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13 octubre 2008

CHITREANIDAD

La oportunidad que nos brinda la conmemoración del 150 aniversario de la creación del Distrito de Chitré, genera la ocasión propicia para acometer nuevas empresas. Lo más corriente sería, sin duda, el abocarnos a una típica celebración azuerense. Me refiero a esa despreocupada disposición anímica del orejano a reducir toda actividad a reinados, jarana, murgas, seco barato y eventos dirigidos a los sentidos. Lejos estoy aquí de contentarme con emprender tan efímera labor.
En el marco de una fecha tan relevante, intentaré, al contrario, meditar sobre el significado profundo que implica la chitreanidad, es decir, el caracterizar la postura que como pueblo le ha correspondido a Chitré. En este punto lo primero que aflora es el percatarnos que estamos ante una comunidad relativamente joven, si la comparamos, por ejemplo, con Parita o la Villa de Los Santos, poblaciones éstas que hace escasas décadas ejercían la hegemonía sobre los pueblos de Azuero. Este rasgo histórico es importante para comprender a lo chitreano. Quiero decir que la chitreanidad tiene como rasgo distintivo un cierto gusto por la modernidad. Hay en el herrerano que nace en la capital provincial un espíritu abierto, un ser social que se nutre del contacto con otras culturas y aportes tecnológicos; apertura anímica que debe mucho al papel que las minorías étnicas han desempeñado en el conglomerado humano de Azuero. En este punto, osaría decir que el hombre que vive en Chitré ha sabido responder al espíritu de los nuevos tiempos; al contrario de lo acontecido en otras comunidades que se han anclado en el ayer y experimentan la monotonía de una ruralidad asfixiante. Ese dicho tan arraigado en el poblado, de que “en Chitré nadie es forastero”, no es un mero comodín con fines turísticos, resume la idiosincrasia de un pueblo de vida joven e historia balbuciente.
Una mirada retrospectiva hacia el reciente ayer de Chitré, nos hace comprender que sus principales héroes colectivos difícilmente trascienden el decimonono ístmico y, sin embargo, estamos ante un pueblo que ha sabido inspirarse en raíces sociológicas que apuntan hacia centurias precedentes. Sin demeritar a otros sectores sociales, pienso que lo rico de la chitreanidad radica en las expresiones de su ascendencia popular y en modo alguno en la existencia de una incipiente burguesía pueblerina. Al parecer, lo chitreano, lo popular chitreano, expresa una rebeldía de estamentos sociales alejados de la cúspide social. Tengo la impresión que esas expresiones tienen su génesis temprana en el haber tomado distancia de los escleróticos modelos sociales de la Villa y Parita. Es decir, pareciera que lo chitreano tiene mucho de una expresión arrabalera que tempranamente se alejó de los típicos factores del poder peninsular. Es decir, del control de la Iglesia y del reinado de la vacas sobre la antropógena sabana regional.
Esa disposición que antecede a la creación del municipio, explica ciertas conductas del chitreano típico. Está en el dejo peculiar del hombre que habita en la ribera de “la otra banda del río”, como bien ilustró en su momento el historiador Alberto “Beto” Arjona. Se expresa en una conducta social violatoria de la etiqueta social y en expresiones lingüística para las que no existen distancias sociales (“...y quién te creei, hej”). Quizás el hecho explique la popular tendencia a colocar apodos en el pueblo, no importa de qué estrato social proceda la “víctima”.
Lo chitreano se nutre de San Juan y de las cabalgatas en la fiesta del Patrono. Es el grito de “Ay Juan, ay Juan”. Chitré es la Calle del Pescao y el recuerdo del padre Melitón Martín y Villalta. Son las dos torres de la iglesia que como índices teológicos señalan al pueblo “el temor de Dios”. Es el espíritu de Cheo que a golpes de badajo despierta a los incrédulos feligreses. Y el parque Unión y la Playa El Agallito. Como chitreana es la música de Bolívar Rodríguez y “el tanque del acueducto”, así como aquello de “ir a la huerta de los Burgo a comer miel con el deo”.
Durante el siglo XX el chitrenano supo abrirse y tomar partido de las innovaciones. Lo que hoy está por verse es cómo reaccionará como cuerpo social ante los alienantes tiempos modernos. Nos luce que la población tiene, estructuralmente hablando, los fundamentos para asumir con éxito ese nuevo desafío. De todas formas no deja de inquietarnos cómo logrará preservar Chitré el espíritu de lo chitreano entre las nuevas generaciones. Quiero decir que hasta ahora Chitré ha logrado ser un pueblo con cierto aire democrático; porque incluso la creciente clase media, no reniega de su habla de chitreano y se aleja de los símbolos de estatus que se aprecian y observan en otras latitudes. Sin duda las diversas instituciones de enseñanza deberán jugar un papel decisivo al respecto.
