1. PATRIA,
PAÍS, NACIÓN. Se ha repetido hasta el cansancio que “Noviembre es el
mes de la patria” y en no menos
ocasiones los poetas y escritores nacionales han hecho del vocablo el objeto de
sus poemas y ensayos. El diccionario de la Real Academia de la Lengua, esa que
pregona que fija y da esplendor al idioma del Manco de Lepanto y Gabriel García
Márquez, dice, cito: “Tierra natal o adoptiva, a la que se siente ligado el ser
humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. La misma casa de
académicos de la lengua afirma que país
proviene de un vocablo francés y equivale a “nación, región, provincia o
territorio”. En cambio, la nación es, según ellos, “conjunto de los habitantes
de un país regido por el mismo gobierno” y en una segunda acepción sostiene que
la nación es el “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente
hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”.
Patria, país, nación. He
aquí tres vocablos que parecen resumir,
como en un canto sublime, la razón y el sentimiento del grupo humano que puebla
un espacio geográfico. Si a tales vocablos le añadimos gobierno, entonces
estamos ante la figura, relativamente moderna, que conocemos como Estado,
porque al final éste último no es otra cosa que el poder hegemónico, la nación
en términos políticos.
Sin embargo, la patria es
mucho más. No sólo es aquella a quien
cantara el bate Ricardo Miró (“…la patria son los viejos senderos retorcidos que el pie, desde la infancia, sin tregua
recorrió”), sino la misma que filósofos como Moisés Chong Marín, a través del
poema de Miró, descubre para nosotros. Interesa, digo, no sólo quedarnos en la
descripción gélida y formal del diccionario, sino avanzar hacia la visión
sociológica que ella entraña, para que noviembre no siga siendo sólo repicar de
tambores, eco de cornetas y discursos huecos durante el décimo primer mes del
año.
2.
NACIÓN Y DEMOCRACIA. Panamá es una nación multiétnica, porque aquí
coexisten varias naciones en una sola; grupos heterogéneos que al darse un
abrazo, unidos por el Estado, dan cuerpo
a eso que llamamos panameñidad. La tierra de los ngäbe-buglé, embera- wounan,
afropanameños y orejanos de Azuero, entre otros. Todos somos Panamá, no sólo
porque así lo pregonan los íconos más representativos (escudo, himno y bandera),
sino porque contamos con una comunidad nacional cuya labor colectiva genera una
riqueza que se estima en 46 mil millones de balboas anuales. Y conste que nada
más somos 4 millones de personas ubicadas sobre una geografía que no llega a
los 80 mil kilómetros cuadrados. El mismo
país en donde sólo el canal aporta al fisco una suma que supera los 1,000
millones de balboas anuales, sin contar las contribuciones del turismo y otros
rubros nacionales.
Si la patria es sentimiento,
también es razón. Y aquí como en otros temas, el éxito sólo se logra si la
primera no someta a la segunda; porque cuando la patria es únicamente emoción,
corremos el riesgo de caer en la pose sensiblera, mucho amor pero pocas luces.
Por eso pregonamos la necesidad de un balance adecuado entre ambos. Sí, hay que
amar a Panamá, pero también decirle al oído los proyectos que han quedado
inconclusos y que necesitan ser enrumbados.
La nación de don Justo
Arosemena y la del Dr. Belisario Porras Barahona Cavero De León, el nieto de
Mime (Francisca De León Moscoso) necesita respirar nuevos aires, renovarse como
la sierpe que se muda de piel cuando ya no la necesita. Hay que decirlo, la
mayor tragedia del Istmo es haberse quedado sin proyecto de nación. En su andar
como república hay quien habla de democracia política, olvidando que ésta no
sólo es el ejercicio del voto, sino el árbol pródigo que debe distribuir entre
sus hijos el fruto de su parición.
Que hay malos panameños, no lo
dudo; que la mayoría se levanta con los rayos de la aurora para edificar la
casa común, esa es otra verdad; la que a
veces se intenta ocultar bajo la vocinglería matutina de quienes, profesionales
del doble discurso, dicen una cosa y hacen otra. Esos panameños, los menos, son
la antipatria, el muladar de la nación. Pero en fin, no perdamos el tiempo
ocupándome de ellos porque el progreso y la
esperanza nacional siempre brillarán; como el Lucero del Sur, que en
nuestra tierra invariablemente asoma su rostro matutino sobre las feraces
tierras de la austral Pedasí. Estoy convencido que la democracia, la libertad y
la justicia son más que una entelequia, más que un escurridizo tipo ideal. Sin
duda constituyen la saloma libertaria de la nación, el Panamá por construir y
la chicha de junta de la decencia y la nobleza de espíritu.
