La presencia asiática
en las provincias de Herrera y Los Santos, y más específicamente china, es de
vieja data. Se remonta a mediados del siglo XIX cuando se construye el
ferrocarril transístmico, luego se incrementa con el intento de construcción de
canal francés y, más adelante, con el canal interoceánico que hicieron posible
los estadounidenses.
Los
descendientes de Confucio forman parte del flujo de migrantes que incluyeron,
también, a italianos, alemanes, españoles y otras nacionalidades. Sin embargo,
vale aclarar que esa presencia nunca fue masiva, y al poco tiempo terminó por
ser asimilada a la cultura peninsular.
Desde el punto
de vista económico, durante aquellas calendas la actividad comercial china se
centraba en la existencia de tiendas de abarrotes. Por este motivo lo “chino”
aparecía como algo externo a la cultura nativa, como una rareza, como exotismo
propio del antiguo Catay. Y, además, porque en esta primera oleada los
asiáticos vestían y eran físicamente diferentes, aparte de tener habla, pronunciación
peculiar y escaso dominio del español.
No es casual
que a lo largo del siglo XX la literatura regional, particularmente en las
novelas, aparezcan relatos sobre chinos. Igual acontece con chistes y dichos
populares en los que se recoge el influjo de la indicada cultura; porque hasta
en la música interpretada con acordeones hay referencia a personajes del grupo
asiático. Por este motivo en los pueblos azuerenses se habla de “la tienda del
chino…”, para diferenciarla de las otras, que eran mayoritariamente propias del
hombre nacido en la zona.
La historia de
la presencia china en la región peninsular puede ser clasificada en dos
momentos; el que ya hemos esbozados en breves y salteadas pincelas, que comprende
la segunda mitad del siglo XIX y se extiende hasta la vigésima centuria. La
segunda oleada es más reciente y prácticamente se inicia con el siglo XXI. Esta
es otra modalidad, caracterizada por la presencia masiva de asiáticos en todos
los pueblos de la península de Azuero. A diferencia de la anterior, parece
responder a una planificación por parte de algún ente foráneo cuyos propósitos rebasan
el evento comercial propiamente dicho.
Nos percatamos
que, además de ser masiva, cuenta con financiamiento, porque de otra manera no
se explica la expansión de centros comerciales, que ya no corresponden solo a
la típica tienda de abarrotes, sino que involucra a estaciones de gasolina, restaurantes,
ferreterías, venta de repuestos, construcción y hasta actividades agrícolas y
ganaderas.
En poco tiempo
el influjo comercial chino se está apoderando de la economía de la región, a
tal grado que el comerciante nativo no puede competir con el hegemónico control
asiático. Sin caer en visiones xenófobas o de índice discriminativo -porque no
faltará la mente desprevenida que quiera ver en estas notas tal propósito e
intención- la verdad es que el tema necesita ser abordado de manera científica,
porque los hechos constatados van más allá del tópico comercial e implican
transformaciones en la cuestión social y cultural, así como en la propia
composición étnica y estructura de poder del hombre que mora en el Canajagua.
Podría
argumentarse que la inversión asiática representa una inyección económica a la
maltrecha economía peninsular y hasta plantearse la generación de empleo, pero
este no es el punto central del fenómeno, sino el desplazamiento de aquellos
paisanos que por medio milenio construyeron la zona y que ahora, ante la
ausencia de una política estatal al respecto, han quedado a la merced de la
voracidad del capital y miran desde la barrera a otros grupos humanos que se apoderan
de la plaza.
En tiempos de
globalización tal parece ser la secuela de abrir los mercados bajo el argumento
de la competitividad y la atracción de capital foráneo -porque no negamos que tal
apertura tiene que darse en la época contemporánea- pero no al extremo de
desproteger a la gente que mora más allá del puente de Las Américas.
Lo que estamos
viendo en la región de Azuero ha sobrepasado los límites de la tolerancia y se
constituye en un abuso por parte del grupo humano al que la región ha abierto los
brazos, porque se puede ser hospitalario, pero no al extremo de entregar la
casa al visitante, quedar convertido en cliente y renunciar al derecho a ser
empresario o a trazar su propio destino.
.......mpr...
14/VIII/2023
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