Un punto que no debe quedar suelto en el intento de definir la chitreanidad, corresponde a la tendencia de este hombre a enfrentar los problemas con un espíritu de cuerpo social. Porque el ser chitreano, la chitreanidad, se distingue por hacer de un tema un punto de debate colectivo. Y, en esto, mucho debemos al papel protagónico de los medios de comunicación de masas. Porque si antes fue el influjo del periódico El Eco Herrerano, hoy el papel le ha correspondido a la radio. El debate en los programas de comentarios radiales (numerosos para una población relativamente pequeña) ha forjado a un chitreano abierto a la polémica y la denuncia social. Allí se discute de todo, desde una pelea hogareña, pasando por la crítica a la autoridad provincial, hasta temas de verdadera proyección nacional.
Otro rasgo que podemos indicar como muy propio del chitreano, radica en su pasión deportiva por el béisbol. En este campo nuestro ente social no perdona un desliz a su novena, exige de ella que preserve su vocación por ganar el campeonato. Nada apasiona tanto al chitreano como poder brindarles un recibimiento de héroe a sus deportistas. Y durante los juegos llena el estadio y recurre a todas las artimañas posibles para que su agrupación logre la cima; desde las interpretaciones centradas en una racionalidad cartesiana, hasta el poder mágico de una supuesta bruja de Monagrillo.
Esto de ser chitreano tiene su encanto. Porque estamos ante una sociedad que aún vive a plenitud la gloria transitoria de morar entre la modernidad y la ruralidad. “Aún se puede vivir en Chitré”, se escucha decir a diario. Y ese “vivir” no es otra cosa que el encanto de lo urbano y la apacibilidad de la ruralidad. Por allí tiene su origen la tan proverbial hospitalidad chitreana; con una etiqueta social informal y, por ello, tan impregnada de calor hogareño.
Lo chitreano es una forma de ser, un estilo de vida, pero también lo constituyen las expresiones materiales de la cultura. Porque nadie pone en duda, que para el hombre nacido en la capital provincial de la más pequeña de las provincias ístmicas, su ser social se materializa en entes palpables y visibles. Pongo por caso la expresión arquitectónica más notable del pueblo: la Iglesia Catedral. Crece éste hombre en torno a los aleros de la misma y recibe sus aguas bautismales en ella, aparte de que allí le aplicarán sus últimos sacramentos y quizás en ese mismo edificio sacro contrajo matrimonio. Luego, siente que la iglesia forma parte de él y es una parte inseparable del pueblo. Otro tanto podríamos decir del Parque Unión, el museo, la Escuela Tomás Herrera o el edificio que albergó a la antigua Librería El Progreso.
En Chitré estamos ante un pueblo para el que la carreta y el puerto fueron puntales importantes para su desarrollo. Una parte consustancial de su progreso se lo debe a la labor de los boyeros que en sus carretas mercadearon algo más que enseres de consumo doméstico; ellos fueron los portadores de una racionalidad que se alejaba de la economía campesina y que en corto tiempo tuvo su relevo generacional en la chiva gallinera, pasando por Chitreana de Aviación, hasta llegar a los actuales buses que le vinculan a la capital de la república y a otros puntos geográficos del país.
En fin, existen otros rasgos de lo chitreano, de la chitreanidad; pero lo que en el futuro sea el hombre que mora en la capital provincial herrerana, no dependerá tan sólo de factores exógenos, sino de su capacidad como pueblo para asumir respuestas institucionales, así como de la disposición colectiva de conservar su identidad cultural. Todo ello para que el hombre de Chitré, que hoy saluda al nuevo milenio, desde su ciento cincuenta años de vida distrital, puede arribar a otra centuria conservando lo más incólume posible los rasgos que le distinguen. Porque, ¿quién dijo que la modernidad tiene que ser necesariamente la negación de nuestras raíces ?.

* Publicado inicialmente en ÁGORA Y TOTUMA Año 7, # 116, 15/V/1998

1 comentario:

  1. me encanto el articulo...a los chitreanos que no tenemos la dicha de vivir en nuestro pueblo nos llena de dicha leer articulos como este...

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