Voy a referirme a la cuestión política en la península de Azuero, aunque los comentarios pue-den ser extrapolados al resto de la nación. Me refiero al tema político partidista que hace tiem-po, desde el siglo XIX, tuvo su expresión en los llamados diputados liberales y conservadores, los clásicos bandos que dividieron la nación entre los partidarios del status quo y los que re-clamaban cambios sociales. En el caso de Azuero quizás los más emblemáticos sean Pedro Goytía Meléndez y Belisario Porras Barahona, en la centuria decimonónica y la vigésima, res-pectivamente. Ambos representativos del liberalismo orejano en pugna con conservadores a-pellidados Goytía, Franco, etc.
La cultura
política nace allí, sobre una población mayoritariamente analfabeta, que mira
en los hombres de la costa los voceros del oráculo de lo que debía ser. Ese
grupo también era heredero de los dones que moraban en torno a la plaza
y que geográficamente se asentaban en pueblos añejos como la Villa de Los
Santos y la Tacita de oro: la colonial Parita.
La colonia siembra
en la mente campesina el asunto del regalo del candidato, tal y como lo hacían
los curas doctrineros con los indígenas, para llamarlos al redo de la fe
católica, con champas y otros enseres de uso diario. En la nonagésima centuria,
los políticos de antaño retoman esa práctica, religiosamente clientelista, y la
convierten en modalidad del político partidista.
El siglo XX no
hará más que profundizar la costumbre, aunque ya aparezcan las primeras
escuelas y el analfabetismo comience a menguar. Y fue así, porque la pequeña
burguesía peninsular, asentada en la costa oriental, la desarrolló para su
propio provecho, porque ella seguía siendo el poder real y logra perfeccionar
estudios en la capital de la república y en universidades extrajeras. El pueblo
ha de esperar a la segunda mitad del siglo XX para tener extensiones
universitarias y para que surjan centros de enseñanza superior en Chitré y Las
Tablas.
En efecto, luego
del Grito Santeño de 1821 todo se mantuvo igual, sólo con pequeñas modificaciones
de forma, porque el poder político continuó estando en la costa y en manos de
las mismas familias de antaño. Luego de la separación de Colombia se añaden
algunos nuevos apellidos, pero todos hegemonizados por familias de la ciudad
capital y adscritos, los nuestros, a los oligárquicos partidos políticos
asentados en la zona de tránsito.
La contienda
por el poder se caracterizó por el malsano gamonalismo o caciquismo. Me refiero
al candidato que controla una cohorte de campesinos a través del compadrazgo y
ofreciendo, al inicio del período eleccionario, una que otra regalía. En este
sentido el Representante de Corregimiento vino a exacerbar la alienación
política y establecer el control sobre la base social.
He estudiado el
período de mediados del siglo XIX al XXI y lo que constato es la existencia de
una estructura de poder de sometimiento y alienación política. Porque en
general el votante elige una oferta partidista que forma parte de la misma estructura
que le subyuga. Es decir, escogen entre los mismos verdugos que los mantienen
en la postración social; los que en los tiempos modernos se han quitado su
hipócrita careta democrática y muestran su verdadera intención: ordeñar en
provecho propio la ubre estatal, alejados de los problemas de la población.
La cultura
política nuestra es de compra de votos, ausencia de ideología, carencia de
propuestas realistas, ausencia de liderazgo ilustrado, promoción de la fiesta y
el licor, abanderados pueblerinos, aguinaldos previos a la elección y, en
general, todo aquello que coloque la emoción por encima de la razón.
Hoy día el
votante ha llegado a una triste y lamentable conclusión: el poder no es del
elector, sino del candidato y, en consecuencia, hay que sacarle algo, todo
basado en el adagio que pregona “del lobo, aunque sea un pelo” En este sentido,
una de las figuras más representativas la constituye el rol del diputado, quien
se pavonea por las zonas saludando paisanos, ejerciendo de padrino y ofreciendo
chucherías o minucias que poco tienen
que ver con su rol político. El personaje solo espera la campaña política para
comprar el voto, porque ha perfeccionado este mefistofélico y pragmático
proceder.
Y llegan las
elecciones, y ante el dilema de a quien elegir, toda esta catarata de prácticas
que tienen su génesis en la Colonia, el período de la unión a Colombia y la era
republicana, caen – sin saberlo- sobre la atribulada testa del votante. Por
eso, solicitarle que cambie de la noche a la mañana, cuando es heredero de
centurias de lo mismo, es poco más que una ilusión; buenas intenciones que se
revientan contra el muro cultural del ayer y del hoy.
Desde los
tiempos del camarico pariteño, hasta la sonrisa socarrona del señor diputado,
debemos suponer que algo ha cambiado. Pero la verdad es que los políticos
azuerenses, al igual que el resto de los interioranos, ocupan posiciones
subalternas ante el verdadero poder nacional, que mira estos parajes como zona
del folklor, carnavales y procesiones religiosas. Y a lo sumo, como un sitio en
donde le ofrecen un sancocho de gallina, adherido a una lisonja para ver lo que
cae si el compadre gana la contienda política.
Claro que de
vez en cuando surge un Pedro Goytía Meléndez o un Belisario Porras Barahona,
pero estos son casos excepcionales, seres que tienen la lucidez del volador en
fiesta pueblerina, mientras el resto celebra el esplendor, pero continúa
inmerso en el jolgorio popular, ahíto de décimas y acordeones.
De lo dicho se
colige que en mayo no habrá sorpresas, como no ha existido en tiempos pasados,
porque la oferta existente no reta a la cultura del caciquismo y la compra de
voto. Y -cómo negarlo- hemos tenido hasta retrocesos con candidatos que nunca
debieron ganar y otros que en mala hora fueron reelectos. Y al mirar el
panorama político con visión crítica, sigo preguntándome por quién votar,
aunque estoy claro que aquí, en Azuero, al votar hay que botar, deshacerse de
tantas inmundicias y alimañas de la política peninsular.
…….mpr…
7/II/2024
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