Los
recientes sucesos acaecidos en las provincias de Herrera y Los Santos hacen de
obligatorio cumplimiento el reflexionar sobre la génesis de los mismos. En
principio podemos asumir un análisis superficial y emotivo, quedándonos en los
consabidos lamentos, pero esa postura escapa a nuestro objetivo.
En
verdad la problemática azuereña no es nueva, lo novedoso radica en la virulencia
con la que se ha expresado en las últimas décadas. Sin embargo, las causas de
la cuestión no radican sólo en los individuos, son más estructurales y guardan relación con las
transformaciones peninsulares de los últimos tiempos. En efecto, la
incorporación provincial a los esquemas de desarrollo nacional se acelera desde
mediados del Siglo XX y adquiere sus cuotas más altas en los últimos
veinticinco años. Advirtamos que tales cambios han carecido de planificación
científica, de modo que los agentes sociales regionales han tenido que
improvisar dentro de una sociedad que ha carecido de la definición de un modelo
de desarrollo.
Desde
entonces la zona ha vivido un deterioro constante que ha estimulado la
depredación en el plano ambiental y cultural. El modelo socioeconómico vigente se
ha visto sometido a un deterioro, necesario en algunos aspectos, pero carente
de visión y misión trascendente. Esta situación ya la anunciaban los crecientes
flujos migratorios de la pasada centuria.
Nada
ejemplifica mejor lo que planteamos que lo acontecido con el sector
agropecuario. Dejados a su propia suerte, agricultores y ganaderos terminaron
respondiendo al mercado transitista, pero al costo de reducir la capa boscosa a
un insignificante 6% del territorio. Todo lo demás fue talado, mientras el ganado
bovino doblaba la población existente, los manglares eran destruidos (para
construir granjas camaroneras) y la minería mostraba sus colmillos depredadores
desde los predios tonosieaños. Además, se han deteriorado las fuentes de
suministro de agua, las altas temperaturas hacen de las suyas y las secuelas del
calentamiento global son evidentes.
La
tierra, un bien que antaño era colectivo, ha disparado su valor al ser sujeto a
las apetencias del turismo y la cuestión inmobiliaria. Mientras tanto se reduce
el área de cultivo y los centros comerciales (mall) hacen guiños al hombre de
la ciudad y del campo, quien aspira a
consumir bienes que no necesariamente están al alcance de su bolsillo.
Situaciones como las descritas han creado una confusión entre desarrollo y
crecimiento, siendo el segundo confundido con el primero y olvidando que la verdadera
medida del desarrollo radica en la calidad de vida.
En
una sociedad centrada en los vaivenes del mercado y dejada a su propia suerte,
la cultura sufre la mercantilización de
la misma. Lo que antaño fue una región orgullosa de su estirpe, experimenta la
destrucción no solo de sus valores sociales, sino de sus principales rasgos e
íconos culturales. La comercialización de los
carnavales, bailes de acordeones, adulteración de conjuntos folclóricos
y demás expresiones culturales, ha creado una mezcolanza social difícil de
contener, ya que algunos medios de comunicación también fomentan el hedonismo,
el consumo de licores y la parranda pueblerina como símbolo de prestigio.
Como
consecuencia de lo planteado, los que más sufren son los sectores juveniles que
se ven forzados a vivir dentro de un sistema social cuya prioridad no radica en
la socialización y la integración social. En consecuencia, se está creando un
ser que no valora la ética del trabajo y que vive de símbolos sociales
intrascendentes. Como acontece en el resto del país -porque lo que describimos
es una epidemia nacional-, no pocos habitantes del Canajagua y El Tijeras
terminan por vivir la vida fácil, emular patrones culturales exógenos y ceder
ante la tentación de una riqueza fácil y rápida.
De
lo dicho se colige que se imponen correctivos que no pueden reducirse a meras campañas
coyunturales. A grandes males, grandes remedios. Lo que sí hace falta es la
decisión política para el cambio; la conciencia clara, tanto gubernamental como
comunitaria, de que no podemos continuar empujando a la población hacia el
despeñadero.
Estoy
convencido que las fortalezas regionales, que aquí no hemos expuesto, pueden
ser utilizadas como herramientas hacia una planificación que tenga al hombre
como objeto y sujeto del desarrollo. El Estado está en la obligación de
implementar correctivos, pero el ciudadano tiene el deber ético de ser parte de
las soluciones.
.......mpr...
Milciades. Saludos. Ahora que estamos haciendo unos trabajos por Azuero, puedo palpar muchas situaciones que están afectando la región desde la visión socioambiental. Te escribe Amelia Landau.
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