Don Justo Arosemena Quesada |
Don Francisco Céspedes Alemán |
1. La actual coyuntura
histórica es propicia para hacer alusión a dos grandes hombres nacidos en la República
de Panamá; ahora que vemos cómo se diluye, entre la intrascendente y banal
política criolla, la suerte de la nación. Todo acontece en el mismo istmo que
partió la masa oceánica en dos y ha sido joya codiciada por potencias
económicas y políticas de antaño y hogaño. Es decir, en la importante zona canalera
del comercio y las comunicaciones del mundo globalizado. Porque el nuestro
siempre ha sido un país tempranamente mundializado, cuyo aparente destino
transitista no pocas veces le impide mirar hacia adentro, auscultar las
oquedades, apreciar el mundo interno que constituya la nación y valorar los
prohombres que con su quehacer han dado vida a la panameñidad.
Debo afirmar que a
lo largo de nuestra historia nunca han faltado panameños luminosos, seres que
cargan en sus motetes existenciales algún proyecto de vida, el que no solo es individual,
sino colectivo. Personajes que dejan huella y su legado trasciende la
desaparición física, porque la desbordan en misión y visión. Tales los casos de
don Justo Arosemena Quesada y Francisco Céspedes Alemán, de cuyas vidas me
ocuparé en las reflexiones que recojo en estas cuartillas.
Hay que recordar
que en el presente año se cumple el bicentenario del natalicio de don Justo,
teórico de la nacionalidad istmeña, así como veinte años de la desaparición
física de don Francisco; pedagogo tableño cuyo legado ha de ser justipreciado
por los defensores del Panamá que huele a marismas canaleras, pero también por el
país que mora en las cordilleras y las calcinadas sabanas antropógenas.
2.
Don Justo Arosemena Quesada
(1817-1896)
El hijo de Mariano
Arosemena y Dolores de Quesada nació en la ciudad de Panamá el 9 de agosto de
1817. Doctor en Derecho por la Universidad de Magdalena y del Istmo, ocupó relevantes
cargos del Panamá decimonónico, desde diputado ante la Cámara Provincial de
Panamá (1850-1851) hasta Gobernador del Estado de Panamá (1855), presidente de
la Convención Nacional de Río Negro (1863), Senador al Congreso de Colombia
(1865), diplomático en Gran Bretaña, Estados Unidos de Norteamérica y Francia,
así como abogado consultor de la Compañía del Ferrocarril de Panamá (1880).
Fallece el ilustre patricio en la ciudad de Colón el 23 de febrero de 1896.
El doctor
Arosemena Quesada es un atípico istmeño del siglo XIX, porque, en verdad,
durante tales calendas no abundan connacionales que escalen tan altas cumbres
del pensamiento. Incluso en el seno de su propia clase social, se mora hasta
cierto punto aislado de los grandes debates teóricos que se cuecen en Europa y
en la capital que se asienta en las riberas del Potomac. En cambio, la ciudad
de Panamá es aún rural, hasta cierto punto pedestre, y subsiste todavía bajo el
pesado fardo de la herencia colonial.
La producción
bibliográfica de don Justo rebasa con creces las expectativas intelectuales de
su entorno. A la edad de 23 años publica Apuntamientos
para la introducción a las ciencias morales y políticas” (1840). A partir
de allí vemos aparecer otros títulos, tales como: Examen sobre la franca comunicación entre los océanos (1846), Principios de moral política (1849), El Estado Federal de Panamá (1855), Código de moral fundada en la naturaleza del
hombre (1860), Estudio sobre una idea
de una liga americana (1864), Constituciones
políticas de América Meridional (1870) y La institución del matrimonio en Reino Unido (1879). Conocemos,
también, de la existencia de extraviado tomo dedicado a la sociología,
disciplina de la que es zapador y exponente del positivismo americano.
