Foto: Antonio Pinzón-Del Castillo |
Te busqué, Rufina, y no te encontré. Hurgué
entre los amarillentos papeles del archivo parroquial de La Villa que amaste;
más ahora comprendo que esas pesquisas no importan. Mito o leyenda, carne y
hueso, todo da igual cuando se siente y defiende un proyecto de nación. Importa
poco cuando lo que está en juego es la identidad de nuestra gente y el morar
con dignidad en la Península con nombre de colombiano santanderista que los
cachacos le endilgaron a la antigua y fenecida provincia decimonónica.
Debes saber que ya no somos los mismos, no
sólo porque moramos en otra época y distintos son los escenarios, sino porque
la secularización ha hecho mella en nuestra gente y la modernización trastocó
lo que fuimos para vendernos la máscara de la alienación que corroe los
cimientos del Canajagua y El Tijera. Sí, transformamos la genética bovina del bos taurus y hasta la giba del astado
luce su ferrete de In Got We Trust. ¿Aún
recuerdas la elegancia musical del violín? El noble instrumento casi sucumbe
ante el empuje del acordeón; esos fuelles que han sembrado de jorones y
jardines la geografía, mientras el gaznate se inflama del seco que transforma
tus tierras en cañaverales olorosos a mosto y etanol; sin olvidar al maíz
transgénico que sobrevive a hierbas, pero
pare mutaciones al estilo de la alianza
Melo/Monsanto.
Hay muchas cosas que contarte, ahora que el
Siglo XXI nos llena de smartphone, Smart tv y tablet. Si vieras esto, Rufina.. Este nuevo mundo de ruralidad ligth. Todos vivimos la apertura turística, minera, con profusión de mall, venta de tierras, borrachera de
folclor adulterado; fenómenos que camuflan la cabanga que corroe el alma
campesina, mientras la congoja muestra su faz, como antifaz de diablico en
Corpus Chiristi santeño. En cambio, debajo de todo ello hay un orejano, un
paisano que intuye que algo no anda bien en la tierra de Belisario y Ofelia.
Míralo allí, en los festivales, tratando de llenar su propuesta existencial con
carnavales, embriagado con falsas semanas del campesino y conmemorando
efemérides intrascendentes.
Ya sabes que los tiempos no son iguales, ni
tienen que serlo, pero la nuestra es una época de oropel, hedonismo y de la pose
estudiada para disimular un cosmopolitismo vacío, hueco, vano. No hay que producir,
el afán es ser licenciado, magister, doctor. Debes saber que para algunos lo
campesino es un estigma, la cruz buchí
que nadie quiere portar porque huele a albahaca y se aleja de los refinados
olores de la perfumería francesa.
La verdad, Rufina, es que nos estamos
volviendo un poco fenicios y en vano intentamos sepultar los valores que les
dieron prez y gloria a los abuelos. Como si nuestra idiosincrasia fuera pecado
y la casa de quincha una miserable propuesta arquitectónica de manutos.
Me duelen tus cosas, Rufina. A veces
pareciera que araste en el mar, como Bolívar. Sin embargo, te pienso a la
sombra de Cerro El Barco y miro en lontananza tratando de otear otros
horizontes, seguro de que el 10 de
Noviembre no es un sueño ni una quimera. Y quiero ser y continuar teniendo la
certeza de que el campesinado de Francisco Gutiérrez, Pedro Goytía Meléndez,
Ofelia Hooper Polo, Belisario Porras Barahona, Zoraida Díaz y Manuel F. Zárate
no tiene que sucumbir ante tanta iniquidad. Estoy convencido que en algún punto
de la segunda mitad del Siglo XX perdimos el rumbo, nos ilusionamos con las
gaseosas importadas, estigmatizamos las tiendas pueblerinas y hemos ido denigrando
la fonda porque ya no resulta pretty,
así como la gastronomía orejana retrocede ante el empuje de pizzas y
hamburguesas.
Haz de saber que aún te rindo tributo, Rufa,
porque en la fecha gloriosa agarro mi camisilla blanca y me voy a ver cómo se
iza la bandera santeña, mientras la veleta de la iglesia santeña mira hacia otros
rumbos, como si estuviera ahíta de escuchar tanto ruido y discurso banal;
promesas que se han repetido por décadas sin el más mínimo ápice de vergüenza y
deseos de cumplirlas. Ya sabes que ese día eres la reina, Rufina, sólo ese día.
Reinado fugaz el tuyo, como si lucieras la diadema de otra intrascendente
festividad istmeña.
Ya me lo confesaste y coincido contigo, no
hay que desmayar. Algún día la Villa de Los Santos ha de ser auténtica tribuna
de la nacionalidad y el 10 de Noviembre la fecha propicia para hablarle y
rendirle cuentas a la nación, a esa patria que más allá de Morro de Puerco,
Punta Mala y Divisa, aún espera que al grito libertario no se lo lleve el
viento y termine corriendo la suerte del jupío
campesino entre la hondonada de los cerros.
......mpr...
Gracias Profesor, por esta entrada. Muchas gracias!!
ResponderEliminarGracias por mantener vivo ese sentido de identidad y pertenencia. Por evocar a Rufina con tanta elegancia y fineza. Por remover y agitar nuestra alma campesina y hacernos sentir orgullosas de haber nacido en esta tierra y ser descendientes de Rufina y Belisario.Esto nos hace renovar el compromiso de seguir resistiendo a los embates de quienes acosan e intentan desaparecer nuestra identidad. Y coincidimos: No hay que desmayar! Saludos
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