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23 enero 2008

DORINDO: ACORDEÓN E IDENTIDAD NACIONAL

Hay nombres que lo dicen todo, aunque se intente infructuosamente hurgar entre las letras que le conforman, buscando no sé qué cosa, porque el impacto sonoro del vocablo trae al cerebro evocaciones que no se pueden evitar. Algo parecido me acaece al decir Daniel Dorindo Cárdenas Gutiérrez; porque lo de Daniel, así como lo de Cárdenas y Gutiérrez, no provocan los mismos estímulos neuronales que al pronunciar el nombre de DORINDO. Seguramente lo mismo siente la mayoría de los panameños, en especial si han nacido en las provincias interioranas y viven exiliados en la Ciudad de Panamá. Esa urbe capitalina en donde los interioranos añoran la placidez de los campos y la infancia que se perdió montando zancos, cazando perdices, volando cometas o cocinando la supuesta carne roja del plátano chino, en esos “cocinaditos” de ensueño.
Al valorar el fenómeno social que se esconde tras DORINDO, debemos regresar en las alas del tiempo a los años treinta del Siglo XX. Y más específicamente, al Día de los Enamorados, el viernes 14 de febrero de 1936. En esa fecha nace en Agua Buena de Los Santos un niño al que sus padres (Peregrino Cárdenas y Clementina Gutiérrez) le bautizan como Daniel Dorindo Cárdenas Gutiérrez. En verdad, se trata de un nombre poco común para la época, porque para aquellas calendas los padres se valían del santoral religioso para asignar el nombre a sus hijos. Si ese fuera el caso, Dorindo debió llamarse Cirilo, Metodio o Valentín. Aquel parto de Doña Clementina fue normal, aunque la posteridad confirmaría que no sería un suceso común y corriente.
El infante creció en la sociedad rural santeña, alejado de los grandes centros urbanos, pero con una estrella luminosa en el horizonte. Aún no existía la Escuela Normal de Santiago y para los hijos de campesinos pobres, estudiar en el Instituto Nacional era un proyecto irrealizable. Ya Los Santos tenía la carretera que Belisario Porras había construido en los años veinte y algunos barcos todavía se aventuraban a viajar a la Ciudad de Panamá. La instrucción pública tomaba fuerza, porque desde 1924 Las Tablas mostraba orgullosa su Escuela Presidente Porras y, en 1934, en Guararé y Sabanagrande, se habían inaugurado los edificios de dos centros educativos de nivel primario: la Escuela Juana Vernaza y la Escuela Mixta de Sabanagrande. En la fecha Panamá tenía un presidente: Harmodio Arias Madrid.
A partir de los años en que nace Dorindo, el país no volvería a ser el mismo; la provincia vería desaparecer los alambiques y algunos vientos de renovación anunciaban nuevos tiempos. Esos aires tocaban a la música vernácula, que se centraba en la curacha montañera y en el violín, instrumento que en las costas santeñas era el amo y señor de las fiestas. Décadas atrás, y antes que Dorindo, ya eran conocidos personajes como Francisco “Chico Purio” Ramírez., Abraham Vergara, Colaco Cortez, José de La Rosa Cedeño, Clímaco Batista, José Alcides Alba, Artemio Córdoba y Paris Vásquez. Señalo sólo algunos nombres entre una pléyade de paisanos que forjaron un grupo irrepetible en la historia musical regional; ello son los antecesores y constituyen la aristocracia de la música popular panameña. En esa época algunos acordeones comenzaban a abrirse paso con un ritmo que retaba la cadencia de los pasillos y danzones. Cuando nace Dorindo, Rogelio “Gelo” Córdoba era un mocetón de veinte años. Ya sabemos que en la década siguiente se produce una revolución musical nacida de las entrañas del Istmo. El impacto de la música vernácula y popular es tal que, en 1949, Benny Moré canta en ritmo de mambo Qué te parece cholito, inspiración del santeño Ulpiano “Sombre” Herrera.
En este contexto el joven de Agua Buena no podía imaginar lo que le tenía deparado el destino. Años después confesaría que siempre sintió atracción por la música. A los seis años le cautivó el embrujo de los violines, porque el acordeón aún era visto como paria social; instrumento y música propia de gente de cantina y de mal vivir. Y no se trataba sólo de la música, en esa época todo lo que oliera a cultura campesina era visto como cosa propia de orejano, manuto, pati-rajao, cholo y de buchí.