El pensamiento de
don Justo forma parte de lo más representativo de la inteligencia americana,
baste decir que José Martí, el apóstol de la independencia cubana y autor de Ismaelillo (texto rebosante de ternura, que no sé por qué
me recuerda a Juan Ramón Jiménez en Platero
y yo). De forma categórica afirmó el escritor cubano: “Hay que leer a Hostos y Arosemena”. Martí hacía alusión al
panameño, pero también a Eugenio María de Hostos (1839-1903), filósofo,
sociólogo y educador puertorriqueño.
A propósito del
caribeño, Arosemena también es teórico de Nuestra América. De ideas liberales,
aunque de un liberalismo lúcido y punzante que atalaya desde nuestras tierras
las intenciones de imperios europeos y de la naciente hegemonía estadounidense.
Ya sabía el panameño que el águila norteña aspiraba a someter a los inexpertos
cóndores al sur del río Bravo. En este sentido el pensamiento de Arosemena se
torna tempranamente antiimperialista, así como heredero del bolivarismo, del
que mucho se habla y poco se emula. Y ya sabemos que los temores de Arosemena
Quesada se convirtieron en cruda realidad.
El hombre que es arquetipo
del abogado nacional va forjando, a través de sus escritos, una teoría de la
nacionalidad que plantea autonomía ístmica y federalismo. Leer El Estado federal de Panamá es la
concreción de esa visión, porque en el fondo constituye apología istmeña,
conciencia de un mundo distinto al colombiano. La perspectiva histórica,
geográfica, política y sociológica de don Justo se anticipa en casi media
centuria a los sucesos de 1903.
Arosemena es un
típico hombre del siglo XIX, época de influjo político de la Revolución
Francesa, desarrollo científico, industrialización y fe ciega en el progreso
como destino del hombre. Muy a tono con las corrientes del utilitarismo de
Jeremías Bentham (1748-1832) y el positivismo de Augusto Comte (1798-1857),
encontramos a un panameño cogitando desde las faldas del cerro Ancón y sito en
la zona del intramuros citadino. Sí, habla bien alto de don Justo que éste
postulara desde el Istmo la misma tesis filosófica de Augusto Comte, es decir,
del positivismo, sin haber leído, quizás, al genio francés.
Multifacético es
el trajinar intelectual del panameño que además de experto en derecho, ciencia
política y diplomacia, también se desempaña como periodista y aún saca tiempo
para realizar labores docentes y opinar sobre la educación de su tiempo. Fue
periodista en Perú, en la tierra que vio nacer al Amauta (José Carlos
Mariátegui), nación en la que quedaron plasmadas sus reflexiones en periódicos
como El Tiempo y El Peruano.
Talvez uno de las facetas menos comentados de don
Justo sea su labor educativa. Fue catedrático en el Colegio del Istmo, considerada
de las primeras instituciones educativas del istmeño siglo XIX. La labor
docente la ejerce hasta el año 1842 cuando se ve precisado a abandonar Panamá y
refugiarse en Perú, como ya hemos indicado.
A propósito de la
educación, en su época reivindicaba y daba prioridad a las escuelas primarias,
antes que a las llamadas escuelas dominicales para adultos; porque, decía, que en
aquéllas están las generaciones constituidas “por el tierno vástago que puede cultivarse a nuestro placer y en que
puede y debe fundarse la esperanza de la patria”. Y en ese mismo texto de la década del
cuarenta del siglo XIX, denominado “Escuelas
primarias: verdadero germen de la instrucción de las masas”, lanza una
frase lapidaria sobre la influencia del carácter del panameño en la educación
andragógica. Le cito: “Entre nosotros la
causa de la ignorancia es la desidia, y ésta no se cura con escuelas. Así el
hombre que a nadie tiene que dar cuenta de su conducta, prefiere pasear o
embriagarse el día festivo, a sujetarse a unas lecciones que deben serle muy
penosas”.
Si bien el doctor
Arosemena no es un pedagogo, en el sentido actual del vocablo, no cabe duda de
que su vida estuvo signada por su vocación de enseñanza, porque no otra cosa
son sus textos, las herramientas a través de las cuales plasma su visión de
mundo. En efecto, él imparte clases y de la mejor manera, permitiendo que el
lector revise el texto las veces que estime conveniente, dejando para la
posteridad el retrato escrito del mundo que lo tocó vivir. Ese mundo istmeño en
el que impulsa el rol de las bibliotecas públicas, una de las cuales contribuye
a fundar.
