De los libros que abordan
científicamente la problemática del amor, un sitial especial merece El Arte de Amar. En este texto, Erich
Fromm -exponente del psicoanálisis de la Escuela de Frankfurt-, resume sus
apreciaciones sobre la temática que nos ocupa. Fromm señala que el amor es un
arte y que como tal el mismo requiere ser aprendido. Nadie nace amando, dice,
el amor se aprende.
Una perspectiva analítica como
la indicada nos ayuda a comprender que el acto sexual es una dimensión
importante del amor y que este último no se agota en el primero. El amor no se
reduce a la mera relación física de la pareja, sino que involucra la
realización integral del ser humano. Hay más, el hombre ama cuando establece
una relación armoniosa con su entorno natural y social. Por ello, una
satisfactoria relación sexual no necesariamente corrobora que el individuo
tiene una perspectiva correcta de la socialización sexual.
El estudio de la sexualidad no
se circunscribe al análisis de la biología y conducta individual, sino que se
extiende a la comprensión del marco sociocultural. Conductas que pueden ser
sexualmente satisfactorias para un grupo humano, pueden no gozar de
reconocimiento en otra cultura.
Partiendo de las anteriores
premisas teóricas, podemos intentar aproximarnos al tema destacando algunos
rasgos que tipifican la conducta colectiva ante el amor y el sexo en el
azuerense; aunque sin olvidar lo provisional que resultan nuestras apreciaciones.
En primer lugar, parece
evidente que existe entre los orejanos un conocimiento meramente intuitivo y de
sentido común sobre el tópico. La discusión seria y madura sobre el sexo no
abunda en nuestra cultura. Cuando se aborda el tema se hace de manera indirecta
y a través de chistes o bromas. Por ejemplo, entre nosotros los genitales
tienen las más inesperadas denominaciones. Estas van desde términos como
"tornillito", la "paloma", la "cosita" y el
"tontón" hasta expresiones grotescas como la "tajona". No
faltan por allí salas de bailes en donde los servicios sanitarios de los
hombres lucen como emblema un bate de béisbol y el de las damas una manilla de
ese popular juego. La analogía es evidente y no amerita comentario.
Con respecto a las expresiones
de amor, en nuestro medio las mismas han sido en exceso estereotipadas. Creemos
que los hombres deben tener un carácter fuerte y que corresponde a las mujeres
asumir una conducta de tipo sumisa ("Los hombres no deben llorar",
"Lloras como mujer", decimos). Al hombre le parece de mal gusto que
la dama asuma iniciativas de tipo sexual, porque se supone que esa conducta
forma parte del papel sexual del varón. En nuestra sociedad tradicional las
féminas que así lo hacen corren el riesgo de que el varón lo interprete como un
típico proceder de una moza con exceso de experiencia. En el plano de las
relaciones sexuales se asume que las mujeres son menos propensas a derivar
satisfacción del acto sexual y que, en consecuencia, es "natural"
que el hombre acumule experiencias desde edades tempranas.
En Azuero llama la atención el
papel casi nulo que en el aprendizaje sexual desempeñan la familia y los
centros educativos. El hombre y la mujer nuestra reciben una educación sexual
informal. Por ello, se ha hecho común que nuestros niños no logren percibir en
su núcleo familiar la naturalidad de las expresiones de amor entre la pareja;
de hecho los padres sienten vergüenza en exteriorizar algunas caricias frente
a sus vástagos. En consecuencia, los conocimientos sexuales que se adquieren
son producto de los amiguitos del barrio y de la escuela, de las conclusiones
que deriva de un chiste de doble sentido, así como de las prácticas sexuales
que observa entre los animales del medio.
