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24 octubre 2017

EL LEGADO DE JUSTO AROSEMENA QUESADA Y FRANCISCO CÉSPEDES ALEMÁN



Don Justo Arosemena Quesada

Don Francisco Céspedes Alemán

1. La actual coyuntura histórica es propicia para hacer alusión a dos grandes hombres nacidos en la República de Panamá; ahora que vemos cómo se diluye, entre la intrascendente y banal política criolla, la suerte de la nación. Todo acontece en el mismo istmo que partió la masa oceánica en dos y ha sido joya codiciada por potencias económicas y políticas de antaño y hogaño. Es decir, en la importante zona canalera del comercio y las comunicaciones del mundo globalizado. Porque el nuestro siempre ha sido un país tempranamente mundializado, cuyo aparente destino transitista no pocas veces le impide mirar hacia adentro, auscultar las oquedades, apreciar el mundo interno que constituya la nación y valorar los prohombres que con su quehacer han dado vida a la panameñidad.
Debo afirmar que a lo largo de nuestra historia nunca han faltado panameños luminosos, seres que cargan en sus motetes existenciales algún proyecto de vida, el que no solo es individual, sino colectivo. Personajes que dejan huella y su legado trasciende la desaparición física, porque la desbordan en misión y visión. Tales los casos de don Justo Arosemena Quesada y Francisco Céspedes Alemán, de cuyas vidas me ocuparé en las reflexiones que recojo en estas cuartillas.
Hay que recordar que en el presente año se cumple el bicentenario del natalicio de don Justo, teórico de la nacionalidad istmeña, así como veinte años de la desaparición física de don Francisco; pedagogo tableño cuyo legado ha de ser justipreciado por los defensores del Panamá que huele a marismas canaleras, pero también por el país que mora en las cordilleras y las calcinadas sabanas antropógenas.