El doctor Justo
Arosemena Quesada ha legado no solo el ejemplo de vida, la muestra palpable del
amor a la tierra que le vio nacer, sino una copiosa producción que refleja la
existencia de un cerebro cultivado y comprometido con su época y su gente.
3.
Francisco Céspedes Alemán (1906-1997)
El santeño nace en
la ciudad de Las Tablas el 2 de enero de 1906, una década después del
fallecimiento de don Justo Arosemena Quesada. Crece en el ambiente propio de la
época, en un poblado con muchas carencias, pero grandes valores. En este
sentido Céspedes es un típico campesino santeño que desde su infancia se asoma
a un mundo lleno de ruralidad, con algunos ecos de la apartada ciudad a la que
llaman Panamá; pequeña urbe istmeña que para la mayoría de los paisanos parecía
distante, urbana e inalcanzable.
El hijo de doña
Estefana Alemán Espino y Daniel Céspedes García realiza los estudios primarios
en su pueblo natal. En el año 1924 se titula de maestro en el Instituto
Nacional. Tuvo sus primeras experiencias docentes en los poblados de Guararé y
Las Tablas, para emprender luego una labor docente que perfecciona en la
Universidad de Columbia, Estados Unidos de Norteamérica.
En el ramo de la
instrucción el tableño inicia desde la base del sistema educativo, para pasar a
ocupar posiciones en colegios secundarios e impartir cátedra en la Universidad
de Panamá. Baste indicar que fue fundador de la Escuela de Educación de la Casa
de Méndez Pereira, así como director de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena,
asesor del Ministerio de Educación y presidente de la Comisión Coordinadora de
la Educación Nacional.
Con una
experiencia como la indicada, don Francisco Céspedes Alemán García Espino está
preparado para ocupar otros cargos administrativos. Desde esta perspectiva se
comprende que el tableño pase a formar parte de organismos internaciones.
Propósito que concretiza al inicio de la década del cuarenta del siglo XX. En
efecto, comienza a formar parte de la Organización de Estados Americanos
(O.E.A) en temas propios de su especialidad, pero ahora en un marco más amplio
y universal. Allí se forma y escribe sobre la educación en América y participa
en múltiples eventos académicos.
Céspedes Alemán
posee múltiples escritos, pero me referiré a uno en particular, el tomo 4 de la
Biblioteca de la Cultura Panameña que ve la luz bajo el título de La Educación en Panamá (Panorama Histórico y
Antología). En 470 páginas el
lector puede recorrer la historia educativa del Istmo, desde las propias
reflexiones del doctor Céspedes, hasta la maravillosa antología que aparece
como anexo. Es más, pareciera que el pedagogo tableño sentía que el volumen era
una deuda para con el país que le vio nacer y el texto viene a concretizar el
anhelo de un hombre de quehaceres más universales.
El doctor
Francisco Céspedes fallece en la ciudad de Washington el 19 de octubre de 1997
dejándonos no solo el ejemplo de vida proba, sino el legado de un maestro que
supo ser santeño, panameño y americanista.
4.
Aporte de dos panameños sobresalientes
Para valorar el
legado de los prohombres en mención, debemos comprender que estamos ante dos
momentos históricos y un mismo propósito, el de empujar desde el Istmo la
redención de la patria. Ninguno de ellos es un político en el sentido
tradicional del vocablo, ambos son hombres de letras y con mentes que han
degustado lo mejor del pensamiento que les tocó vivir. Ellos no son fogosos
oradores que en la tribuna intentan convencer a nadie, al estilo de la
contemporaneidad istmeña; al contrario, su púlpito es el libro, la disciplina
del pensamiento, la sacralidad de las ideas que pueden ser desmitificadas y
vueltas a su transitoria sacralidad.