Dos décadas después, en los años cincuenta, la región siente el peso de los cambios sociales. Ya el futuro Poste de Macano Negro ha tomado clase de solfeo con Clímaco Batista. Pioneros como Rogelio “Gelo” Córdoba, Juan Rodríguez y Claudio Castillo han abierto un espacio para el acordeón y Dorindo sin darse cuenta retoma el relevo musical de los maestros de Purio, Pocrí, La Palma, Villa de Los Santos, Las Tablas y Guararé. Al aprender a ejecutar el acordeón, Dorindo está a un peldaño de sumarse al período de oro de la música típica regional, la que se forja y eclosiona en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del Siglo XX.
Algunos acontecimientos son claves para valorar lo que acontece a este hombre de tierra adentro. El primero es de tipo personal y se relaciona con su viaje a Chiriquí para amenizar bailes a punta de acordeón. Ya tiene alguna experiencia, porque en su fase de violinista había tocado su primer baile público en La Lajita, una comunidad santeña que antiguamente pertenecía al Corregimiento de El Guácimo. En Los Anastasios, población de Dolega, logra su primer éxito musical. Un viejo Almanaque de Bristol indica que aquello aconteció el jueves 25 de julio de 1957, en plena celebración religiosa de Santiago Apóstol. Estimulado por las mieles del éxito crea un conjunto que denomina ÁGUILAS ISTMEÑAS, agrupación que luego bautiza como ORGULLO SANTEÑO. También debemos añadir que el éxito de Dorindo debe mucho, no sólo a la maestría en la ejecución del acordeón y al acompañamiento de un grupo musical envidiable, sino al conjunto de cambios sociales que experimentó la nación entre los años treinta y setenta del Siglo XX. Me refiero a sucesos como el desarrollo de la radio y la televisión, la expansión de la red vial, el surgimiento del Festival Nacional de La Mejorana e incluso la migración santeña que desde mediados del Siglo XX se disemina por el resto de la república. Este es un punto importante, porque los santeños no sólo llevan a la Ciudad Capital y al resto de la república sus hábitos agrarios y culturales, escondido en algún recodo del motete portan un disco de acetato de cuarenta y cinco revoluciones para escuchar Revolcón en Llano de Piedra, El galope de mi caballo, El Mogollón y XV Festival en Guararé.
Desde que El Comendador, triunfa en el Festival Nacional de la Mejorana, su fama crece como la batatilla y el pueblo se aferra a él porque ve en su figura la encarnación de los anhelos de quien se apretuja en los jardines con su “tax” adherido a la guayabera. La gente suspira de emoción al escuchar la saloma campesina de Eneida Cedeño, así como la magistral ejecución del resto de los integrantes del “Conjunto Escuela”. Allí se fortaleció la costumbre, que aún perdura, de pararse frente al conjunto, dando la espalda a la pista de baile, para ver al Poste de Macano Negro ejecutando el acordeón y apreciar cómo el resto del conjunto se acopla a sus designios. Estamos ante decenas de istmeños maravillados de escuchar los malabarismos musicales de este hombre espectáculo. A su lado la Morenita de Purio sonríe, mientras por las bocinas cónicas se esparcen las notas de un instrumento mágico y subyugante. No es para menos, Dorindo interpreta Pueblo Nuevo y Manizaleña. Ya nadie podrá evitarlo, el acordeón se ha tomado el país, ha desplazado al violín, y hasta los “ñopos” del Club Unión, a regañadientes, caen rendidos bajo su hechizo. En este instante nace el ídolo y se fortalece la leyenda.
De lo dicho se colige que el arrollador éxito de Dorindo Cárdenas estriba en la conjunción e interacción de tres factores: la ejecución impecable del instrumento, el haber impulsado la música apropiada en el momento histórico preciso y la propia personalidad del hombre nacido en Agua Buena. Por esta razones Dorindo es más que un músico, ha sido el eco sonoro del país por medio siglo; representa el canto del Panamá Profundo que se niega a ser devorado por los espejismos del Panamá Transitista. Esto se dice fácil, pero El Poste ha dejado en las tarimas parte considerable de su existencia y su acordeón es la ofrenda con la que se inclina reverente ante el altar de la patria.
Cuando se escriba el libro sobre la relación entre sociedad y música en el ámbito interiorano, el autor tendrá que reconocer el extraordinario aporte de Dorindo a la identidad cultural del panameño. En verdad, muchos panameños durante el Siglo XX lucharon por preservar la panameñidad y erradicar el enclave canalero. Sin embargo, Dorindo lo hizo a su manera, en el día a día, amaneciendo en un toldo de Colón y tocando ese mismo día en Chiriquí. Nadie puede negar que en los fuelles del acordeón del Comendador canta la patria de Rufina Alfaro, Justo Arosemena, Buenaventura Correoso, Mateo Iturralde y Belisario Porras Barahona.