Sobre la socialización sexual
en nuestra área geográfica, también debemos registrar el siguiente hecho. El
aporte de las instituciones religiosas no ha sido el mejor. La expresión de que
el cuerpo es un templo corrupto, que el espíritu prevalece sobre la carne, ha
sido interpretada erróneamente. Este idealismo de corte popular ha hecho mucho
daño y amerita ser colocado en su verdadero contexto. El cuerpo no es una
entelequia, las expresiones de la carne no pueden ser borradas de un plumazo.
Derivar satisfacción del "barro" de que fuimos hecho, es una hermosa
experiencia que no tiene que avergonzarnos. Lo sismo podemos decir del
matrimonio. Si una pareja ya no se ama, entonces, el mejor acto de amor es
proceder a separarse. Ningún matrimonio puede lograr los fines para los que fue
creado siendo forzado a convivir por un supuesto lazo indisoluble. Sobre el sexo y el amor nuestra sociedad
posee una cultura del silencio. Entre nosotros las primeras experiencias
sexuales revistan un carácter furtivo. Como muchas conductas sexuales se hacen
a escondidas, las consecuencias la sufren los adolescentes. Al inicio de su
madurez sexual el joven se ve compelido a acudir a prácticas sexuales con
gallinas, terneras, yeguas y otros animales. Más adelante su vida sexual
continúa en los prostíbulos del área, con lo que se incrementa el riesgo de
contraer enfermedades de transmisión sexual. De allí al hedonismo
desenfrenado no hay más que un paso.
También debemos añadir que en
nuestros días los medios de comuunicación - especialmente la televisión-,
presentan una visión sensiblera y distorsionada del rol sexual del hombre y la
mujer. La aspiración femenina es llegar a ser "reina" de algo. El
ideal de belleza que se ofrece a la juventud es materialista y trivial. La
mujer se presenta como una muñequita muy bien vestida, pero incapaz de sostener
una converzación medianamente inteligente. El papel del varón, por su parte,
se centra en el hombre atlético, consumidor de bebidas embriagantes y
permanentemente asediado por Evas de caminar y mirada provocativa.
Así llega nuestro joven al matrimonio
con una visión novelesca de lo que éste representa. Al poco tiempo la
institución matrimonial hace crisis, porque la pareja creyó que el vivir en
conjunto es una experiencia similar a lo que ellos vieron en las telenovelas de
las siete de la noche. Ella concibió a su galán regalándole rosas rojas en su
cumpleaños y él idealizó a su gran amor quitándole los calcetines cuando
llegaba cansado de su trabajo. Nada más alejado de la realidad. Así como el
amor no es una "pose", tampoco es una mercancía.
En la región el amor necesita
que colaboremos con él. No abundan los sitios de encuentros. Jóvenes y viejos
enmohecemos encerrados en nuestras casas. Nuestros parques son poco
estimulantes; mucho concreto y pocos árboles y flores hay en ellos. Los ríos van
al mar y los balnearios no abundan. Las asociaciones cívicas intentan
convertirse en lugares de encuentro, pero algunas de ellas terminan por
institucionalizar la fiesta para disponer de algunos fondos. Hasta ahora nadie
ha logrado superar la capacidad de convocatoria del acordeón y la discoteca.
¡ Qué lástima !.
Rescatar el amor de las
garras del individualismo y del mercantilismo no es una tarea fácil en nuestro
medio. Comprender que el amor también es un proyecto colectivo de vida nos
haría mucho más libres. Olvidamos que hasta la naturaleza nos da a diario
lecciones de amor y sexo. Llueve y la tierra es fecundada por el acuoso semen
de las nubes. Las mariposas revolotean entre las flores y entre sus patas
llevan el polen que ha de fecundarse y cuajar en sabroso fruto. Todo es natural
en la obra del Altísimo.
Algo debemos hacer para revertir el sentido
de la socialización sexual en Azuero. Quizás comenzar por detenernos e
interrogarnos sobre qué estamos haciendo y hacia dónde conducimos a una de las
expresiones más hermosas del ser humano: el amor y el sexo. ........mpr...
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