Los dos pertenecen
a lo mejor de sus respectivas generaciones, el primero como teórico de la
nacionalidad y, el segundo, como pedagogo que está convencido que las
transformaciones sociales vendrán por la redención del alfabeto. En este
sentido ambos son típicos liberales de la centuria que transcurre entre 1850 y
1950, herencia de España y Colombia a la que se enfrentó la nueva república
canalera.
Desde un punto de
vista sociológico, Arosemena es un istmeño del intramuros capitalino y
pertenece a la clase social heredera del poder que se asienta en San Felipe. Podemos
decir que es un patricio. Por su parte, Céspedes es nativo del Panamá profundo,
un hombre de la minúscula ciudad santeña que en la infancia del biografiado apenas
si posee caracteres urbanos. Uno es la hechura del transitismo, mientras que el
otro encarna al interiorano raizal que con luces propias intuye la existencia de
otro mundo por conocer. Mientras Céspedes tiene la fuerza interior del
Canajagua, Arosemena otea el mundo desde el cerro Ancón. Desde miradores
diferentes tales istmeños empujan la panameñidad y se congratulan de vivir en
la tierra que los vio nacer.
Sin coexistir
físicamente, porque cuando nace Céspedes ya Arosemena había fallecido, amos son
la síntesis de dos mundos diferentes, aunque vinculados, y sin querer nos
brindan una lección de convivencia. El único vínculo real de Arosemena con la
tierra del tableño aparece cuando suprime la antigua provincia de Azuero, hacia
el año 1855, y surge El Estado Federal de Panamá. Es más, son los liberales los
que crean la provincia en 1850, en honor al doctor Vicente Azuero y Plata.
Importante resulta
comprender, en la evolución del pensamiento de los istmeños en mención, lo que
podríamos llamar la quiebra epistemológica del enclaustramiento de sus
respetivas clases sociales. En efecto, ellos promueven la ruptura con el
tradicionalismo del intramuros y la ruralidad santeña haciendo que el
pensamiento adquiera un vuelo hacia temas más ecuménicos; hacia un americanismo
liberador que don Justo concibe desde su ética política y ciudadana y que el
tableño defiende desde teorías pedagógicas que superan la visión comarcal.
Pensar la nación
al estilo de Céspedes y Arosemena, nunca ha sido fácil. Y esa dificultad no
estriba en la capacidad intelectual de quien medita, sino en la existencia de
una socialización istmeña que fomenta la cultura del zángano, además de cierto
fatalismo nacional que nos impulsa a la derrota, sin haber intentado pellizcar
lo imposible.
Comencemos por
hacerles justicia, recordándoles, pero también emulándolos. En este sentido el
doctor Arosemena ha sido más reconocido, porque no pocas instituciones
nacionales llevan su nombre. Creo, al
respecto, que es un acto de justicia ponderar también al doctor Céspedes,
porque si la provincia santeña ha tenido a Porras, Zárate y González Ruiz,
también necesita valorar a Céspedes. Y ha de hacerlo, porque tal reivindicación
es un imperativo ético, un deber para con la inteligencia y las generaciones
presentes y futuras. Sé que hace un tiempo se sugirió que el campus provincial
de la Universidad de Panamá llevase el nombre del egregio personaje, idea
luminosa que daría lustre a la Casa de Méndez Pereira y que en algún momento
habrá que retomar. Sin embargo, ya sea que sea ese lugar u otro, el sitio debe
tener la prestancia suficiente como para llevar el nombre del meritorio hijo de
Las Tablas.
En muchos aspectos
Panamá es aún un país por conquistar. Arosemena y Céspedes lo piensan en
grande, superan enclaustramientos parroquiales y por eso brillan con luz
propia. Ellos saben ser ágora, pero también totuma. A lo mejor se les pueden
endilgar algunas críticas, malas o bien fundadas, pero nadie mira un cocuyo en
una noche estrellada. Por eso y otros motivos, desde este auditorio tableño,
saludamos la trayectoria de vida de don Justo Arosemena Quesada y Francisco
Céspedes Alemán.
Milcíades Pinzón Rodríguez
19
de octubre de 2017.
Desde
las faldas de cerro El Barco, sito en la Villa de Los Santos
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