Enero, febrero y marzo son brisa,
sol y mar. En esta época la naturaleza canta su alegría mientras se viste de
madroños, espinos amarillos, campanillas veraneras y el amarillo intenso del
guayacán montañero. A lo lejos el Canajagua es peinado por el viento, mientras
algunas nubes blancas coronan la vieja testa milenaria. Por los caminos de
Guararé hacia la sierra, hay un rosario de pueblos, los que quedan de la
conquista de los siglos, desde que nuestros antepasados caminaron la sabana
para hacerla hacienda y cultura campesina.
No pocas son las aldehuelas que
rodean al cerro desde Las Tablas, Macaracas y Guararé. Y aún queda pendiente la
historia no escrita de tales hombres laboriosos. El archivo parroquial los
describe como los Jaén, Vargas, Iturralde, rodríguez, De León, Saavedra, Domínguez
y Velásquez, por mencionar solo unas cuantas de las familias que conquistaron
el Canajagua. Gente campesina que con el tiempo se hizo profesional,
agricultores y ganaderos, así como mujeres hermosas, diosas de los campos con
olor a margarita, mirtos y rosas.
De uno de tales vientres nació en
la provincia santeña un párvulo con deseos de explorar nuevos horizontes y
romper el enclaustramiento de la tradición. El niño frisaba los 10 años cuando
acompaña a su tía para vivir en la ciudad de Panamá. Cambia el tapón y la
perdiz por el ruido de los buses y la estridencia de los pitos de los autos. Se
va del campo, pero la congoja invade su alma infantil. En Panamá vivirá otra
vida, aunque alberga en su pecho la imagen de la perdiz de llano, la cascá en
la rama del mango, el olor a tierra mojada y maizal espigado, más el sonido
agudo del azulejo palmero. Muy adentro presiente que ha de volver, retornar a
la tierra que ama y que le hace guiños porque es parte integral del útero
social y cultural al que pertenece.
El campesino Gumercindo Domínguez
Velásquez no sabe qué le espera, ni imagina cuánto repercutirán en su vida las
calles de San Felipe y Santa Ana. En la urbe de los años cincuenta y sesenta
del siglo XX construirá sobre su coraza silvestre el brillo de la ciudad que
duerme a la orilla del canal. Trabaja, estudia, lee y crece. Hace de todo,
realiza los oficios más disímiles, porque el trabajo en honra y no estigma; herencia
aprendida en La Pasera, junto a los padres que también hacen honor al
santeñismo que abre surcos de desarrollo y de dignidad nacional.
Época dura la que le tocó y país
convulso en el que asesinan generales, persiguen el disenso, con estudiantes
que se inmolan en las riberas del canal. Nada será igual para él, para el
santeño que mira en San Miguelito el reducto en que moran los que emigran a la
capital. Sin embargo, ahora ejerce el periodismo radial y escrito y publica en
los diarios de la ciudad de Panamá. Observa al mundo de otra manera y es capaz
de ver más allá de las apariencias. En el fondo comprende las razones sociales
que explican el mundo que le tocó vivir. Por eso radicaliza su pensamiento y se
convierte en defensor de la justicia social y de la democracia. Le espera una
amarga experiencia con los militares populistas que se toman el poder y someten
al país en la negra noche de la antidemocracia. Paga con la cárcel la osadía de
tener sueños, de amar el país y de desear mejores días para los suyos.
Y un buen día, regresa a su
tierra hasta que pace la negra noche del militarismo. Una vez superado el escollo
social retorna a lo suyo, a lo que en realidad ama, ejercer como periodista. En
la capital tableña crea su revista radial en Ondas del Canajagua y Radio
Mensabé. La rica experiencia adquirida da frutos y Hoy con el pueblo se
convierte en programa dominical de credibilidad, que sabe alternar con Radio
Mensabé informa y Comenta. Desde entonces las revistas radiales de
comentarios no volvieron a ser iguales en Los Santos, porque ante el micrófono
está un individuo de profundas convicciones éticas que se gana el respeto de la
audiencia peninsular y nacional. Sí, la del panameño ya entrado en años que se
vuelve crítico, pero que en el fondo sigue teniendo el alma del niño que se creció
en La Pasera y que un día partió con la tía a la capital de la república.
Luego de más de treinta años de
hacer radio en la península y con más de siete décadas en su espalda fallece el
3 de febrero de 2021. Muere Gumercindo luego de concluir el programa matutino;
transita del micrófono al hospital y del nosocomio a la casa de descanso eterno,
para que se cumpla lo que siempre aspiró, despedirse, dar el postrer adiós
desde la cabina de una emisora de radio.
Yo no voy hablar aquí del legado
de Gume, porque es evidente que su vida no fue en vano, ni sus afanes el
humo que deshace el viento. Yace aquí un santeño cuya pasión fue ser
periodista, a su estilo y manera: serio, sobrio, directo y sin temores. Un
proyecto de vida que rebasa el propio periodismo que fue para él un medio y no
un fin en sí mismo, herramienta para la información y la liberación, para el
profesional y para el campesino, para la mujer intelectual y ama de casa.
Desde este lugar de los adioses y
a una distancia no muy lejana, se yergue el Canajagua y sobre su cúspide la
antena radial de Gumercindo Domínguez Velásquez mira en lontananza. Está allí
en pleno corazón de la provincia, enclavada sobre la tierra que es ícono del
santeñismo, pletórica de historia y cultura peninsular. En esta hora quiero
pensar que, en su soledad, junto a este viento de febrero que despide a
Gumercindo, ella mira y saluda al amigo ausente. Al aliado que a lo mejor
desearía verlo inhumado a la sombra de su térrea base.
A esta hora se cumple lo que el
destino manda, la transición entre la carne perecedera y el alma que divaga
sobre el espacio sideral. Porque ha llegado el tiempo de comprender las
lecciones terrenales de un hombre como Gumercindo, sencillo, jovial y seguro de
su trayectoria de vida. Como santeño descuella el compromiso con los suyos, con
nuestra identidad cultural; como panameño, honra la defensa de la patria
mancillada, los derechos del hombre y la calidad de vida.
Debemos comprender que morir es
otra forma de vivir, de mudar de ropa y mostrar a los amigos el tesoro de la
vida, que no fenece, sino que se transforma, que se hace flor silvestre,
recuerdo de los senderos por los que se transitó con olor a carate recién
cortado. Por esos caminos de la vida peregrinó Gumersindo, el amigo, el
periodista y el patriota de la tierra de Belisario, Manuel, Sergio, Zoraida,
Bibiana y Rufina.
Vive tu jardín de paz, Gumercindo,
renace en los virulíes y lanza tu saloma silente entre los cerros, descansa del
ajetreo matinal para que otros también puedan decir que hoy están con el pueblo
en cada poro de su mundo existencial. Percátate que no araste en el mar, Gume, descansa
Gume, descansa, ya cumpliste con los tuyos y con la patria.
En las faldas de cerro El Barco, Villa
de Los Santos, a 5 de febrero de 2021.
Muyexplicito su homenaje al luchador por las causas y las inquietudes de pueblo y solo pueblo santeño.
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