bibiana Pérez, abierto al escrutinio comunitario, en el punto de encuentro en donde se dan cita los guarareños, tanto para interactuar socialmente, como para conmemorar fiestas de tipo paganas y religiosas.

El parque queda justo al frente del templo a la Virgen de Las Mercedes. Estamos ante la misma plaza que en los años veinte de la pasada centuria terminó evolucionando al actual Parque Bibiana Pérez, honrando el nombre y el legado de la matrona guarareña. De modo que la plaza y el parque terminan emulando al ágora griega, el famoso trazado hipodámico, damero o tablero de ajedrez, a partir del cual lo urbano se diferencia de lo rural; marcando un contraste entre la ciudad y el campo, entre el campesino propiamente tal y el que reside en el pueblo.

Que la suerte del festival se decida en un sitio así, no deja de ser sugestivo, porque para tal época ya la Escuela Juana Vernaza, no sólo se había construido, sino que poseía aposentos más acogedores para la realización de la reunión. Visto en la distancia de tres cuartos de siglo, la decisión parece certera, ya que el lugar le imprime a la cita un rostro popular y a tono con el hombre vernáculo, con el ser folk, quien es el objeto y sujeto de la festividad.

También debemos destacar en el lugar escogido, su carácter democrático, de organización abierta. Y esta faceta del surgimiento del festival, a mi juicio, planteó desde sus orígenes la idea de que la celebración es de todos y no exclusivamente de un grupo de dirigentes, los que deben ser la expresión o el conducto del querer comunitario. Hermosa metáfora que hunde sus raíces en la práctica del cabildo abierto, el viejo sistema colonial que es el antecedente democrático del poder popular.

Creo que en ello radica otro de los factores del éxito del festival, el que comienza pariendo un comité directivo y evolucionando hacia la existencia del patronato. Sí, porque el 24 de julio de 1949 no es otra fecha más del calendario, no sólo señala el arranque del Festival de La Mejorana, se constituye en hito nacional, en el momento cuando los campesinos u orejanos trascienden al hombre meramente rural, el que por siglos ha ocultado su estilo de vida, para pregonarlo y hacerlo patente al resto del país, para que la panameñidad deje de avergonzarse y se convierta en lo que debe ser, la nación istmeña, orgullosa y soberana.

Porque si en 1903 la nación se expresa políticamente, en Guararé el 24 de julio de 1949 se erige y flamea con fuerza la bandera de la cultura istmeña. Es como si en esa encrucijada histórica, de manera organizada, los panameños decidiéramos completar, en el plano cultural, lo que se realiza en lo político. Ya que, si bien en la primera mitad del siglo XX se producen movimientos políticos para recobrar la zona del país usurpada, el Panamá rural que estaba siendo integrado en lo económico, comienza a rescatar y a sentir orgullo de su propia idiosincrasia.

La cultura interiorana encuentra en Guararé el sitio para pregonar la identidad cultural que sabe a guarapo, chicha de junta, chanfaina y aromático café de la sierra del Canajagua o, también,  de la otrora fértil zona del Oria, región en donde antaño se cultivaba, además del café, el aromático tabaco oriano.

Hay que decir que la tierra de Benita Pérez y Costa Polo está hecha a la medida de lo que se quiere. Aquí el catolicismo ha afincado raíces, las albinas están cuajando la blanca sal, tiene la zona un ser que danza, canta y se arrulla al son de la mejorana, mientras a la vera del río florecen los maizales, la vaca produce la alba leche y, la mujer, heroína del campo y la ciudad, forja en valores sociales a la prole que se educa desde los tiempos de José de La Rosa Poveda y Juana Vernaza, los educadores que siembran alfabeto y cosechan liberación.

Al mismo tiempo, en la tantas veces mencionada población santeña, hay un grupo humano que ha forjado su forma de ser y mora en la sabana antropógena, la que no dista mucho de la costa peninsular. Sin embargo, en los años cuarenta muchas cosas han madurado: el violín y el novel acordeón, la mejorana de siglos, los vestidos tradicionales y un deseo de justipreciar lo nativo y abrirse a nuevos aires de renovación.

A finales del siglo XIX y principios del XX una nueva camada de guarareños se abre paso. Muchos de ellos están instruidos y creen en la organización como vía para la solución de los problemas comunitarios. Algunos son educadores e insuflan en los pechos de la juventud el deseo de realizaciones.

