"No
se puede entender a Rusia con la razón, no se puede medir en yardas. Tiene un
carácter especial, en Rusia, sólo se puede creer".
Siempre he amado este noble fragmento de un poema
creación de un connotado bardo de la tierra de los zares porque el mismo me
hace reflexionar sobre mis propios lares y el pensamiento de mi gente; porque
es difícil comprender la mentalidad de nuestros coterráneos, muchas veces
totalmente errática, barnizada, pero carente de toda forma y solidez, otras
veces imbuida de un supuesto amor por la cultura, tergiversado en la borrachera
de la juerga y otras veces postulante de un arte soso y mal enjalmado,
ofreciendo pan en unos sitios, mientras se carece en trigo en los propios.
No se puede entender a esta nación con medidas o
encuestas, ni con meses raciales, ni festivales a raudales, primero hay que
comprender a la patria chica y entender su engranaje en el conjunto de su
multietnicidad.
A veces, para que la seda del entendimiento roce la
esterilla mental de algunos, es necesario descender a su vocablo coloquial y
hacer malabares con las palabras para que algo de luz entre al oscuro tugurio
de ideas que flota en sus cabezas.
Tal vez sea culpa de nuestra multiculturalidad lo que nos
hace tan diferentes y lo que a veces en vez de unirnos, nos aleja, tal vez lo
sean otros factores más o menos educativos o sociales, lo cierto es que tenemos
un carácter especial, y a veces, al igual que Rusia, solo podemos creer para
confiar en días mejores en que dejemos de vender el alma por tres pesos,
empecemos a valorarnos y a ser autocríticos, pues barriendo las hojas de
nuestros mangos podremos hablar sobre la hojarasca de los cortijos vecinos. No
se puede entender con la razón lo baladí, lo fatuo, la inconsciencia y la desunión
entre hombre y natura en nuestra propia morada, clamando esta última por
piedad.
CANAJAGUA, ha sido traicionado por sus propios vástagos,
por quienes serviles le venden, cuales fenicios, en el mercado de esclavos y le
embarcan hacia la deriva en que yace
nuestro terruño de incomprensiones y desencantos. Nos estamos pudriendo, porque
las bases del santeñismo tambalean entre las manos de los que tienen muy poca o
ninguna noción de gobierno y justicia.
¿A quiénes damos el privilegio de regir los destinos de
la patria de Porras, a quiénes concedemos el caro honor de izar la gran nación?
Primero Cerro Quema y ahora Canajagua, heridos
sagazmente, a traición, apuñalados con la rúbrica de sus propios retoños y la
miseria colectiva del mercantilismo.
¡Cuán difícil y trabajosa faena puede ser el tratar de
entender a nuestra gente!
¿Es que acaso la ignorancia ríe a carcajadas y junto al
cinismo nos hace muecas desde la comodidad del negociado de algunos?
Es que mi corazón orejano no quiere creer lo que los ojos
leen, porque al igual que Céspedes, prefiere que un dardo lo atraviese o que un
alfanje cercene las entrañas del cuerpo adolorido, antes que resignarse a la
pérdida paulatina y mordaz de los grandes símbolos de la tierra de las
nostalgias. Un lamento se escucha en el monte, las mejoranas han enmudecido y la
cascá no ha salido a volar, se han guardado todas las polleras, los diablicos
han dejado caer sus castañuelas, los violines no tocan sollozos más y el
acordeón de Gelo prefiere callar. Los versos de Sergio se desgranan al mirar al
promontorio gritar, malherido, avasallado..., Los Santos está de luto, su cielo
se ha tiznado de lóbregas cenizas y muchos, sí, muchos queremos llorar...
Antonio Pinzón-Del Castillo
Poeta y escritor
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