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21 diciembre 2008

EL NIÑO CAMPESINO Y SUS JUGUETES


Mi padre escribió, hace ya algunas décadas, dos hermosos cuentos: "El crup" y "La veranera pascual". En ellos recreaba sus recuerdos de infancia sazonados con una buena dosis de imaginación. Transcu­rri­dos los años, aquellas hermosas inspiraciones orejanas se extraviaron en algún olvidado y viejo baúl de la casa. Sin embargo, recuerdo que el primero de los relatos trataba de las enferme­dades que padecían los niños azuerenses que vivieron durante las primeras décadas del siglo. La gente denominaba por aquellas calendas "crup" a una "extraña" enfermedad que hacía estragos entre los párvulos de nuestras campiñas. El famoso "crup" no era otra cosa que la difteria, una enfermedad virulenta y contagiosa que atacaba las gargantas de los infantes, pereciendo éstos por asfixia y falta de atenciones médicas. Todo ello acontecía porque al inicio del Siglo XX la medicina científica era escasa y la naturaleza, siempre previsora, encontraba en las numerosas proles un mecanismo para el equilibrio poblacional.
El otro de los cuentos indicados, "La veranera pascual", retomaba la misma problemática y la ambientaba en la época cuando los villancicos anuncian la venida del Señor y los campos interiora­nos se llenan de campanillas veraneras. El imaginario relato narraba la historia de un niño campesino que se desvivía por poseer una armónica; siendo ésta última su más anhelado juguete.
Cuentos como los aludidos revisten para los estudiosos de nuestro medio una gran importancia. Nos demuestran que algo se maduraba en el tejido social de nuestras regiones interioranas. En Azuero, por ejemplo, por aquellos años los niños campesinos vieron llegar a nuestras costas la escuela, la carrete­ra, los primeros médicos y enfermeras, autos y aeroplanos, así como el arribo de nuevos juguetes. Sucesos todos que son signos inequívocos del cambio social y cultural que desde entonces se ha enquistado en la campiña.
Sabemos que mientras el Interior se mantuvo poco incorporado a los esquemas de desarrollo nacional, el hombre nuestro vio condicionada sus creaciones culturales por su medio social. En este contexto, los juguetes, como cualquier otro producto cultural, no escaparon al influjo de esa máxima de tipo sociológica.
Hasta mediados de la vigésima centuria es probable que los juguetes de los niños campesinos mantuvieron casi que de manera integral su vínculo con el medio. Además, se caracterizaron por promover la actividad psicomotora en el niño, teniendo como rasgo distintivo el no ser mecánicos. Se trató de juguetes elaborados con virulís, tusas, carrizos de papayos, botellas, retazos de tablas y varitas de los montes. En un mundo típicamente tradicio­nal, los juguetes reforza­ban las divisiones de género sexual y de actividad económi­ca. Tales artefactos, destinados a encauzar el ocio de los jóvenes, estimulaban en las niñas las labores hogareñas y propias de las mujeres del campo. Las jovencitas se congregaban para jugar con sus muñecas de trapo y de tusas de maíz debajo de árboles en donde unas improvisadas covachas le servían de cobijo; mientras, freían guineos chinos y un humeante arroz se cocía sobre unas improvisadas piedras que hacían de estufa. No muy lejos de ellas, los niños fingían tener dificultades con una carreta en la que dos botellas representaban una yunta de bueyes. Otros, más inquietos, no resistían el reto de montar un caballito de palo o de agredir con sus biombos a alguna desprevenida avecilla silvestre.
Fueron muchos los juguetes utilizados. Además de los que arriba he señalado, una muestra más ambiciosa podría incluir a los que paso a detallar: la carretita y su yunta de bueyes, el macho, la mona, el molinete, la cometa ( y sus similares de panderos y cajones), el caballito de palo, el tractorcito, el cacho de palma, los zancos, zumbador de platillos, puercas, bolas, canoas o barcos de concha de jobo, aprisionamiento de cocuyos y corroco­cos (rojines), etc. Evidentemente, los juguetes estaban acompañados casi siempre por juegos colectivos, en los que el trabajo en equipo socializaba al párvulo en el desempeño de futuras faenas comunita­rias. Tales fueron los casos de la lata, la rayuela, las peniten­cias, la pájara pinta, ato ambó, la libertad, uno/dos/tres..­­queso, mirón mirón, entre otros.
