Como ya sabemos, los pueblos y los
accidentes geográficos tienen nombres y la disciplina que los estudia se llama
toponimia, de allí que se hable de topónimos para referirnos a los mismos.
El caso peninsular no escapa a ello.
Y como no podía ser de otra forma, recoge la presencia de la cultura hispánica,
indígena y del negro colonial. Sin duda fue Belisario Porras Barahona -qué
casualidad- quien primero pone en negrita su preocupación por temas lingüísticos
regionales. Lo vemos en su ensayo El Orejano con sus comentarios sobre el
castellano peninsular y el habla campesina.
En el análisis de la temática los
archivos parroquiales son de gran ayuda, porque en ellos los curas escriben los
nombres de pueblos y accidentes geográficos. Revisando el archivo guarareño,
por ejemplo, me encuentro con denominaciones, con topónimos, algunos de los
cuales pasaron a mejor vida y con otros que aún se mantienen.
Así, el presbítero anota que el niño
bautizado proviene de Canajagua, Berbesí, El Chumajal, El Potrero, El Paso del
Morito, La Guaca, La Enea, Cucula, El Zape, Perales, El Montero, El Jobo, El
Rodeo, El Galapaguero, Los Botoncillos, Llano Abajo, Las Lagunitas, El Nanzal,
Llano Largo, Peña Rodá, Quebrada El Espino, La Pita, Nalú, El Pueblo (Guararé
cabecera), El Espinal, La Peña, Quebrada Grande, La Calzada, Tierras Blancas,
Las Lajitas, El Girón, Los Calabacitos, El Hato, La Loma, Ciénagalarga, El
Lagartillo, La Albina Grande, Guararé Arriba, Las Tetillas, El Caracucho, etc.
Un punto interesante en este tópico
se refiere a la denominación de los árboles. Existe uno que conocemos como
espavé, cuyo nombre proviene de las esposas de los tibas o caciques, que así se
denominaban a las concubinas, en plural, porque no eran pocas. No menos llamativo
resulta el origen del sitio llamado Mogollón; porque mogollones eran los negros
que huían a los montes y que eran vueltos a capturar. A propósito de este
término, en España hace alusión a gran cantidad de algo (” Te quiero un
mogollón”), aunque también significa jaleo, bulla u holgazán. Luego, se
comprende por qué Mogollón está en el Canajagua, sitio que durante el período
colonial era inaccesible y lleno de selvas. Y, en verdad, la pieza homónima es
un verdadero alboroto musical.
En el extremo sur de la península está punta Morro de Puerco, tal vez porque emule la faz del chancho, en especial si se le divisa desde un barco fondeado en la mar océano. Y los hay hasta sugestivos, como en Chupá Arriba y Chupá Abajo. Están los que recuerdan la profusión de vacunos, El Hato; la abundancia de rocas, Llano de Piedra; El Hueco de La Yegua, el sitio en donde murió el animal; El Sesteadero, lugar en donde sestean las vacas y Juana Prieta, tal vez porque en el sitio moró alguna negra colonial. Así como cerro La Teta, el actual Santo Domingo de Las Tablas o El Quemao, el San José tableño.
Hay topónimos y topónimos, para todos
los gustos y de las más diversas modalidades: rurales, selváticos, urbanos y
hasta incómodos. Por eso afirmo que la toponimia nuestra es hermosa y la
disfruto al recorrer la región y leer sobre el terreno el abanico de vocablos
que son el registro del encuentro y la fusión cultural. El Picacho, Berbesí, Llano
Arriba, El Ejido, Guararé, Mensabé, Ocú, Chitré, Parita, Guararé de Los Espino,
entre otros. Ellos son como el eco sonoro del pasado, la historia compendiada
en un nombre, la expresión viviente del ayer.
¡Qué más le puedo decir!, que gozo un
“mogollón” todo esto, ni más ni menos, porque esa toponimia habla de lo que
somos y cambiarla es un acto cuasi sacrílego, un atentado a nuestra
identidad cultural y una prueba fehaciente de la creatividad de nuestra gente.
…….mpr…
25/V/2022.
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