Si el lector me interrogase sobre la historia de Guararé -villa santeña que carga sobre sus espaldas parte de la cultura popular en su versión de tradición y folklore- diría que su pasado es similar al resto de los pueblos de la península de Azuero; aunque aún esa historia esté por escribirse y algunas interpretaciones aparezcan pletóricas de nostalgias y leyendas.
En efecto, los
relatos están llenos de afirmaciones no siempre bien comprobadas por la
ciencia. Esa carencia se explica por el rol secundario del área interiorana en relación
con la zona de tránsito, con las consecuencias que ello tiene en la escasez de documentación
escrita. En consecuencia, las fuentes documentales no abundan y más bien
escasean. Y para palear tales ausencias, hay que recurrir a los archivos
parroquiales que en el área datan de la primera mitad del siglo XVIII y desde
allí poder inferir algunas tendencias que provienen de la segunda mitad del
siglo precedente, es decir, siglo XVII. Y en el caso guarareño, tardíamente, desde
1869.
Hacia el
período de inicio de la colonia únicamente aparece la íngrima referencia del
conquistador Gaspar de Espinosa, quien envía a Diego de Hurtado a construir
canoas en las proximidades del río Guararé. Allí, de paso, hay alusiones al
cacique nominado Guararí, de donde aparentemente procede el nombre de la
población. Claro que la referencia al tiba o cacique tenemos que asumirla con sumo
cuidado, porque los escribanos de la época intentaron llevar al castellano los
vocablos indígenas y no siempre eran fieles en la reproducción de los sonidos
de un idioma, como el indígena, que les resultaba extraño.
Luego de este
primer encuentro con los hispánicos no hay referencias escritas hasta el siglo
XVIII y en este aspecto estamos en deuda con la Iglesia Católica, que recoge en
los libros de bautismo, matrimonio y defunciones, la existencia de la población,
como ya queda dicho. De ello se deduce, como lo he podido comprobar, que hay
que acudir a los archivos de Pocrí, Las Tablas y Villa de Los Santos para
intentar encontrar la genealogía de los guarareños, ya que en ellos está
dispersa la poca información que podamos recabar. Lo cierto es que no estamos
claros en lo que aconteció en esos trescientos años que transcurren entre los
siglos XVI y XVIII.
Hay que dejar plasmado
que la inexistencia de registros no significa que la conquista de las sabanas, tierras,
albinas y marismas, que están al sur del río Guararé, no se produjera. Al
parecer esa fue una conquista lenta con grupos familiares asentados en las
tierras más feraces, como en el caso de ríos y quebradas, lo que explica la
vocación agropecuaria del actual distrito de Guararé.
Acontecimientos posteriores vienen a confirmar lo que planteamos. En el siglo XIX se produce la creación municipal (21 de enero de 1880) y se establecce, once años antes, la advocación a Nuestra Señora La Virgen de Las Mercedes, el 31 de julio de 1869, fecha de establecimiento de la parroquia. Tales hitos históricos demuestran la existencia de un grupo social con conciencia de tal, apunta a que esos antepasados guardaban distancia y algunos resquemores sobre los poderes establecidos en la Villa de Los Santos y Las Tablas. Dicho de otra manera, son expresiones históricas de un fenómeno cultural y político: el nacimiento del guarareñismo.
Desde entonces
el guarareñismo forma parte integral del santeñismo. La identidad se perfila en
un núcleo humano que se siente diferente y que comienza a erigir los íconos que
le son propios. Por tal razón es tan vital para Guararé el estudio del siglo
XIX, porque en esta centuria se hace posible la estructuración formal de una
conciencia que antes era larvaria y que madura en dos instituciones del
decimonono: la municipal y la parroquial. Y en ese mismo siglo -década de los
ochenta- asoma tímidamente la presencia de centros educativos de primaria, al
aparecer las escuelas de niñas y varones que regentan Juana Vernaza y José de
La Rosa Poveda, respectivamente.
En esta misma
centuria, al final del siglo XIX, nace Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, personaje
que simboliza en el plano personal el perfil del guarareño que ha de signar la
vigésima centuria. Él encarna la aspiración del hombre lúcido, del orejano
ilustrado que es capaz de abrirse camino por la vía de la ilustración.