2. Don Justo Arosemena Quesada (1817-1896)

El hijo de Mariano Arosemena y Dolores de Quesada nació en la ciudad de Panamá el 9 de agosto de 1817. Doctor en Derecho por la Universidad de Magdalena y del Istmo, ocupó relevantes cargos del Panamá decimonónico, desde diputado ante la Cámara Provincial de Panamá (1850-1851) hasta Gobernador del Estado de Panamá (1855), presidente de la Convención Nacional de Río Negro (1863), Senador al Congreso de Colombia (1865), diplomático en Gran Bretaña, Estados Unidos de Norteamérica y Francia, así como abogado consultor de la Compañía del Ferrocarril de Panamá (1880). Fallece el ilustre patricio en la ciudad de Colón el 23 de febrero de 1896.
El doctor Arosemena Quesada es un atípico istmeño del siglo XIX, porque, en verdad, durante tales calendas no abundan connacionales que escalen tan altas cumbres del pensamiento. Incluso en el seno de su propia clase social, se mora hasta cierto punto aislado de los grandes debates teóricos que se cuecen en Europa y en la capital que se asienta en las riberas del Potomac. En cambio, la ciudad de Panamá es aún rural, hasta cierto punto pedestre, y subsiste todavía bajo el pesado fardo de la herencia colonial.
La producción bibliográfica de don Justo rebasa con creces las expectativas intelectuales de su entorno. A la edad de 23 años publica Apuntamientos para la introducción a las ciencias morales y políticas” (1840). A partir de allí vemos aparecer otros títulos, tales como: Examen sobre la franca comunicación entre los océanos (1846), Principios de moral política (1849), El Estado Federal de Panamá (1855), Código de moral fundada en la naturaleza del hombre (1860), Estudio sobre una idea de una liga americana (1864), Constituciones políticas de América Meridional (1870) y La institución del matrimonio en Reino Unido (1879). Conocemos, también, de la existencia de extraviado tomo dedicado a la sociología, disciplina de la que es zapador y exponente del positivismo americano.
El pensamiento de don Justo forma parte de lo más representativo de la inteligencia americana, baste decir que José Martí, el apóstol de la independencia cubana y autor de Ismaelillo  (texto rebosante de ternura, que no sé por qué me recuerda a Juan Ramón Jiménez en Platero y yo). De forma categórica afirmó el escritor cubano: “Hay que leer a Hostos y Arosemena”. Martí hacía alusión al panameño, pero también a Eugenio María de Hostos (1839-1903), filósofo, sociólogo y educador puertorriqueño.
A propósito del caribeño, Arosemena también es teórico de Nuestra América. De ideas liberales, aunque de un liberalismo lúcido y punzante que atalaya desde nuestras tierras las intenciones de imperios europeos y de la naciente hegemonía estadounidense. Ya sabía el panameño que el águila norteña aspiraba a someter a los inexpertos cóndores al sur del río Bravo. En este sentido el pensamiento de Arosemena se torna tempranamente antiimperialista, así como heredero del bolivarismo, del que mucho se habla y poco se emula. Y ya sabemos que los temores de Arosemena Quesada se convirtieron en cruda realidad.
El hombre que es arquetipo del abogado nacional va forjando, a través de sus escritos, una teoría de la nacionalidad que plantea autonomía ístmica y federalismo. Leer El Estado federal de Panamá es la concreción de esa visión, porque en el fondo constituye apología istmeña, conciencia de un mundo distinto al colombiano. La perspectiva histórica, geográfica, política y sociológica de don Justo se anticipa en casi media centuria a los sucesos de 1903.
Arosemena es un típico hombre del siglo XIX, época de influjo político de la Revolución Francesa, desarrollo científico, industrialización y fe ciega en el progreso como destino del hombre. Muy a tono con las corrientes del utilitarismo de Jeremías Bentham (1748-1832) y el positivismo de Augusto Comte (1798-1857), encontramos a un panameño cogitando desde las faldas del cerro Ancón y sito en la zona del intramuros citadino. Sí, habla bien alto de don Justo que éste postulara desde el Istmo la misma tesis filosófica de Augusto Comte, es decir, del positivismo, sin haber leído, quizás, al genio francés.
Multifacético es el trajinar intelectual del panameño que además de experto en derecho, ciencia política y diplomacia, también se desempaña como periodista y aún saca tiempo para realizar labores docentes y opinar sobre la educación de su tiempo. Fue periodista en Perú, en la tierra que vio nacer al Amauta (José Carlos Mariátegui), nación en la que quedaron plasmadas sus reflexiones en periódicos como El Tiempo y El Peruano.
Talvez  uno de las facetas menos comentados de don Justo sea su labor educativa. Fue catedrático en el Colegio del Istmo, considerada de las primeras instituciones educativas del istmeño siglo XIX. La labor docente la ejerce hasta el año 1842 cuando se ve precisado a abandonar Panamá y refugiarse en Perú, como ya hemos indicado.
A propósito de la educación, en su época reivindicaba y daba prioridad a las escuelas primarias, antes que a las llamadas escuelas dominicales para adultos; porque, decía, que en aquéllas están las generaciones constituidas “por el tierno vástago que puede cultivarse a nuestro placer y en que puede y debe fundarse la esperanza de la patria”.  Y en ese mismo texto de la década del cuarenta del siglo XIX, denominado “Escuelas primarias: verdadero germen de la instrucción de las masas”, lanza una frase lapidaria sobre la influencia del carácter del panameño en la educación andragógica. Le cito: “Entre nosotros la causa de la ignorancia es la desidia, y ésta no se cura con escuelas. Así el hombre que a nadie tiene que dar cuenta de su conducta, prefiere pasear o embriagarse el día festivo, a sujetarse a unas lecciones que deben serle muy penosas”.
Si bien el doctor Arosemena no es un pedagogo, en el sentido actual del vocablo, no cabe duda de que su vida estuvo signada por su vocación de enseñanza, porque no otra cosa son sus textos, las herramientas a través de las cuales plasma su visión de mundo. En efecto, él imparte clases y de la mejor manera, permitiendo que el lector revise el texto las veces que estime conveniente, dejando para la posteridad el retrato escrito del mundo que lo tocó vivir. Ese mundo istmeño en el que impulsa el rol de las bibliotecas públicas, una de las cuales contribuye a fundar.
El doctor Justo Arosemena Quesada ha legado no solo el ejemplo de vida, la muestra palpable del amor a la tierra que le vio nacer, sino una copiosa producción que refleja la existencia de un cerebro cultivado y comprometido con su época y su gente.

