En la carretera
Belisario Porras, en el tramo comprendido entre Guararé y Las Tablas, en el
lugar que antaño se conocía como El Estacón, aún queda la Cruz de Valle, que
otros llaman Cruz de Lino. Más adelante también estuvo otro sitio al que los
lugareños llamaban Cruz de Chayo, ya casi inexistente y que dio paso a un
residencial que queda contiguo a la sede santeña de la Universidad de Panamá.
Muchos topónimos
han desaparecido o han mudado de nombre, como en el caso de Vizcaya, en esta
misma zona a la que me refiero. Tales designaciones desempeñaron un rol
orientador a la hora de ubicar la residencia de un paisano o simplemente dar
cuenta de la proximidad del lugar que buscábamos: “Ombe, un poquito más allá de
la Cruz de Chayo”, “Claro, próximo a Vizcaya”.
El punto es que estas
cruces, además de las funciones a las que nos referimos, son reminiscencias de
las ermitas del período colonial, las que dieron origen a poblados santeños
como Las Tablas y Pocrí, así como Pesé en la provincia de Herrera.
Los pequeños
templos sirvieron como expresión piadosa y recordatorio de la muerte de algún
cristiano, ya que no era extraño encontrar ofrendas consistentes en velas y
moños de algún niño. En efecto, la presencia de exvotos a veces iba más allá de
su papel original y hasta sirvieron como lugares sacros para conmemorar la Cruz
de Mayo, evento del tercer día del quinto mes del año.
En torno a esas cruces surgieron múltiples leyendas, porque eran lugares que la gente reverenciaba y se detenía ante ellos, no sin antes persignarse o musitar una oración religiosa. Esto acontece con la Cruz de Valle, porque por allí hay una vieja leyenda que afirma, como si fuera una verdad inamovible, que la capillita fue construida por un español que habitó la zona. Cuenta la narración que este súbdito de la Madre Patria rogó a Dios que le favoreciera con la lotería, como en efecto pasó. Pues bien, cumplió su promesa y eso explica que la pequeña edificación se haya erigido en donde se encuentra, próxima a la entrada de La Guaca de Guararé.
Con el tiempo la
estructura original fue reemplazada por otra de bloques, la que también tiene
sus días contados, ya que en sus proximidades se construye una estación de
gasolina. Con razón al pasar la he visto maltrecha y olvidada, como todos los
frutos de la cultura campesina de antaño. Sin embargo, en esta cruz, como en
otras, también se tejen leyendas, relatos que surgen de algún suceso o
personaje. En nuestro caso ubicado en la primera mitad del siglo XX.
Sé de buena fuente
que durante aquellas calendas vivió en la ciudad de Las Tablas un español de
apellido Valle -de nombre Clodovaldo- que para más señas era el dueño de la
Imprenta Barcelona, quien casó con una dama de El Potrero, actual Bella Vista
de Guararé, llamada Aura María Díaz Osorio, la que vivía con su hermana Rosenda,
justo al lado de la residencia familiar de quien escribe, más precisamente,
detrás de la cancha comunal. Allí residía con Lérida y Majita, niñas entonces. En
la misma casa habitación también moraba, Oscar Antonio Cuervo Díaz (*29/IV/1914)
-padre de las niñas-, hijo del enlace en primeras nupcias entre doña Aura María
y Lorenzo Cuervo Pérez (1912).
No lo podemos
afirmar de manera categórica, pero es probable que se trate del personaje del
relato, quien era conocido como Valle, el español de personalidad recia y de
múltiples fábulas costumbristas. Sobre el origen del otro sujeto, Lino, no
existen referencias, por lo que no me arriesgo a plantear alguna hipótesis,
aunque algo debió existir, como para que esté en boca del pueblo.
Lo cierto es que
tales cruces están desapareciendo, acosadas por la era moderna y los
antivalores que corroen hasta la médula de la sociedad. Los seres de corazón de
piedra ripostarán que aquello es inevitable y que no se puede vivir de
añoranzas pueblerinas. A lo mejor tengan razón, aunque estoy convencido que gran
parte del vacío existencial de nuestros días, es consecuencia de la
desvalorización de nuestra cultura, proceder que está creando seres vacíos, enclenques,
para quienes la cruz en el camino es solo eso, dos maderos entrecruzados. Y son
precisamente tales analfabetas disfuncionales -a veces con títulos
universitarios- los que sostienen la sociedad de la alienación; y no les
importa con La Cruz de Valle, para ellos vulgar representación de campesinos
nostálgicos, manutos u orejanos.
Milcíades
Pinzón Rodríguez.
En
las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 9 de febrero de 2022.
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