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15 junio 2008

NANO CÓRDOBA, EL ACORDEONISTA DEL FESTIVAL

Al estudioso que se adentra en el análisis de la identidad cultural del panameño, inevitablemente salen a relucirle algunos nombres del mundillo académico istmeño. Esto es comprensible, porque la cultura nacional encuentra en el académico al profesional que la comprende, la hace suya y posee la versatilidad para plasmarla sobre el lienzo, el pentagrama o la maravilla del libro. Y es que el intelectual tiene el mérito de observar los hechos y contextualizarlos en el marco de una teoría que permite comprender los resortes que subyacen en la cultura popular. Sin embargo, el auténtico soporte de la identidad nacional encuentra su verdadero protagonista en el hombre folk. Me refiero al panameño que, como digno representante de la cultura popular, actúa sin esperar recompensas pecuniarias, no espera reconocimientos por sus ejecutorias y tampoco es dado a frases altisonantes y rimbombantes. En fin, el hombre folk asume y encarna el quehacer social con el que se construye la panameñidad.
Poco se ha dicho sobre este último grupo de extracción popular, mucho se ha abusado de él y no siempre se le ha valorado. Con ellos la sociedad istmeña está en mora y sus aportes deberían ser adecuadamente justipreciados. Precisamente para hacer justicia a uno de ellos hace poco visité y dialogué, en la comunidad de El Jobo de Guararé, con un panameño que es un vivo ejemplo de amor a su tierra y a las tradiciones vernáculas. Allí encontré a Nano Córdoba, el acordeonista del Festival Nacional de La Mejorana.
1. En la casa del compositor e intérprete. Eran aproximadamente las 5:00 horas de la tarde del domingo 10 de julio del 2005, cuando el auto se detuvo frente a la casa de Nano Córdoba Espino. Allí me recibió junto a su esposa, Doña Carmen Cedeño Osorio, que a esa hora reposaba tranquila sobre su taburete. Muy cerca se escuchaba el gorjeo de los ruiseñores y en la distancia se divisaba la figura egregia de la Escuela Juana Vernaza, centro de estudio que luce orgulloso sus lunares pétreos. Luego de los típicos saludos protocolares, conversamos sobre los aspectos más significativos de una vida como la de él, dedicada a la música y al engrandecimiento de la cultura popular. Lo que sigue es el producto de ese encuentro con un hombre que habla con fluidez y que para la ocasión luce sobre sus sienes el símbolo de su santeñismo: el sobrero “pintao”.
2. Aproximación biográfica. En Guararé todo el mundo conoce a Nano Córdoba, pero olvidan que su verdadero nombre es Victorino Antonio Córdoba Espino, nacido el 14 de junio de 1933, del hogar formado por Victorino de Jesús Córdoba Sánchez y María de Las Mercedes Espino. El amigo Nano ha cumplido 72 años y aún mantiene la alegría y el entusiasmo que caracteriza al hombre de la tierra del Canajagua. Tal aserto podrían confirmarlo con propiedad sus progenitores, pero también Irene Vargas, la comadrona guarareña que muchos conocieron como “Mama Irene” y a quien le correspondió atender el parto. Como era de esperar, porque así era antaño, a los siete años ingresó en la escuela del pueblo y allí recibió su certificado del centro de enseñanza primaria. Hasta allí llegó su educación formal en una época cuando la oferta escolar no abundada por las provincias interioranas. Tiempos cuando no existían colegios secundarios, las extensiones universitarias eran una realidad inexistente, pero en el hogar Córdoba - Espino, como en tantas otras familias santeñas, los valores sociales eran un tesoro que se veneraba. ¡Y cuanta falta nos hace aún, en este tiempo de Internet y hombre light, ese humanismo encutarrao!
3. “Hijo de tigre nace pintao”. Dicen que los seres humanos somos el producto del entorno en el que crecemos, así como de nuestra carga genética. Si ello es cierto, Nano Córdoba ejemplifica lo planteado. Crece en un pueblo impregnado de tradiciones y al lado de gente que ama la música. Su padre fue guitarrista y su tío, Artemio Córdoba, formó parte de la pléyade de compositores que marcaron profundamente la música popular panameña de los primeros dos tercios del Siglo XX. Por eso a los diez años Nano ya tocaba la guitarra y con los años se vinculó con otros guarareños que se agitaban en iguales menesteres. Tiempo de compositores de décimas y ejecutantes de guitarra, mejorana y violín como Arcelio “Chemo” Villarreal y diestros del tambor al estilo de Gumersindo Díaz. Muchos años después su vocación le llevó a conocer e intimar con otra gloria guarareña, Manuel Fernando Zárate, zapador de las investigaciones folclóricas del Istmo.
En 1951, aproximadamente, su inquietud musical le permitió ejecutar el acordeón y en el año siguiente compró el primer ejemplar del instrumento. Al poco tiempo ya interpreta una melodía llamada “Casi casi”, pieza que para aquella época se le escuchaba a las orquestas famosas. Atraído por el hechizo musical del acordeón, Nano compuso “Sufrimiento”; interpretación con la que inaugura su incursión por el mundo de los fuelles y pitos. Con posterioridad aparecen “Tu vida y la mía”, “A la niña Mary”, “A parrandear muchachos”, “Transporte Moreno”, “Canto a la vida”, “Gocemos las navidades”, “Mirín Díaz”, “Canto al niño”, “Mano de Piedra Durán”. etc. Dice Don Nano que en algún momento hasta llegó a ser, ocasionalmente, el “churuquero” del Conjunto Plumas Negras de Rogelio “Gelo” Córdoba.
