La
minería es más que una actividad económica cuyo objetivo se centra en la
extracción de minerales. Las implicaciones de su puesta en valor abarcan una
variedad de consecuencias socioculturales que no deben pasar desapercibidas,
porque repercuten en la zona geográfica en la que se desarrolla el proyecto e
incluso se extiende más allá de las regiones bajo su influjo.
El
caso de Cerro Quema en la provincia de Los Santos es un vivo ejemplo de la
relación minería, cultura y sociedad. La región viene aquejada, desde mediados
del Siglo XX, de un grave problema poblacional que se manifiesta en un flujo
migratorio que no cesa de sangrar su crecimiento poblacional, al mismo tiempo
que incrementa los índices de senilidad. A ello hay que sumarle una
deforestación que comprende el 94% del territorio, dejando un escuálido 6% de
bosques.
En
el fondo la región padece problemas estructurales acrecentados por la ausencia
de planificación, mientras se fomentan los vínculos con la zona de tránsito y
se estimula el crecimiento desordenado de pueblos y ciudades. Históricamente la
zona ha dependido de las actividades agropecuarias, pero en la vigésima
centuria esa relación ha crecido en desmedro de las actividades agrícolas, debido
a una ganadería de tipo extensiva que ha estimulado la potrerización regional.
Así se ha constituido una estructura agraria de expulsión y migración cuyo
destino es la provincia de Panamá y zonas selváticas del Darién.
Desde
el período precolombino la población se ha concentrado en el área costera de la
sección oriental de la península, lo que deja a la zona occidental de “montaña”
con guarismos poblacionales que son menores. Sin embargo, actualmente existe
una relación estrecha entre ambos segmentos poblacionales que interactúan en el
plano económico, social, político y cultural, aunque con una evidente hegemonía
de intereses residentes en la costa peninsular.
En
el plano cultural la zona ha sido el reservorio de la identidad nacional, ya
que ha servido de modelo a imitar y emblema de la panameñidad. Este rol se vio
favorecido por las emigraciones que llevaron algo más que personas a otras
provincias, siendo el soporte cultural de una incipiente nación que echó mano
de las manifestaciones folclóricas para anteponerlas a la apabullante
penetración cultural del Siglo XIX y XX. No obstante, ese papel social no
siempre ha sido provechoso para la región azuerense, ya que en los últimos
tiempos la comercialización del folclor ha conducido a un fenómeno social de
adulteración de del mismo y de creciente alienación cultural.
En
un contexto como el arriba descrito arriba a la Península de Azuero el proyecto
de minería de Cerro Quema, que a la fecha comprende una porción de terreno que
se aproxima a las 15 mil hectáreas, constituyéndose en el mayor latifundio de
los últimos 500 años. Esta situación es tanto más llamativa si pensamos que la
estructura agraria regional se caracteriza por el desarrollo del minifundio,
parvifundio o pequeña propiedad.
Podría
decirse que la actividad minera viene a constituirse en una especie del enclave
en la zona del Macizo del Canajagua. De salida su presencia ha promovido el
desplazamiento de campesinos del área de Tonosí y Macaracas, los que se vieron
precisados a vender las tierras y emigrar a la costa peninsular o a otros
lugares nacionales. En efecto, el modelo empresarial minero rompe con las
actividades tradicionales; lo cual no fuera perjudicial, si no tuviera
implicaciones en el plano ambiental, así como en la apropiación de un recurso
que pertenece al hombre azuerense, quien no resulta beneficiado del empeño
destructivo del promontorio santeño.
La
actividad laboral minera es extraña al hombre de la región y éste no cuenta con
la experiencia para laborar en este tipo de empresa. En consecuencia, el empleo
que se ofrece no puede ser asumido por la mano de obra calificada, lo que le
obliga a desempeñar funciones mineras menos remuneradas y de mayor riesgo
laboral.