3.
LA NACIÓN DE LOS OREJANOS. Si la patria es de todos y para todos,
como pregona el conocido axioma nacional, entonces los que habitamos la Península
de Azuero tenemos derecho a mejor calidad de vida, porque de lo contrario, parece
que alguien se está quedando con la tajada del desarrollo que nos corresponde.
Los peninsulares, aquellos que
moramos en este cuadrilátero terrestre que se interna al Océano Pacífico, somos
tan panameños como los demás. En la República de Panamá tenemos un espacio
ganado a lo largo de quinientos años de construcción cultural y social.
Sin embargo, en la patria
chica de 200 mil personas que habitan las provincias de Herrera y Los Santos, hay algunas carencias
que es preciso tener presentes. En efecto, desde el Siglo XX son notables los
avances en educación, salud y vivienda, aunque no logramos perfeccionar nuestro
desarrollo. Sí, hemos de amar la tierra natal de Francisco Gutiérrez, Rufina
Alfaro, Pedro Goytía Meléndez, Belisario Porras Barahona, Bibiana Pérez, Manuel
F. Zárate, Sergio González Ruiz, Zoraida Díaz Chamizo, Francisco Samaniego y Ofelia
Hooper Polo.
Pero como acontece con la
república, ese sentimiento por la tierra raizal tiene que conducirnos a cantar
nuestros lauros de gloria e introducirnos en los fastos de zona istmeña que
reconoce sus carencias. En efecto, preocupa en estos lares el incremento de la
depredación ambiental y cultural que vivimos. Dimos un salto cualitativo durante
el Siglo XX, centuria cuando la apertura regional se hizo más evidente, pero
sin planificación alguna. Y al hacernos más ciudadanos del mundo descuidamos la
herencia histórica y cultural de nuestros ancestros, porque nos deslumbró el
brillo efímero de la modernidad. Deseosos de vivir otros mundos, algunos
confundieron el perfume francés con el aroma de la flor de cabanga. Ese es un
lastre que arrastramos durante el Siglo XXI y que se ha traducido en la
mercantilización de nuestras expresiones más vernáculas. El folclor adulterado
se ha convertido en una máquina para hacer dinero, esa es una de nuestras
trgedias contemporáneas.
La otra destrucción que corroe
la zona la constituye la depredación ambiental que ha reducido los bosques
peninsulares al 6% del territorio. Flora y fauna que languidecen mientras los
manglares desaparecen, la minería depredadora muestra sus colmillos y los ríos
se convierten en cloacas inmundas.
4.
NOVIEMBRE. Los tiempos cambian y deseamos para la patria
de Buenaventura Correoso una nueva manera de hacer las cosas, un país dichoso e
inspirado en la magia que se respira en la región azuerense durante el décimo primer
mes del año. Hablo del encanto peninsular que representa la profusión de
campanillas veraneras, madroños blancos y guayacanes de amarillo intenso, como
si Natura fuera toda ella el espino amarillo de la fraternidad. Amemos la savia
vivificadora de la patria con esos vientos alisios que pregonan el estío y
anuncian que el Redentor nacerá otra vez en el pesebre. Henchido de la magia
novembrina, así debiera avizorar el panameño el mundo para sí y para los demás,
porque los istmeños creemos en la comunión de los espíritus, el respeto por el
entorno y la calidad de vida para cada uno de sus hijos.
Si noviembre nos ha de ser
útil, es para pensar la patria, para que el accionar de quienes transitan los
senderos de la vida no traicione el legado de los que yacen en los camposantos.
De Punta Burica, en Chiriquí, a Palo de
Las Letras, en Darién; y de la costa atlántica a la pacífica, urge creer en la
panameñidad, tener fe en nuestras potencialidades como nación, en suma,
fortalecer nuestra autoestima colectiva.
Emulemos a la pareja de
campesinos interioranos que se levantan temprano, mucho antes de que nazca el
sol, porque comprenden que laborando es como se construye la nación. No hay
pose estudiada en ellos, ni hacen gala de símbolos de estatus porque reconocen
su propia valía de orejanos por los campos de la patria. Menos teoría y más
práctica. Allí está la verdadera visión de patria, la argamasa histórica y
cultural con la se construye la nación. Y eso es precisamente lo que
conmemoramos en noviembre: el triunfo de la fortaleza, el legado de los
ancestros y la certeza de que los panameños viviremos por siempre mientras
comprendamos que la patria no se puede amar de mentiras y que ella reclama de
nosotros el mejor de nuestros esfuerzos individuales y colectivos.
......mpr...
Disertación
en el Ministerio Púbico de Las Tablas, 30 de octubre de 2015.
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