A propósito, la primera agrupación de Don Nano se llamó “Palma Soriano”, nombre que surgió de la inquietud de “Beby” Jiménez, un recordado y jocoso empresario guarareño, que así lo denominó en un Festival de La Mejorana, porque estaba en boga una gustada interpretación que se refería a un municipio de la cubana Provincia de Oriente y que cantara el recordado “Bárbaro del Ritmo”, Benny Moré. El “Palma Soriano” estuvo integrado por Emigdio Samaniego (timbalero), Natalio Espino (tumba), Viterbo Espino (churuquero) y Alfonso “Foncho” Díaz (guitarrista). El segundo grupo musical de Nano Córdoba surgió en la Ciudad Capital, cuando el músico residió en la urbe panameña, y le llamó “Conjunto Guararé”. Para esa década, años sesenta, la experiencia acumulada le permitió ganar dos veces (1961 y 1963) el Concurso Rogelio “Gelo” Córdoba, certamen del que también ha sido jurado calificador. A partir de allí el último de los conjuntos fue “Canajagua azul”, por el que desfilaron voces femeninas como Denis Pérez, Leonidas Moreno, Peregrina Frías y Carmen Cedeño. Este conjunto se mantuvo hasta inicio de los años ochenta del Siglo XX.
Nótese que en la vida musical de Nano se pueden distinguir dos fases. La primera comprende las tres décadas que transcurren desde los años cincuenta hasta 1980. En este momento, como hemos visto, el santeño forma las agrupaciones con las que interpretar la música de acordeón. La segunda fase podríamos llamarla de docencia musical y está marcada por su empeño en servir de soporte a conjuntos típicos como el de la Escuela Juana Vernaza y el Primer Ciclo Secundario de Guararé, actualmente denominado Colegio Francisco Castillero Carrión. Esta última etapa de su vida musical se extiende desde el arriba indicado (1980) hasta la actualidad. Sin embargo, entre ambas fases existe una actividad que las vincula; me refiero al empeñó de Don Nano en apoyar al Festival Nacional de La Mejorana. Porque hay que decir que siempre que Guararé y el Festival han necesitado de un acordeonista para sus eventos, invariablemente allí ha estado Nano Córdoba. Por eso podría decirse que Nano es, por antonomasia, el acordeonista del Festival.
Finalmente dejemos constancia escrita sobre una labor que le vincula estrechamente a su vocación musical. Me refiero a que en los últimos años el compositor también se dedica al afinamiento de acordeones. Al inquirirle sobre el tópico se sonríe y contesta con la agudeza de pensamiento que caracteriza a nuestra gente de campo: “Como decía mi abuelo, pa’ aprendé a capá hay que sacá huevo”. Así comprendí que un día él decidió ver cómo funcionaba el acordeón, lo abrió y desde entonces, ocasionalmente, afina el instrumento.
4. Significado de una vida. La existencia consagrada a la lid del folclor convierte a Victorino Antonio Córdoba Espino en un crítico certero. Por ejemplo, cuando le preguntamos por la suerte del folclor nacional, no titubeo un instante en afirmar: “Ahora dicen que proyección folclórica. Yo no estoy de acuerdo ni con la palabra ni con el hecho. Los conjuntos deben ser nativos…Los bailes los interpretan de otra forma…A mi me parece que uno baila de una forma, el otro baila de otra, el otro hace más visaje, así es lo natural”…“Han tergiversado lo que es el neto folclor”.
Al terminar la entrevista tuve una mejor perspectiva de la vida y el pensamiento de un hombre que ha hecho de su existencia un canto a la música y una entrega a la cultura popular. Entonces guardé la grabadora, y ahora, pocos días después, escribo esta crónica. Al hacerlo pienso en la gente como Nano Córdoba y lo significativo de su aporte cultural. Paisanos como él guardan en su pecho lo mejor de este país istmeño; sin duda otros recorrerán los campos y escribirán enjundiosos ensayos sobre la identidad cultural, sobre el hombre folk y tantos otros tópicos de interés nacional, pero la verdadera panameñidad es producto del quehacer de gente como este santeño meritorio. Un hombre que ama a su nación tanto como a los integrantes de su familia. Por eso, recuerdo que durante la entrevista insistentemente hizo referencia a sus hijos varones ya desaparecidos (Victorino Alberto y Humberto Antonio), así como a su hija, la profesora Maritza Córdoba Cedeño.
Luego de la amena conversación con Don Nano, al transitar por una calle de la “Tierra del Chucu Chucu”, divisé a algunos parroquianos que en la fonda degustaban la rica gastronomía orejana. Lo hacían sin prisa y sin pausa, pero yo me alejé de Guararé convencido que Don Nano siempre seguirá siendo “el acordeonista del Festival”.
En La Villa de Los Santos, cerca de las faldas del Cerro El Barco, a 14 de julio de 2005.
Foto: Guararé en la primera mitad del Siglo XX. Cortesía Museo Manuel F. Zárate, Guararé

1 comentario:

  1. Magnifico escrito Milciades Pinzon,Estos grandes personajes de nuestro folklore,nos estimulan seguir adelante,en cualquier menester social,hablar de Azuero,es una fina vivencia de nuestras raices culturales.Saludos del "cholito encutarrao"

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