Ya
ha sido plenamente demostrado que este tipo de actividad genera un desbalance
social en la zona bajo su influjo. Así, por ejemplo, en 1997, cuando se produce
el primer intento de explotación minera, la zona registró un incremento de
microempresas ligadas a la fiesta y el consumo de bebidas embriagantes. Hecho
que resultaba más notorio los fines de semana, cuando se producía la paga de
los trabajadores. Fenómenos como el alcoholismo, prostitución, violencia
familiar, son indicadores del deterioro de la cuestión social, es decir, de las
relaciones humanas.
En
efecto, la cuestión social y cultural siempre ha sido un tópico subvalorado a
la hora de medir el impacto de la minería. Generalmente se analizan los
aspectos económicos, en cuanto generación de empleo y aporte al Estado, pero
muy poco las secuelas socioculturales, las que al final se reflejan en el
deterioro de la calidad de vida del hombre que mora en la península azuereña.
Las
aristas de la actividad también se expresan en aspectos políticos y de lucha
por el poder. Al ser la empresa poseedora de una mayor cuota de poder económico
y de vínculos con las estructuras de poder nacionales, es notorio el influjo
sobre la burocracia regional y nacional, la que en no pocos casos termina
asumiendo una actitud complaciente a los requerimientos de la empresa minera,
entre otros motivos porque concibe como posible fuente de financiamiento
político-partidista.
En
este sentido las llamadas “regalías” mineras se constituyen en un factor de
acallamiento de la estructura política provincial, en la medida que le permite
a diputados, alcaldes y representantes, ofrecer a su clientela política una
solución a corto plazo. Tales son los casos de “ayudas” a centros escolares,
“apoyo” a organizaciones de representantes, financiamiento a campañas
políticas, “estímulo” al deporte, etc. Estas “regalías” tienen, como vemos, un
efecto negativo en la autodeterminación de los pueblos y en la capacidad de
organización de las propias comunidades.
En
este punto conviene destacar el incremento de los conflictos sociales, ya que
la empresa estimula las divisiones comunitarias, las que conducen a la creación
de grupos a favor y en contra de la minería. Se produce así un conflicto,
incluso intrafamiliar, entre quienes son partidarios (porque laboran en la
empresa o se benefician de ella) y aquellos que adversan tales proyectos.
Nos
encontramos con comunidades fraccionadas que son presa fácil de intereses
externos a ellas. La situación se vuelve más conflictiva cuando la represión
policial intenta acallar las voces de disenso popular, las que actúan en
defensa del ambiente y los intereses del grupo humano.
Si
bien la minería no es la única responsable de los problemas arriba indicados,
sí es un factor que contribuye a eclosionar los niveles de patología social a
los que hacemos alusión. Las comunidades rurales, con un estilo de vida
tradicional, terminan erosionadas como grupo, existe incluso la pérdida de
identidad que puede conducirlas hacia fenómenos de anomia y alienación
sociocultural.
La pérdida de la tierra, ahora bajo la égida de
la empresa minera, es un elemento que ha de tenerse en cuenta, porque la
posesión de la misma forma parte de la cosmovisión campesina. Representa no
sólo la pérdida de un bien material, sino el soporte de su identidad personal y
comunitaria. Dicho de otra manera, hay un trauma social que está ligado a su
mundo de actividad agrícola y ganadera. Es decir, de la noche a la mañana un
campesino se convierte en obrero asalariado.
Los aspectos atinentes a la salud comunitaria
también deben ser ponderados, ya que al tratarse de minas a cielo abierto se
producen problemas de polución ambiental, exposición prolongada a químicos y
elementos tóxicos. A propósito, la región no cuenta con suficientes
especialistas laborales, así como médicos con experiencia para el tratamiento
de obreros mineros.
Vista la situación desde un punto de vista
sociológico, el desarrollo del proyecto minero no retribuye a la zona los
beneficios que pregona. Desde un enfoque de costo beneficio son mayores las
amenazas que las oportunidades de desarrollo sociocultural. En especial porque
en la coyuntura que vive la península hay dos variables que deben ser
fortalecidas, la de tipo ambiental y la de índole cultural. En Azuero la
minería es una actividad que antes que contribuir al desarrollo regional,
acrecienta los males que ya padece.
....mapr......
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