3. Francisco Céspedes Alemán (1906-1997)

El santeño nace en la ciudad de Las Tablas el 2 de enero de 1906, una década después del fallecimiento de don Justo Arosemena Quesada. Crece en el ambiente propio de la época, en un poblado con muchas carencias, pero grandes valores. En este sentido Céspedes es un típico campesino santeño que desde su infancia se asoma a un mundo lleno de ruralidad, con algunos ecos de la apartada ciudad a la que llaman Panamá; pequeña urbe istmeña que para la mayoría de los paisanos parecía distante, urbana e inalcanzable.
El hijo de doña Estefana Alemán Espino y Daniel Céspedes García realiza los estudios primarios en su pueblo natal. En el año 1924 se titula de maestro en el Instituto Nacional. Tuvo sus primeras experiencias docentes en los poblados de Guararé y Las Tablas, para emprender luego una labor docente que perfecciona en la Universidad de Columbia, Estados Unidos de Norteamérica.
En el ramo de la instrucción el tableño inicia desde la base del sistema educativo, para pasar a ocupar posiciones en colegios secundarios e impartir cátedra en la Universidad de Panamá. Baste indicar que fue fundador de la Escuela de Educación de la Casa de Méndez Pereira, así como director de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, asesor del Ministerio de Educación y presidente de la Comisión Coordinadora de la Educación Nacional.
Con una experiencia como la indicada, don Francisco Céspedes Alemán García Espino está preparado para ocupar otros cargos administrativos. Desde esta perspectiva se comprende que el tableño pase a formar parte de organismos internaciones. Propósito que concretiza al inicio de la década del cuarenta del siglo XX. En efecto, comienza a formar parte de la Organización de Estados Americanos (O.E.A) en temas propios de su especialidad, pero ahora en un marco más amplio y universal. Allí se forma y escribe sobre la educación en América y participa en múltiples eventos académicos.
Céspedes Alemán posee múltiples escritos, pero me referiré a uno en particular, el tomo 4 de la Biblioteca de la Cultura Panameña que ve la luz bajo el título de La Educación en Panamá (Panorama Histórico y Antología). En 470 páginas el lector puede recorrer la historia educativa del Istmo, desde las propias reflexiones del doctor Céspedes, hasta la maravillosa antología que aparece como anexo. Es más, pareciera que el pedagogo tableño sentía que el volumen era una deuda para con el país que le vio nacer y el texto viene a concretizar el anhelo de un hombre de quehaceres más universales.
El doctor Francisco Céspedes fallece en la ciudad de Washington el 19 de octubre de 1997 dejándonos no solo el ejemplo de vida proba, sino el legado de un maestro que supo ser santeño, panameño y americanista.