Entre ellos se encuentra un ciudadano que ha impartido clases en el poblado y que hace poco regresa de la vieja Europa. En la partida de nacimiento se afirma que se llama Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, cuyo natalicio conmemoramos el 22 de junio de 1899.

En la segunda década del siglo XX ya Zárate era un líder de su tiempo, presidía organizaciones comunitarias y su figura irradiaba luz propia; era admirado por sus colegas docentes y escribía en El Eco Herrerano, semanario chitreano de grata recordación.

De lo dicho se colige que Guararé cultivaba tradiciones vernáculas y encuentra en Manuel la existencia del intelectual que regresa de París, titulado de ingeniero, y era, además, catedrático de química de la Universidad de Panamá. Quiero decir con ello, que quien convoca a la reunión del 24 de julio no era un ser improvisado, hombre que ya tenía terreno abonado desde los tiempos de sus labores como maestro rural, ejecutorias como asistente del alcalde Darío Angulo y dirigente comunitario de los años veinte.

De allí que haya confianza en quienes emplazan a la población, porque además de Zárate, están otras prestantes figuras del foro guarareño. En la convocatoria del ágora municipal está otro grupo, el de raigambre campesino, el que carga sobre sus hombros las presentaciones propias de la fiesta, el mismo a quienes los folclorólogos han definido como hombre folk -como queda dicho-, sujeto nacido en el vientre de la sociedad peninsular y heredero de la cultura mestiza. Por ese motivo no debe extrañarnos que los primeros festivales reflejen mayormente la cultura tradicional peninsular, para evolucionar con el tiempo hacia otra perspectiva más nacional y multiétnica.

Desde aquel 24 de julio de 1949 han pasado tres cuartos de siglo y nunca debiéramos olvidar los humildes orígenes de la fiesta guarareña, la que contemporáneamente se percibe como piel, carne y hueso de la nación istmeña. Por eso, siendo fiel al ideario nacional, no deberíamos apartarnos de la filosofía social que estuvo en la mente de Dora, Manuel y tantos otros. Esa perspectiva cultural ha sido definida por el Patronato del Festival de La Mejorana, como la visión zaratista.

En efecto, de lo que se trata es de recoger en dicha expresión el valor de lo popular tradicional, la concepción de que la fiesta vernácula tiene que ser colectiva, evento que suma a ella un rasgo definitorio de nuestra sociedad: el catolicismo como argamasa, como aglutinante del ser nacional. Y en Guararé la efigie e ícono religioso corresponde a la Virgen de Las Mercedes.

En los orígenes la fiesta es una hechura de pueblo, aunque con posterioridad haya recibido el influjo de lo mercantil. Este es un aspecto central que aún está por debatirse, porque los años no han pasado en vano, ni los hombres son los mismos. Sin embargo, conviene siempre regresar al 24 de julio, porque allí está la propuesta prístina, transparente, como la corriente del río Guararé de aquellos tiempos; está lo medular de la visión zaratista, la teoría que permite medir en lo que hemos sido exitosos, pero también avizorar aquello de lo cual nos hemos apartado, para repensarlo y corregir el rumbo.

Ese es el mensaje profundo que nos congrega,  el que nos permite aplaudir a los que nos antecedieron y lograron construir un festival para Panamá. En tiempos de globalización urge mirarlo desde esta perspectiva, porque más que ayer, el cabildo abierto de Guararé recobra un renovado y creciente sentido. Así ha de ser, para que, en otro momento, quizás dentro de 25 años, aquellos que asuman el relevo generacional, estén, otra vez, en el Parque Bibiana Pérez repensando el Festival Nacional de La Mejorana, cuando se conmemore, por aquellas calendas, el primer centenario del más relevante cónclave de la cultura popular y vernácula del hombre panameño.

…….mpr…

18/VII/2024


2 comentarios:

  1. Gracias por este muy valioso aporte. Es prudente que la gente conozca toda la trayectoria, los actores, etc. para que valore con claridad y fundamentos esta vitrina al pasado dd nuestros pueblos.

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  2. Muy atinada la exposicion del Sr. Milciades pinzón, dado que hoy en día muchos celebran esta fiesta pero en realidad desconocen como se da.
    Sin docencia se pierde el bagaje cultural de los que nos presedieron.

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