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20 abril 2011

ETIQUETA SOCIAL CAMPESINA

El siglo XX toca a su fin y con la centuria parten no sólo aquellos hombres que marcaron los derroteros de nuestras áreas interioranas, sino un conjunto de modismos, costumbres y usos sociales que fueron la base sobre la que se cimentó la sociedad campesina. Ante los hechos, disciplinas como la antropología, el folklore y la sociología han impulsado, cada una a su manera, la comprensión de un sistema social que en las dos últimas décadas ha experimentado el estremecimiento de la apertura de los mercados y la renovada imposición de culturas foráneas.
Sin embargo, a pesar de los loables aportes de las ciencias sociales, aún quedan aspectos de nuestras sociedades campesinas que no han sido suficientemente estudiados. Uno de ellos corresponde a la etiqueta social del hombre del campo. Con ello me refiero a ese conjunto de conductas, gestos y expresiones idiomáticas cuya existencia permitían la interacción entre las personas. A través de ellos la gente expresaba conocimientos de urbanidad que fueron norma social entre nuestros abuelos, pero que ya no gozan de la misma consideración. En este punto es de anotar la supervivencia de algunos rasgos de esos procederes que encontramos principalmente en las áreas que se alejan de los centros urbanos interioranos. Trataré de sintetizar en este escrito algunas de las más conocidas expresiones de la etiqueta social campesina.
a. “Ta la manito”. Cuando nuestros campesinos se encontraban con algún desconocido amigo, esa era la expresión invariable. Para ellos dar la mano era un gesto de amistad y de no agresión a la que el otro respondía con:: “ ta, la mano siñol”.
b. “Vaya con Dios, amigo”. Al despedirse era común utilizar la frase que indicamos; con la misma se daban a conocer las buenas intenciones de quien despedía, a la vez que quien se alejaba también replicaba: “Que él quede con Usted” o “Que él le acompañe”.
c. “ Pase adelante...”. La llegada de un forastero a una vivienda era todo un acontecimiento en las áreas rurales; ya que antiguamente en tales lugares no se tenía la oportunidad de interaccionar frecuentemente con los amigos. De allí que las visitas, del mismo pueblo o de otros, se convertían en todo un suceso. El visitante, por su parte, debería ser muy comedido y generalmente replicaba con: “...no, si me voy”. Entonces, el anfitrión debería insistir hasta que el visitante dijera: “...está bien... pues”.
ch. “No, mire, es que estoy lleno”. Se consideraba mal gusto, cuando por algún motivo la visita se extendía hasta la hora del almuerzo, que la misma rechazara el convite. Claro que la expresión era un simple comodín social, porque el visitante bien que estaba ansioso de caerle a la sopa. Una vez terminado el almuerzo o la cena, el dueño de casa debería insistir ofreciéndole un nuevo plato. Esta vez la etiqueta social campesina imponía de parte del comensal el clásico: “Es que estoy lleno“, y al rato: “Bueno...ya que insiste” o el tan gastado: “Bueno, por no hacerle la mano corta”.
d. “Ahí...toos paraitos”. Preguntar por los miembros de la familia era una típica convención social. Se supone que después de saludar a alguien a quien se conoce, la prioridad se dirige a la esposa e hijos. Estar “toos paraítos”, significaba que gozaban de salud, con el “favol de Dios”. Cuando ese no era el caso, se decía que había alguien “maluco”.
e. “Calor...ahh”. Una de las expresiones más socorridas es ésta de acudir al estado del tiempo para salir de un apuro (producto de un vacío en el tema de la conversación) o al dar inicio a una temática. La réplica ante ello consistía en: “Jooo...es que nos vamos a asá”; ocasión que aprovechaba el otro para también salir del engorro en que se encontraba.
f. “Le acompaño en sus sentimientos”. Cuando se asistía a un funeral, la etiqueta social no escrita indicaba que los hombres deberían colocarse en el patio o en el portal de la casa. Las mujeres, por su parte, estaban obligadas a rezar algunos rosarios frente al improvisado altar que se colocaba en la sala de la residencia. Llegado el momento de dar el pésame, los hombres extendían su brazo, chocaban la mano y pronunciaban el infaltable: “Le acompaño en sus sentimientos”. En otras ocasiones se escuchaba decir a la gente: “Sólo nos lleva la delantera”.
g. "Ya ta’ buen moza la muchacha". En nuestra sociedad, como en cualquier otra, se estila estimular a otro con algún cumplido. Por ello, una vez que el niño ha entrado a la adolescencia y comienza a desarrollarse como persona adulta, era común que el visitante se extrañara de verle tan desarrollado y entonces exclamaba: "Ta’ buen moza la muchacha".
Todas éstas expresiones, tan propia de la sociedad campesina, las recordamos a propósito de comentar los cambios sociales y culturales que hemos vivido en los últimos tiempos. Porque la verdad es que ese mundo rural de antaño no dejamos de extrañarlo, no porque añoremos a una época superada, sino porque nos caería muy bien una pequeña dosis de urbanidad en la era moderna. Al parecer, hoy nos empeñamos en vivir como antisociales en un mundo en donde las buenas costumbres son un pecado social.
En esto de la etiqueta social contemporánea, no hay que culpar a una juventud, que en el fondo no sabe cómo comportarse y que por ello mismo se complace en promover rupturas en las reglas de convivencia. Lo que acontece es que nuestro sistema educativo, formal e informal, parece más interesado en forjar a profesionales que ciudadanos. Encuentra usted una prioridad en la compra de tecnologías modernas (ordenadores, por ejemplo), y un olvido casi de acémila por los libros. Encontrar un manual de urbanidad entre las escuálidas bibliotecas de nuestros centros educativos, es tan difícil como entablar una conversación inteligente con algunos egresados de esas mismas instituciones de enseñanza.
Sin duda la puesta en práctica de los buenos modales sociales es hoy más urgente que ayer; especialmente en una sociedad que ha visto incrementada su población y en la que las personas no pueden escapar a la convivencia social. Lamentablemente la pobreza, la violencia, el desmedido papel de los medios de comunicación de masas, la crisis familiar, las desacertadas política económicas de los gobiernos, el exceso de fiestas y de un conjunto de distractores de nuestra juventud, han llevado irremediablemente a que los modismos que hemos citado se hayan convertido en objeto de estudio folclórico. En fin, morando en una selva de asfalto, carcomido por un individualismo enfermizo, no debe extrañarnos que el producto de todo ello conduzca a la formación de un hombre alienado que trata de subsistir agrediendo a su vecino.
Como pollos en una jaula en la que no cabemos, el hombre ha asumido la política del picotazo en su conducta social. Ya es hora de que hagamos algo para revertir un proceder tan impropio de un ser que se precia en autodenominarse el más inteligente de los animales. En este sentido, los modismos del hombre del campo, además de constituirse en una curiosidad para “especialistas”, también deberían ser un acicate para reflexionar sobre la necesidad de avizorar mejores horizontes.

....mpr...(ÁGORA Y TOTUMA 20/II/1999)

1 comentario:

  1. como extranjero viviendo en Azuero y con un enorme interés en conocer más sobra la cultura e historia de mi nueva "casa" quiero felicitarlo muy sinceramente por el excelente trabajo que hace en su blog.

    Su trabajo con el blog es ejemplar y ojala sea fuente de inspiración para muchos y así rescatar parte de la cultura y tradiciones tan erosionadas de los pueblos de nuestra América Latina.

    saludos desde Pedasí

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