A lo planteado sumemos la personalidad de este hombre del Canajagua y entonces veremos cómo su figura se crece. Dorindo es un panameño famoso, pero tiene más mérito el serlo y no marearse, para continuar siendo un hombre accesible, independientemente de un conjunto de reconocimiento que sería largo enumerar. En efecto, El Doro ha sido un músico sin egoísmos, siempre dispuesto a apoyar a sus colegas con el consejo sano y el semblante de amigo. Sólo hay que ver la manera familiar como el panameño se refiera al hijo de Clementina y Peregrino, para comprender lo que afirmo. Para él hay todo tipo de apodos cariñosos, le llaman Doro, El Poste, El Ídolo y El Comendador. Y hasta existe y conozco a un paisano que jura y perjura que se parece a Dorindo, y lo dice y lo siente con un sano orgullo. Estas expresiones populares sólo acontecen con personas que son una verdadera leyenda viviente. En verdad, en la provincia santeña, que recuerde, sólo hay tres personajes que el pueblo ha transformado en seres casi mitológicos: Porras, La Moñona y Dorindo Cárdenas. Respectivamente: el político, la religiosa y el músico.
Llenaríamos centenares de páginas al escribir sobre este irrepetible hombre santeño, pero este no es el objetivo que perseguimos en este instante. Baste, por ahora, con referirme a otro aspecto fundamental de su profesión, el que se refiere a la música y letra de sus canciones. Hay en ellas una mezcla de profundo sentimiento sazonado con referencias a la cultura campesina, así como a la vida sentimental de nuestra gente. En especial, en lo atinente al eterno tema del amor. Ejemplos luminosos lo vemos en ese requiebro amoroso que representa Por Ella (“Por ella es que estoy así, por ella es que estoy enfermo, me voy a dejar morir, a falta de ese remedio”) o en ese otro clásico que se titula Olvidemos el pasado. Además, se llena de orgullo cantándole a las poblaciones, como en A mi patria Chica. Y qué no podríamos decir de El Solitario, un verdadero clásico musical al lado de XV Festival en Guararé. Este último grabado en Colombia, hacia 1964, por Los Corraleros del Majagual e interpretado por Alfredo Gutiérrez. Un éxito tan gustado que en este país hermano muchos todavía creen que Guararé es un poblado de Colombia. Ni más ni menos que en la misma medida que los panameños pensamos que Manizaleña es de la autoría exclusiva del Poste de Macano Negro.
Luego de cincuenta años de ejecutar el acordeón, Dorindo es un símbolo internacional de Panamá, un hombre marca que con cumbias, danzones y atravesaos ha demostrado que somos más que un canal, que los istmeños estamos dispuestos a coexistir con el mundo sin renunciar al goce de sentirnos parte de nuestra cultura. Además, y como si fuera poco, estamos ante un personaje que sin ser sacerdote ha casado a miles de panameños; esos istmeños que muchas veces en los bailes no saben cómo declarar sus sentimientos al ser amado y entonces recurren a Dorindo para tararear su pieza y sugerir al oído los amores no confesados. He aquí otro aporte, Dorindo el casamentero, un hombre que no por mera casualidad nació el Día de los Enamorados. En este fecha, frente a la Iglesia de Santa Librada, en el marco de las fiestas de la Virgen y Mártir Gallega, cobijados bajo su palio protector, y próximos ante el lugar en donde nació el Dr. Belisario Porras Barahona, el país rinde homenaje a quien se lo merece, al santeño que por medio siglo ha sido la voz musical del Istmo, al más representativo ícono de nuestra cultura orejana. Y lo más importante, nuestra gente lo celebra teniéndolo aquí presente, para darle las gracias en persona y decirle: Dorindo, Usted es un orgullo santeño para nuestra tierra; representa al istmeño distinguido; encarna a los que habiendo crecido en el Interior o en la urbe capitalina, no se avergüenzan de sus orígenes. Usted es de los que gritan a los cuatro vientos la satisfacción de haber nacido en este Istmo. Permítame decirle que su acordeón es el eco sonoro del Panamá Profundo, la garganta desde la cual proclamamos nuestra identidad nacional. Sépalo y disfrútelo, su música no morirá jamás. Le damos las gracias en nombre de este pueblo que le aprecia, le valora y grita a los cuatro vientos: “Hay Dorindo para rato, compa”, “Dios le bendiga, Poste de Macano Negro”.



Publicado en ÁGORA Y TOTUMA, Año 16, # 236, 25/VII/2007

2 comentarios:

  1. Saludos paisano de mi tierra. Excelentes palabras que cobijan el sentimiento de todo un pueblo. Me uno a ellas con orgullo de nacer en esta guerra.

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