Y en Guararé ha
acontecido lo mismo que en otras latitudes. Allí va constituyendo un núcleo
urbano que termina siendo la capital municipal; con su plaza, templo religioso
y diseño urbano de tipo hipodámico o de tablero de ajedrez que emula los existentes
en la Villa de Los Santos y Parita, los que tienen sus antecedentes en Natá de
Los Caballeros y la antigua ciudad de Panamá.
Como en otros
lugares, el poder económico, social y religioso estuvo en torno a la plaza, con
las solariegas residencias. Una de las más icónicas – y que aún se mantiene- es
la casa habitación de la familia Saavedra Espino, la que todavía se preserva
próxima al parque establecido en los años veinte del siglo pasado.
Hay que precisar
que este asunto de las familias hegemónicas no tiene en Guararé la misma
expresión que en la Villa de Los Santos y Parita, en donde el núcleo urbano
tiene un carácter rancio y acartonado, de distancia social, que distingue a la
tierra de la mítica Rufina Alfaro o la del liberal Pedro Goitía Meléndez.
Sin embargo, la
capital distrital cumple el papel de referencia para áreas más rurales. La
revisión del Libro de Bautismos, por ejemplo, confirma el arribo dominical de
campesinos que proceden de las faldas del Canajagua, lo que confirma que la
conquista del cerro también fue producto de familias guarareñas que se tomaron
esa zona para la realización de actividades agrícolas y ganaderas.
Al respecto, cuando
escribí la historia del templo guarareño, me impresionó los listados de
bautismos de párvulos que eran traídos por los familiares para recibir el agua
bautismal y comprendí que ello sólo era posible por los nexos de los habitantes
de la sierra con los radicados en el poblado, en una especie de complicidad
cultural con el lugar de donde se era oriundo.
El siglo XX es
otra cosa, es la centuria de la renovación, del cambio social y cultural. En esos
años se renueva el templo, Guararé se adhiere - el 10 de noviembre de 1903- a
la separación de Panamá de Colombia, la carretera porrista acaricia sus lares,
se construye el parque en la plaza, edifican la Escuela Juana Vernaza, créase
el Festival Nacional de La Mejorana, aparece la Cooperativa José del Carmen
Domínguez, se establece la Unidad Sanitaria, se construye el edificio de la Policía
Nacional, así como el Colegio Francisco Castillero Carrión, entre otro
múltiples acontecimientos. Sin embargo, no todo es avance porque la apertura
económica destruye la existencia de una incipiente industria. Tales los casos
de las empresas de Reyes Espino, la jabonería de Ciro Saavedra Espino (que
comercializaba el famoso Jabón Toro), así como la confección y calafateo de
barcos en la desembocadura del río Guararé.
Durante la
vigésima centuria se consolida el municipio y diversas instituciones estatales
tienen su presencia burocrática, aparte de que se nominan las calles y el
guarareño se hace más universal. Hay carencias, es cierto, pero el distrito
adquiere un perfil colectivo, asume una personalidad propia y quedan atrás las
dudas sobre la viabilidad municipal que distinguió el siglo XIX.
En el siglo XXI
algunos desafíos son producto de la centuria precedente, pero ahora existe un ayuntamiento
consolidado, que aún con limitaciones, mira el futuro con optimismo. El avance municipal
dependerá del logro de una mayor modernización administrativa; lo que implica
ejecución de tecnología, capacitación del personal, adecuada selección del
alcalde y representantes de corregimiento, la atención a temas de la cultura y la
satisfacción de las necesidades básicas de la población. En síntesis, la
planificación del desarrollo distrital.
Como
experimentamos época de profundas transformaciones, el tema cultural también debe
ser prioritario. Me refiero al fomento del guarareñismo, a ese estilo de vida
que ha definido la forma de ser de la colectividad. Deberá emprenderse ese
rescate, porque historia e identidad cultural van de la mano, para que el
guarareño siga teniendo sentido de pertenencia, ya sea que more en el distrito,
o que haya sido parte de los migrantes de décadas pasadas o recientes.
En el siglo XXI
y las centurias que han de venir, el lema de su famoso festival ha de estar
adherido a las neuronas de las nuevas generaciones. Porque, así como “La Mejorana
es para siempre”, también Guararé ha de perdurar en la conciencia y en obras de
beneficio colectivo.
…….mpr…
19/I/2024
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