1. La
avioneta en la cultura peninsular. El recuerdo trae a la memoria el sonido
de la avioneta. Entre las copas de los árboles atisbo al aparato que baja de
las alturas para posarse, un poco después, en la pista que está situada frente
al cementerio de Guararé. A un costado de la misma, una caseta hace las veces
de zona para pasajeros y lugar de resguardo para el novedoso medio de
transporte.
Hay magia en todo este espectáculo, que hacia
mediados del Siglo XX, permite que el Transporte Aéreo Santeño (TAS) y el Servicio
Aéreo Canajagua Azul (SACA) viajen a los
lugares más alejados de la montaña y la costa occidental de la península de
Azuero. Todo ello es comprensible, el avance ganadero que desde el Siglo XVI se ha enseñoreado en la zona, bordea ahora las
goteras del pueblo de Macaracas, mientras que hacia la austral Pedasí el
desmonte consume la selva pletórica de vida silvestre. En cambio, en Las Minas
de Herrera el monte aún es dueño de la cordillera que los investigadores del
Smitsonian Institute ya han estudiado veinte años atrás, hacia los años
cuarenta de la vigésima centuria.
A mediados del Siglo XX Tonosí apenas es un puntito
de civilización que custodia una montaña
que se mantiene casi intacta, pero que todavía es propiedad de la Tonosí Fruit
Company, la bananera que en los años veinte se ha instalado en el ubérrimo
valle,
La región está a punto de cambiar, porque las
carreteras harán de las suyas y las avionetas retrocederán ante el avance de
los autos Ford. Tiempos de fotutos, chivas gallineras, camionetas, colas de
pato, olor a gasolina y comandos comprados en remate en la antigua Zona del
Canal. Así fue, porque la carretera de Porras también se llevó consigo a los
barcos veleros e inició una incorporación socioeconómica que permitió que la
chicha de resbaladera fuera reemplazada por la Royal Crown Cola. En la lista,
heridas de muerte están las pequeñas industrias: herrerías, tejales y otras
actividades de tipo artesanal.
En síntesis, a la cultura tradicional santeña le
resulta difícil sobrevivir en un mundo cuya racionalidad es otra. Por eso surgen
los eventos folclóricos, como el Festival Nacional de La Mejorana, el Festival
de La Pollera y El Manito. Digno ejemplo de la nueva era es el acordeón, cuyo
encanto subyuga a los orejanos que terminan por dejar casi en el olvido al
aristocrático violín.
En efecto, de alguna manera esas avionetas fueron
como mensajeros alados de los dioses. Una especie de Ícaro santeño al que el mismo
desarrollo también le derritió las alas. Eso es lo que explica la existencia,
relativamente corta, de los sistemas de aviación santeños, con dos a tres
décadas de duración, no más. Sin embargo, en el imaginario popular el rol de la
avioneta ha estado ligado a leyendas, chacotería y a toda una cultura popular
que, cuarenta años después, subsiste con un de dejo de melancolía, nostalgia o
congoja del alma.
2. Los Sarasqueta.
Durante la primera mitad de los años treinta del Siglo XX el picapedrero golpea
la roca que ha de construir la Escuela Juana Vernaza. Lo hace con la maestría
que aprendiera en España, su tierra natal. Cientos de personas transportan el pétreo
material de un sitio conocido como Vizcaya. El lugar se ubica bordeando las viejas
colinas que quedan a la entrada de la Ciudad de Las Tablas y que en las laderas
de las suaves colinas se asienta la Universidad de Panamá. Debemos saber que el
ingeniero vasco Pedro Sarasqueta Ugarte
no sólo fue responsable de la construcción del centro escolar en la
tierra de Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, sino del viejo y desaparecido
Hospital de la Ciudad de Las Tablas, el Gerardino De León. En nuestra tierra,
el vasco de ideas anarquistas, se casó con doña Dominga Castillero Díaz,
oriunda de la población guarareña de El Espinal.
En este momento nace la historia de una familia que
ha dejado huellas en los senderos nacionales. La que misma que, unida a los
Melo, marcará para siempre la industria nacional y que, además, nos ha dejado
hermosas joyas literarias. En este instante recuerdo a Acracia Sarasqueta de
Smith con sus novelas El Señor Don Cosme (1955), El Guerrero (1962), Valentín Corrales, el panameño (1966) y Una
dama de primera (1979). En fin, lo que pretendo indicar con todas estas vueltas
al tema, es que hay una indudable vena literaria en los Sarasqueta, a la que
hay que sumar la carga genética de los Castillero, familia cuya sensibilidad es,
a todas luces, manifiesta.
3. Germinal
Sarasqueta Oller. De lo dicho no ha de extrañar que el descendiente de tal
progenie le obsequie a la inteligencia de los panameños este sancocho literario
que don Germinal Sarasqueta Oller ha titulado de “DE LA CARRETA A LA AVIONETA.
Historia de la aviación interiorana. Una épica panameña”. Y digo sancocho
porque estas cosas hay que saborearlas, degustarlas, como hacemos con el
popular y querido ejemplo de la gastronomía campesina.
Siempre he sostenido que un libro no se disfruta a
plenitud si el lector no conoce algo del autor y calibra la autoridad que éste
tiene para hablar sobre el tema. En este sentido Sarasqueta Oller tiene la
solvencia profesional para ello. Ha sido el primer piloto panameño en obtener
una maestría en aeronáutica, en los Estados Unidos de Norteamérica, aunque
también estudió en Brasil y Francia. Sobre él podemos decir que es técnico en
fuselaje y motores, así como ingeniero de vuelo e investigador de accidentes
aéreos. A nivel docente ha creado el primer curso de pilotos comerciales
universitarios y diplomados de aviación en Panamá, así como una larga lista de
ejecutorias.
