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28 septiembre 2012

EL CENTENARIO DE DORA PÉREZ DE ZÁRATE


Prof. Dora Pérez de Zárate
El Festival Nacional de La Mejorana siempre ha sido un evento que congrega a las mejores expresiones de la cultura popular, porque el acontecimiento posee una proyección que rebasa los estrechos límites del distrito guarareño y la provincia santeña. Y en ese andar ha tenido que enfrentar diversas limitaciones, desde las estrecheces económicas hasta la incomprensión de quienes lo sueñan invariable en el tiempo y lugar, como si la festividad no fuera un ente sujeto a los cambios sociales y culturales de la era moderna.
Sin embargo, lo que siempre ha de ser reprochable es echar al olvido a quienes fueron zapadores de una empresa de tamaña magnitud. Por eso motivo me ha resultado inquietante el percatarme del silencio nacional ante el centenario del natalicio de Doña Dora Pérez de Zárate, esa multifacética mujer istmeña que regaló parta de su vida a un proyecto -el Festival-, que luego de más de medio siglo de existencia continúa incidiendo y reclamando una postura en torno a la defensa de la identidad nacional.
Debo decir que  tuve la dicha de conocer a la Profesora Dora y conversar con ella en múltiples ocasiones. Mis evocaciones más lejanas la perciben como una mujer blanca, de mediana estatura y de andar pausado. Sé que nació en la Ciudad de Panamá el 9 de marzo de 1912 y falleció en esta misma ciudad el 29 de marzo de 2001, a la edad de 89 años.
Todos podríamos decir que en algún momento, vivos o muertos, también llegaremos a nuestro centenario. Pero acontece que la investigadora que nos ocupa fue una mujer paradigmática; como consorte del Dr. Manuel Fernando Zárate forjó una alianza matrimonial que marcó la historia patria del Siglo XX. A su favor añado que fue maestra, profesora de español,  ensayista, catedrática universitaria, poetiza y una permanente enamorada de la cultura raizal del panameño. Su aporte se torna más valioso si la comprendemos en su entorno sociocultural -hacia mediados de la pasada centuria-, cuando la preocupación por los temas vernáculos no eran la tónica en nuestro país y, más aún, los mismos eran vistos como preocupaciones de “manutos”, “patirrajaos” o de orejanos incultos que habitaban la sabana antropógena interiorana o residían dispersos en la serranía.
De la pluma de la orejana istmeña he leído muchas cosas. Recuerdo: Parábolas (1947), La décima y la copla en Panamá (Coautora,1953),  Añojal (1979), Lolita Montero (1980), Vestidos masculinos en el folklore panameño (1980), La saga panameña: Un tema inquietante (1986), La música típica de Panamá (1996),  Acerca de la medicina folklórica de Panamá (1996) y  Del tamborito una flor (1996).
Sobre el perfil humano de la Prof. Dora hay un rasgo que siempre concitó mi atención: la sencillez y calidez de su personalidad. Hago memoria y  recuerdo que durante el Festival Nacional de La Mejorana siempre estaba accesible a las personas que quisieran hablar con ella, desde los noveles investigadores de la cuestión folklórica nacional, hasta el mismo hombre folk, sujeto por el que sentía un profundo respeto. Porque hay que decir que no obstante el reconocimiento de que era objeto, este hecho nunca fue obstáculo para tender puentes a favor de la amistad y el reconocimiento a la cultura nacional. Hay mucho más, me atrevería a afirmar  que siempre hubo una complicidad de clase entre la investigadora y ese hombre campesino que intuía que la “mujer de Zárate” era su aliada cultural.
Pienso que lo mejor de la istmeña a la que nos referimos no lo es tanto lo que escribió, que no fue poco en un país alejado de tales menesteres de la inteligencia, sino el arquetipo que representa. Ese andar por la nación entrevistando hombres y mujeres folk, apertrechada de teorías sobre lo vernáculo, recogiendo sonoridades, almorzando frugalmente, pero con la certeza de que otro Panamá era posible y de que la nación no se agota en esa franja transístmica que se nutre de barcos y centros financieros. Dora es hija de esa época, de ese Panamá que aún no soñaba con computadoras ni con otros artilugios de la tecnología moderna. Y para acometer  tamaña empresa había que disponer de un alma sensible, encarnar, como ella, a un ser capaz de amar el sonido de los grillos o de erizarse ante el espectáculo de los ocasos de oro, cuando el sol se desmaya entre los cerros.
La panameña fue consecuente con su tiempo, porque su aporte se produce a mediados y en la segunda mitad del Siglo XX, justo cuando la cultura nacional se estremece ante el influjo de otros grupos humanos, ya sean foráneos o de nuestra cosecha, no pocas veces alienados y deseosos de encarnar un cosmopolitismo que terminará por volverse “ligth” o “pretty”.
Una mujer con esa visión, acompañada en sus andares por el Dr. Manuel Fernando Zárate, Padre del Folklor Nacional, es quien conmemora cien años de nacimiento. Y este centenario es la ocasión para redoblar esfuerzos y pensar que la volveremos a ver en el Parque Bibiana Pérez, o quizás sentada en su taburete al costado del estrado, sonriendo a Alexandra Mercedes Vargas Benavides, la reina de este año, preguntando por sus amigos de todos los tiempos o acudiendo al templo de la Virgen de Las Mercedes; mientras nos interroga sobre los derroteros de la cuestión cultural del Istmo.
La Profesora Dora Pérez de Zárate no fue sólo una investigadora del folklor nacional; también era la fémina que destinaba recursos de su presupuesto familiar para editar libros, la misma que en la praxis supo ser feministas sin proclamarlo a los cuatro vientos. La poetiza que tuvo la capacidad e inspiración para escribir Granada y Buscando Cocuyos; la que aprendió a recoger en sus notas de campo la grandeza y abandono del campesino istmeño. Por eso, en el primer centenario de su nacimiento, no podemos olvidarla; porque la patria agradecida sólo ha de inclinarse ante sus mejores hijos y reconocer la trayectoria de vida de aquellos que, como Doña Dora, son norte y guía de la cultura istmeña.

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