Largo sería enumerar todo un conjunto de actividades que incluían una gran variedad de eventos. Se trataba de juegos, juguetes, cantos y trabalenguas ("Si Pancha plancha con cuatro planchas, ¿con cuántas planchas, plancha Pancha ?"). Lo cierto es que el niño y sus juguetes estaban integrados a un sistema social que respondía a sus necesidades de crecimiento interior y de proyección comunita­ria. Todos estos juguetes no venían hechos, no estaban prefabrica­dos, ni lucían una etiqueta que decía "Made in.... De alguna manera lo atrayente de los juguetes era el hecho de que el niño participaba en su elaboración y era libre de edificar su propio proyecto. Se disfrutaban todas aquellas cosas porque el chiquilín era fundamentalmente un creador, un artesano en el pleno sentido de la palabra, un infante que aprendía haciendo y para el cual el arte formaba parte de su vida cotidiana.
Traemos a debate esta problemática del niño campesino y sus juguetes ( aunque también estoy seguro que podríamos decir el niño citadino y sus juguetes), porque nos inquieta la desnaturalización y enajenación creciente que representan los juguetes de los "sambitos" de hoy. No se trata de que todo tiempo pasado fue mejor, ni tan siquiera de lo caro que están los juguetes en la actualidad, sino de las consecuencias que se derivan de existir juguetes fuera de contexto social, carentes de significado trascendente y propiciadores de una diversión hueca. Los nuevos juguetes no integran, socializan la violencia y estimulan en nuestros niños los más negativos y atávicos sentimientos del ser humano. En el fondo, gran parte de la comercialización que los acompaña, representa la más ruín y descarada violación de los derechos del niño panameño.La guerra de las galaxias, los monstruos surgidos del fondo de los océanos, los John, las Barbie, las réplicas de los helicópte­ros del 20 de diciembre panameño están ya a la venta. Y uno, pobre padre atrapado en la comercialización, luego de pasarse ahorrando todo un año para comprarlos, también se suma a la cultura de masas navideña. Tanto puede la presión social, que a veces nos converti­mos en cómplice por omisión, guardamos silencio y compramos otro juguete mecánico más. Sin embargo, en el recodo de nuestra alma, en algún obscuro rinconcito de nuestro yo interior, un niño campesino llora al recordar aquellos juguetes en desuso que tanto hicieron por nosotros.

Texto: Milcíades Pinzón Rodríguez
Foto: Alcibíades Cortés

4 comentarios:

  1. Mire mi abuela me conto que se hacian muñecas con botellas (para el cuerpo) y tuza de maíz(para la cabeza), tambien trompos de madera y a veces jugaban a la "casita" se ponian a cocinar con un fogon y asaban pepitas me marañon. Ella crecio en Tonosi y en Guanico por los años 1920's. Saludos desde EEUU.

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  2. Lo felicito colega Milciades por poner en contexto las formas sociales que caracterizaban las navidades de nuestra infancia y la de nuestros padres y abuelos. Rescatar con la palabra esos hechos nos permite tener identidad propia. Desde Chiriquí mis saludos.

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  3. Cuando les hablo amos amigos que de niño recogia las pepitas de marañon y quedaba todo negro del carbón. Y que hoy pagamos una fortuna para disfrutar esas tan apreciadas cashews muy interesante esta lectura cultural.

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  4. Dios lo bendiga y siga dando inspiracion para escribir recuerdos del Panamá que se nos fue.

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