4. Aporte de dos panameños sobresalientes

Para valorar el legado de los prohombres en mención, debemos comprender que estamos ante dos momentos históricos y un mismo propósito, el de empujar desde el Istmo la redención de la patria. Ninguno de ellos es un político en el sentido tradicional del vocablo, ambos son hombres de letras y con mentes que han degustado lo mejor del pensamiento que les tocó vivir. Ellos no son fogosos oradores que en la tribuna intentan convencer a nadie, al estilo de la contemporaneidad istmeña; al contrario, su púlpito es el libro, la disciplina del pensamiento, la sacralidad de las ideas que pueden ser desmitificadas y vueltas a su transitoria sacralidad.
Los dos pertenecen a lo mejor de sus respectivas generaciones, el primero como teórico de la nacionalidad y, el segundo, como pedagogo que está convencido que las transformaciones sociales vendrán por la redención del alfabeto. En este sentido ambos son típicos liberales de la centuria que transcurre entre 1850 y 1950, herencia de España y Colombia a la que se enfrentó la nueva república canalera.
Desde un punto de vista sociológico, Arosemena es un istmeño del intramuros capitalino y pertenece a la clase social heredera del poder que se asienta en San Felipe. Podemos decir que es un patricio. Por su parte, Céspedes es nativo del Panamá profundo, un hombre de la minúscula ciudad santeña que en la infancia del biografiado apenas si posee caracteres urbanos. Uno es la hechura del transitismo, mientras que el otro encarna al interiorano raizal que con luces propias intuye la existencia de otro mundo por conocer. Mientras Céspedes tiene la fuerza interior del Canajagua, Arosemena otea el mundo desde el cerro Ancón. Desde miradores diferentes tales istmeños empujan la panameñidad y se congratulan de vivir en la tierra que los vio nacer.
Sin coexistir físicamente, porque cuando nace Céspedes ya Arosemena había fallecido, amos son la síntesis de dos mundos diferentes, aunque vinculados, y sin querer nos brindan una lección de convivencia. El único vínculo real de Arosemena con la tierra del tableño aparece cuando suprime la antigua provincia de Azuero, hacia el año 1855, y surge El Estado Federal de Panamá. Es más, son los liberales los que crean la provincia en 1850, en honor al doctor Vicente Azuero y Plata.
Importante resulta comprender, en la evolución del pensamiento de los istmeños en mención, lo que podríamos llamar la quiebra epistemológica del enclaustramiento de sus respetivas clases sociales. En efecto, ellos promueven la ruptura con el tradicionalismo del intramuros y la ruralidad santeña haciendo que el pensamiento adquiera un vuelo hacia temas más ecuménicos; hacia un americanismo liberador que don Justo concibe desde su ética política y ciudadana y que el tableño defiende desde teorías pedagógicas que superan la visión comarcal.
Pensar la nación al estilo de Céspedes y Arosemena, nunca ha sido fácil. Y esa dificultad no estriba en la capacidad intelectual de quien medita, sino en la existencia de una socialización istmeña que fomenta la cultura del zángano, además de cierto fatalismo nacional que nos impulsa a la derrota, sin haber intentado pellizcar lo imposible.
Comencemos por hacerles justicia, recordándoles, pero también emulándolos. En este sentido el doctor Arosemena ha sido más reconocido, porque no pocas instituciones nacionales llevan su nombre.  Creo, al respecto, que es un acto de justicia ponderar también al doctor Céspedes, porque si la provincia santeña ha tenido a Porras, Zárate y González Ruiz, también necesita valorar a Céspedes. Y ha de hacerlo, porque tal reivindicación es un imperativo ético, un deber para con la inteligencia y las generaciones presentes y futuras. Sé que hace un tiempo se sugirió que el campus provincial de la Universidad de Panamá llevase el nombre del egregio personaje, idea luminosa que daría lustre a la Casa de Méndez Pereira y que en algún momento habrá que retomar. Sin embargo, ya sea que sea ese lugar u otro, el sitio debe tener la prestancia suficiente como para llevar el nombre del meritorio hijo de Las Tablas.
En muchos aspectos Panamá es aún un país por conquistar. Arosemena y Céspedes lo piensan en grande, superan enclaustramientos parroquiales y por eso brillan con luz propia. Ellos saben ser ágora, pero también totuma. A lo mejor se les pueden endilgar algunas críticas, malas o bien fundadas, pero nadie mira un cocuyo en una noche estrellada. Por eso y otros motivos, desde este auditorio tableño, saludamos la trayectoria de vida de don Justo Arosemena Quesada y Francisco Céspedes Alemán.

Milcíades Pinzón Rodríguez
19 de octubre de 2017.
Desde las faldas de cerro El Barco, sito en la Villa de Los Santos



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