Ha publicado siete libros de aviación sobre
diversos temas y ocupado posiciones destacadas en el ramo. Así Gerente del
Aeropuerto de Tocumen, Director de Seguridad Aérea, Director de la Escuela de
Aeronáutica Civil, Subdirector de Aeronáutica Civil, entre otras. En fin, Germinal Sarasqueta Oller ha dedicado
más de cuarenta (40) años a la industria aeronáutica nacional e internacional.
4. El libro
y su mensaje. Debo decir que el texto está precedido del prólogo que
debemos a la pluma del profesor Oscar Velarde Batista, una de las glorias del
ensayo santeño, docente que ha sentado cátedra en el estudio histórico de la
Ciudad de Las Tablas.
Sobre el texto hay mucho que decir, aunque las
limitaciones del tiempo me obligan a ser parco. Comenzaré señalando que lo disfruté
a plenitud, no sólo por lo ameno del texto, sino por la profusión de
información, las oportunas e históricas fotografías y por la seriedad con la
que el investigador acomete su labor. Se nota
que Sarasqueta disfruta, le dedica tiempo y ama lo que hace, porque, en efecto, no se debieran
publicar libros cual si se tratase de cosechar y exhibir mangos en el mes de
mayo.
La monografía hace justicia a mucha gente en el
país: aviadores, mecánicos, empresarios y a todo aquél que estuvo ligado a la
saga de la aviación interiorana. Y cual si se tratara de un sobrevuelo sobre la
nación istmeña, el lector podrá aterrizar en Chiriquí para conocer a los
zapadores de la aviación de esos lares. Luego podrá levantar vuelo y visitar,
con la misma finalidad, a Veraguas, Coclé, Herrera y el sur de la Península de
Azuero.
El libro impacta, no sólo por lo que describe, sino
por lo que sugiera; me refiero a esos temas que asoman su faz entre párrafo y
párrafo, fotografía y fotografía, relato y relato. En lo particular disfruto
los libros que abordan el alma de la gente, ese mundo del sentimiento que
muchas veces soterramos, como si el amor no fuera una necesidad humana y no
tuviéramos derecho a sentir que algo hermoso se despierta en nuestro pecho.
HISTORIA DE LA AVIACIÓN INTERIORANA es un texto
para leerlo como un homenaje a la gente, para recobrar la esperanza y
fortalecer nuestra autoestima como pueblo. Y como somos animales territoriales,
aunque usemos smartphone y tabletas,
seguramente el lector de cada provincia disfrutará la sección que le atañe. Por
eso los santeños y herreranos disfrutaremos el capítulo concerniente a la
historia de la aviación al sur de la Península de Azuero. Al hacerlo valoraremos
en mayor grado la intrepidez de nuestros paisanos que en los años cuarenta,
cincuenta y sesenta supieron vivir su época. Ellos comprendieron que no necesariamente
tenemos que vivir parasitariamente del emprendimiento de otros, sino desde
nuestra propia visión de mundo, en alianza con el aporte de otras latitudes.
Qué duda cabe que aquellas avionetas se
constituyeron en la quimera de muchos, en un sueño que convirtieron en carne y
hueso de la cultura y la economía regional. El vuelo del pájaro mecánico sobre
nuestros campos siempre tuvo a niños campesinos que miraban los cielos y que,
ya en tierra, se acercaban temerosos al aparato. Y sin decirlo, aquellos
párvulos soñaban con otros mundos, porque muchas veces la maestra también se
apeaba del ave de hierro y hojalata. Porque si la educadora era un ejemplo de
vida, la avioneta ponía alas a la imaginación del futuro ciudadano.
Hay que celebrar este aporte bibliográfico, pero no
con murgas, seco y voladores, sino con la conciencia de quien valora la
inteligencia que calza cutarra. Pienso en esos jóvenes a quienes esta historia
les parecerá caída del cielo, porque nunca tuvieron la oportunidad de leer
sobre ellos mismos y sobre su gente. Los mismos que podrían leer con avidez
sobre los intrépidos zapadores de la aviación interiorana que pagaron con su
vida el viejo sueño de volar como pájaro, remontar la cumbre del Canajagua y
mirar la península acostada sobre la mar océano. Tan valerosos como esos otros
que con anterioridad fallecen por tener otro sueño, el de navegar sobre las
tranquilas aguas del Océano Pacífico.
Hermosa la metáfora que sugiere el libro de
Sarasqueta. Recordemos que los santeños de antaño auscultaban los cielos para
ubicar en la carpa celeste a los “Ojitos de Santa Lucía”, “Las Cabritas”, “La
osa mayor y menor” o al matinal “Lucero del Sur”. Aprendamos de nuestros
antepasados, porque, luego del susto de ver volar la primera avioneta, se
acercaron a ésta, la palparon y en vez de negarla, hicieron de ella una empresa
interiorana.
Leamos el texto con la vieja visión de patria campesina, admiremos a los
zapadores de la aviación interiorana, agradezcámosle a don Germinal Sarasqueta
Oller la reconstrucción y rescate de esa historia, pero sobre todo hagamos la
lectura correcta del mensaje trascendente que se abre, como flor silvestre,
cuando aterrizamos, como la avioneta, en la última página del libro.
..….mpr..
11 de septiembre de 2014
Campus de la Universidad de Panamá en la Provincia
de Los Santos.
Buenas Tardes.
ResponderEliminar-Estoy interesada en leer el libro, donde podría conseguirlo? ya que estoy haciendo mi investigación de tesis de grado de la licenciatura en Arquitectura y mi tema es acerca del Diseño de un Aeropuerto para la Península de Azuero.
Agredeceria mucho la ayuda.