Caminar la región no es nuevo para quien escribe, para un santeño que orgulloso de su estirpe ha recorrido la Península de Cubitá. Confieso que a veces lo hago algo acongojado por lo que miro y por todo aquello que la realidad pregona en la casa de quincha y en la soledad del potrero. Entonces oteo el horizonte y a lo lejos escucho el cantar de la capisucia y admiro a los guayacanes que florecen con su luminosidad de amarillo intenso.
Hoy en día recorro la zona por otro motivo, pero en el fondo manteniendo la misma complicidad de campesino revestido de civilización. Ahora aspiro a un cargo de elección pública (precandidato a diputado), y la verdad sea dicha, casi es un estigma social el pretender serlo. Los motivos ya son conocidos. Sin embargo, el caminar brinda a quien lo hace una invaluable oportunidad. Al hacerlo miro y siento el desaliento de nuestra gente y el reproche camuflado tras la etiqueta social del “pase y siéntese”. Yo entiendo a ese paisano y le escucho con atención, porque al oírlo la catarsis es mutua y la preocupación común. Siento orgullo de lo que dice y de su lenguaje transparente, como el agua de las quebradas que antaño bajaban de los cerros cargados de vegetación, pero que ahora a duras penas fluye desde las lomas deforestadas y calcinadas por el sadismo del sol.
El santeño está hastiado de la demagogia, las promesas virtuales y los ocasionales saludos de algunos políticos nacionales. Los paisanos están demandando una nueva cultura política y miran con justificado recelo el discurso interesado y coyuntural. Tengo la impresión que votarán más por las personas que le generen confianza, que por la disciplina del partido político al que pertenecen. Me impresiona constatar que mientras algunos despistados andan prometiendo empleo y obsequiando becas, el hombre del campo piensa en proyectos colectivos. Le preocupa la escuela, el centro de salud, la carretera, el vado en la quebrada y el estado de su vivienda. Se queja de que en la Asamblea Nacional tienen a diputados que parecen momias y de que ellos no los eligieron para tener la elocuencia de la iguana.El electorado está rebasando la capacidad de gestión y la visión nacional de los políticos, porque los orejanos ya no creen en cuentos de Tío Conejo. Me alegra que hasta el hombre que mora en lo más alejado de los centros urbanos denuncie que vive en un país rico con gente pobre. La pobreza es algo que él vive y que nadie, con sonrisa y cara de niño rico, tiene que venir a demostrarle.
En nuestro país el político criollo y tradicional está jugando con candela. Debería realizar la lectura correcta del acontecer nacional, porque aquí no está en juego su puesto de elección, sino la posibilidad de fomentar nuestra propia autoestima como nación. En las actuales circunstancias otro engaño sería fatal para nuestro desarrollo, porque aún no se ha inventado la organización que reemplace al partido político como organismo de lucha por el poder, con ideología y un proyecto colectivo de desarrollo nacional.
En mi mente fluyen muchas ideas mientras recorro la región y no me llamo a engaño; en las democracias el problema de la gobernabilidad se acomete con votos y los grupos en el poder que no atiendan el clamor popular nos llevan irresponsablemente hacia el populismo; con sus líderes mesiánicos, endeudamientos económicos y promesas de baratillo.
Espero que la miopía política no llegue a tanto, porque mientras nuestro pueblo florece como el guayacán (en tierra árida y en pleno verano), algunos candidatos defienden la política del madroño: hermosa floración con un endiablado olor a carroña.
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