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08 octubre 2014

AMOR Y SEXO

                        
De los libros que abordan científicamente la problemática del amor, un sitial especial merece El Arte de Amar. En este texto, Erich Fromm -exponente del psicoanálisis de la Escuela de Frank­furt-, resume sus apreciaciones sobre la temática que nos ocupa. Fromm señala que el amor es un arte y que como tal el mismo requiere ser aprendido. Nadie nace amando, dice, el amor se aprende.
 Una perspectiva analítica como la indicada nos ayuda a comprender que el acto sexual es una dimensión importante del amor y que este último no se agota en el primero. El amor no se reduce a la mera relación física de la pareja, sino que involucra la realización integral del ser humano. Hay más, el hombre ama cuando establece una relación armoniosa con su entorno natural y social. Por ello, una satisfactoria relación sexual no necesariamente corrobora que el individuo tiene una perspectiva correcta de la sociali­zación sexual.
El estudio de la sexualidad no se circunscribe al análisis de la biología y conducta individual, sino que se extiende a la compren­sión del marco sociocultu­ral. Conductas que pueden ser sexual­men­te satisfactorias para un grupo humano, pueden no gozar de reconocimiento en otra cultura.
Partiendo de las anteriores premisas teóricas, podemos intentar aproximarnos al tema destacando algunos rasgos que tipifican la conducta colectiva ante el amor y el sexo en el azuerense; aunque sin olvidar lo provisional que resultan nuestras aprecia­ciones.
En primer lugar, parece evidente que existe entre los orejanos un conocimiento meramente intuitivo y de sentido común sobre el tópico. La discusión seria y madura sobre el sexo no abunda en nuestra cultura. Cuando se aborda el tema se hace de manera indirecta y a través de chistes o bromas. Por ejemplo, entre nosotros los genita­les tienen las más inesperadas denominaciones. Estas van desde términos como "tornillito", la "paloma", la "cosita" y el "tontón" hasta expre­sio­nes grotescas como la "tajona". No faltan por allí salas de bailes en donde los servicios sanitarios de los hombres lucen como emblema un bate de béisbol y el de las damas una manilla de ese popular juego. La analogía es evidente y no amerita comentario.
Con respecto a las expresiones de amor, en nuestro medio las mismas han sido en exceso estereotipadas. Creemos que los hombres deben tener un carácter fuerte y que corresponde a las mujeres asumir una conducta de tipo sumisa ("Los hombres no deben llorar", "Lloras como mujer", decimos). Al hombre le parece de mal gusto que la dama asuma iniciativas de tipo sexual, porque se supone que esa conducta forma parte del papel sexual del varón. En nuestra sociedad tradicional las féminas que así lo hacen corren el riesgo de que el varón lo interprete como un típico proceder de una moza con exceso de experien­cia. En el plano de las relaciones sexuales se asume que las mujeres son menos propensas a derivar satisfacción del acto sexual y que, en conse­cuencia, es "natural" que el hombre acumule experien­cias desde edades tempranas.    
En Azuero llama la atención el papel casi nulo que en el aprendizaje sexual desempeñan la familia y los centros educativos. El hombre y la mujer nuestra reciben una educación sexual informal. Por ello, se ha hecho común que nuestros niños no logren percibir en su núcleo familiar la naturalidad de las expresiones de amor entre la pareja; de hecho los padres sienten vergüenza en exteriorizar algunas caricias frente a sus vástagos. En conse­cuencia, los conocimientos sexuales que se adquieren son producto de los amiguitos del barrio y de la escuela, de las conclusiones que deriva de un chiste de doble sentido, así como de las prácticas sexuales que observa entre los animales del medio.
Sobre la socialización sexual en nuestra área geográfica, también debemos registrar el siguiente hecho. El aporte de las instituciones religiosas no ha sido el mejor. La expresión de que el cuerpo es un templo corrupto, que el espíritu prevalece sobre la carne, ha sido interpretada erróneamen­te. Este idealismo de corte popular ha hecho mucho daño y amerita ser colocado en su verdadero contexto. El cuerpo no es una entelequia, las expresiones de la carne no pueden ser borradas de un plumazo. Derivar satisfac­ción del "barro" de que fuimos hecho, es una hermosa experiencia que no tiene que avergon­zarnos. Lo sismo podemos decir del matrimonio. Si una pareja ya no se ama, entonces, el mejor acto de amor es proceder a separarse. Ningún matrimonio puede lograr los fines para los que fue creado siendo forzado a convivir por un supuesto lazo indisolu­ble.  Sobre el sexo y el amor nuestra sociedad posee una cultura del silencio. Entre nosotros las primeras experiencias sexuales revistan un carácter furtivo. Como muchas conductas sexuales se hacen a escondi­das, las consecuencias la sufren los adolescen­tes. Al inicio de su madurez sexual el joven se ve compelido a acudir a prácticas sexuales con gallinas, terneras, yeguas y otros animales. Más adelante su vida sexual continúa en los prostíbulos del área, con lo que se incrementa el riesgo de contraer enfermeda­des de transmi­sión sexual. De allí al hedonismo desenfrenado no hay más que un paso.
También debemos añadir que en nuestros días los medios de comuunicación - especialmente la televisión-, presentan una visión sensiblera y distorsionada del rol sexual del hombre y la mujer. La aspiración femenina es llegar a ser "reina" de algo. El ideal de belleza que se ofrece a la juventud es materialista y trivial. La mujer se presenta como una muñequita muy bien vestida, pero incapaz de sostener una converza­ción medianamente inteligente. El papel del varón, por su parte, se centra en el hombre atlético, consumidor de bebidas embriagantes y permanentemente asediado por Evas de caminar y mirada provocativa.
Así llega nuestro joven al matrimonio con una visión novelesca de lo que éste representa. Al poco tiempo la institución matrimonial hace crisis, porque la pareja creyó que el vivir en conjunto es una experiencia similar a lo que ellos vieron en las telenovelas de las siete de la noche. Ella concibió a su galán regalándole rosas rojas en su cumpleaños y él idealizó a su gran amor quitándole los calce­tines cuando llegaba cansado de su trabajo. Nada más alejado de la realidad. Así como el amor no es una "pose", tampoco es una mercancía.
En la región el amor necesita que colaboremos con él. No abundan los sitios de encuentros. Jóvenes y viejos enmohecemos encerrados en nuestras casas. Nuestros parques son poco estimulantes; mucho concreto y pocos árboles y flores hay en ellos. Los ríos van al mar y los balnearios no abundan. Las asociaciones cívicas intentan convertirse en lugares de encuentro, pero algunas de ellas terminan por institucionalizar la fiesta para disponer de algunos fondos. Hasta ahora nadie ha logrado superar la capacidad de convocatoria del acordeón y la discoteca.
¡ Qué lástima !.
Rescatar el amor de las garras del individualismo y del mercantilismo no es una tarea fácil en nuestro medio. Comprender que el amor también es un proyecto colectivo de vida nos haría mucho más libres. Olvidamos que hasta la naturaleza nos da a diario lecciones de amor y sexo. Llueve y la tierra es fecundada por el acuoso semen de las nubes. Las mariposas revolotean entre las flores y entre sus patas llevan el polen que ha de fecundarse y cuajar en sabroso fruto. Todo es natural en la obra del Altísimo.
Algo debemos hacer para revertir el sentido de la socialización sexual en Azuero. Quizás comenzar por detenernos e interrogarnos sobre qué estamos haciendo y hacia dónde conducimos a una de las expresiones más hermosas del ser humano: el amor y el sexo.   

........mpr...                       

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