Entre
los muchos aspectos que la modernidad ha convertido en mero recuerdo se
encuentran las palmas que antaño distinguían a los templos de la peninsular
región azuerense. En efecto, ya son pocos los poblados que presentan, próximo a
las portadas de los edificios religiosos, la figura enhiesta de las palmeras.
Los
testimonios fotográficos demuestran que los templos más coloniales, como el de
San Atanasio, en la Villa de Los Santos y el de la ciudad de Las Tablas, lucían
alguna variedad de arecáceas. Incluso poblados más recientes como Guararé, al inicio del siglo XX, mostraban las cimbreantes
y elegantes palmeras del templo a la virgen de Las Mercedes, aunque ya para el
año 1948 habían desaparecido.
En
los tiempos actuales el ejemplo más notorio continúa siendo el de la Villa de
Los Santos, donde aún podemos observarlas a la entrada del templo. Y esa tradición
ha de ser valorada, porque está enraizada en la historia de la Civilización Occidental,
incluso desde la época de la Mesopotamia y del milenario Egipto, de donde
procede.
Desde
aquellas calendas las palmeras fueron emblema de fertilidad, eternidad y de la
presencia de la divinidad. Quizás esa valoración también esté asociada a la
existencia del oasis, con el agua, fuente de la vida, en lugares en donde se
apreciaba en la distancia la figura del tronco leñoso con grandes hojas, como
faro botánico para el sediento caminante.
El
agua y la palmera, la mancuerna de la inmortalidad, que por la vía de los
españoles y la religión católica llegó a nuestras tierras y formó parte de
nuestra identidad. Influencia cultural y religiosa que aún subsiste en la
Semana Santa cuando se distribuyen las pencas benditas, remanente histórico de
la relevancia que experimentó desde hace milenios. Por eso su fruto continúa
siendo una hermosa metáfora de la sed de espiritualidad y humanismo del hombre
contemporáneo y bien haríamos, cuando el caso lo permita, en volver a plantar
las palmeras en las proximidades del templo y los poblados, porque ellas no son
simplemente un asunto de ornato, sino de profunda religiosidad.
……mpr…
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