Ayer alguien me dijo que Usted se va a jubilar y rechacé el vocablo desde el primer momento, porque para mí siempre será la Maestra; la chica aquella con sueños de normalista que una vez quiso sembrar en los surcos de la patria las letras del alfabeto. Yo la pienso y me la imagino por los senderos de la campiña que hoyaron sus zapatos de maestra juvenil. Ha de recordar esos caminos en invierno y aquella espina clavada en el alma mientras oteaba los cerros, porque en casa quedaban los suyos y la ausencia duele, como los recuerdos. Luego, el viejo y destartalado camión en ruta hacia la escuela, aunque todavía le esperaba ese trecho a pie, por esos caminos de Dios. Mirando el filo de la cordillera la congoja crece y la neblina matutina enfría el alma.
Una vez en la sierra, durante meses y años rogando por su traslado, con la esperanza de que alguna vez le notificaran que se le había concedido el milagro. Al inicio nunca pensó que en esas regiones apartadas, la mirada inocente de un niño y el “Buenos días Maestra” despertaría en su corazón esa complicidad campesina que ya no le abandonaría jamás. Amor de madre que se mezcla con responsabilidades de educadora y que ya no sabe dónde comienza una y termina la otra.
Yo sé que Usted fue más allá de los deberes habituales, que compartió las medicinas con sus párvulos y que al mirar a los alumnos pensó en sus hijos y en la suerte de los campesinos diseminados por los campos de la nación.
¡Cuántos años han pasado, Maestra!
Una maestra es una flor que brota en el jardín de un niño y Usted fue algo más que eso. Una rosa que desde la serranía fue escalando, hasta lograr laborar en el área urbana. Trabajo duro ese, Maestra, el de superar el bachillerato normalista para alcanzar la licenciatura, el profesorado y demás títulos. Tuvo que dejar los hijos en la mañana, regresar en la tarde y luego las horas de estudio en la Universidad; porque aspiraba a ser alguien, las teorías pedagógicas no esperan y la competencia no reconoce flaquezas del espíritu.
Yo le admiro, Maestra, porque ha dejado sus mejores años en la sierra y la ciudad, en las aulas, en la tiza que se adhiere a los dedos y que pregona con su blancura lo inmaculado de su labor. Usted sabe que muchas veces la remuneración no compensa el esfuerzo realizado; pero aún así hay que construir la morada, mantener la familia y apoyar la educación de los hijos. Y entonces no queda otra alternativa que la banca y el adelanto de la quincena en la cooperativa amiga.
¡Cuántos años han pasado, Maestra!
Lo mejor de su vida y de su juventud lo dejó en la mirada de un niño, en la cartilla escolar, en las reuniones con los padres de familia, planeando a diario, preocupada porque el alumno no rinde lo que se espera de él y la situación familiar tampoco coopera. ¡Si esos padres de familia supieran cuánto hizo Usted por ellos!, por esos niños que ya adultos le saludarán por la calle con el “Hola, Maestra”.
Maestra jubilado dice el vulgo, pero no es cierto; es mentira que se puede tener un gran amor al trabajo y un buen día olvidarse de todo. Ni que tuviéramos corazón de piedra y pudiéramos borrar, como en el tablero, los trazos de la vida. Esa vida suya, Maestra, que no necesita de medallas y pergaminos para cantar y reconocerle los méritos.
¡Cuántos años han pasado, Maestra!
Ya sé que le será difícil adaptarse al nuevo ritmo de la vida. Y algún día pasará por los centros escolares y muy a lo íntimo de su corazón, sentirá otra vez el llamado del deber; escuchará nuevamente el rumor de los niños durante el recreo y se avivará en su pecho el cosquilleo y vocación del educador que nunca deja de serlo. Sin embargo, Maestra, levante su frente, camine erecta y viva su vida. Ya cumplió con los suyos: con sus hijos, con su patria. Usted ha sido una educadora proba, Maestra rural y Maestra urbana, universitaria por esfuerzo propio y educadora para siempre.
¡Qué rápido se fue el tiempo y, cuántos años han pasado, Maestra!
…mpr…
Campus del Centro Regional Universitario de Azuero, 21 de diciembre, Navidad del año 2009.
Me gustaría saber qué significa "el último número de Ágora y Totuma"? Por otro lado, comparto su opinión de que la maestra siempre deja huellas...
ResponderEliminar(Sabe que al dar un click en la foto, Picasa la agranda?)
Me gustó su artículo profesor,siempre soñé con ser maestra, pero no lo logré. Mi primaria la hice en una escuela rural y recuerdo desde mis 5 años a todos mis maestros con mucho cariño, sé que pasaron muchos páramos, pero también sé que nos llevaron en su corazón.
ResponderEliminarA usted profesor, lo conocí en la Extensión Universitaria de Las Tablas en 1981 y siempre lo recuerdo.Felicidades en este día tan especial.