¿Qué
es el santeñismo y cuáles son los resortes históricos y socioculturales que le
sustentan? Tal es el objetivo central de estas meditaciones que aspiran a
escudriñar su razón de ser. Acometemos este desafío en época preñada de
intensos cambios sociales y culturales; transformaciones que parecen hacer
añicos la existencia de la sociedad y cultura que floreció en la península de
Azuero, retazo de patria ubicado al oeste de la ciudad de Panamá.
La
cogitación se produce en tiempo de globalización económica, social, política y
cultural. La tesis subyacente plantea que la identidad nacional y regional se
constituye en importante valladar para contener los aspectos negativos que la
coyuntura histórica de mundialización implica. Volver sobre nuestros orígenes
podría contribuir a que las patologías sociales -expresadas en anomias
colectivas- tengan consecuencias menos traumáticas.
Conocer parte del
Panamá interiorano, como en el caso de la peninsular región santeña, bien puede
constituirse en muestrario de lo que acontece con otros grupos humanos que
pueblan el país multiétnico de Panamá.[1] En
efecto, luego de las descripciones cargadas de ruralidad que predominaron hasta
los años sesenta de la pasada centuria, se impone escudriñar los orígenes de
tal realidad, pero ahora en el marco de nuevos cambios sociales y culturales.
1. EL MARCO
SOCIOCULTURAL.
Durante los años
cuarenta de la pasada centuria floreció en el país la reflexión sobre el
sentido de la panameñidad.[2]
Surgió cuando la república vivía la influencia de diversas corrientes
ideológicas, el mercado interno estaba en expansión y grandes masas de
campesinos migraban hacia centros urbanos y áreas boscosas. Es decir, durante
tales calendas la herencia de la Colonia se ve remecida por innovaciones
sociales, culturales y económicas que incrementan la desnaturalización de las
esencias nacionales. Los cambios provienen de la ciudad canalera, así como de
factores exógenos, pero al mismo tiempo desde las provincias interioranas se
erosionan los controles del Panamá transitista y el interior comienza a
recorrer su propio derrotero. Estamos ante los primeros amagos de modernidad
nacional, al tiempo que un baño de orejanidad amenaza con tomarse la ciudad.
En América Latina
es tiempo de rumba cubana, pasillos ecuatorianos, bambucos del altiplano
bogotano y cumbia costeña. Vivimos el eco sonoro de los mariachis mexicanos, la
cueca chilena siembra en las conciencias del país sureño el sentido de
identidad, al mismo tiempo que en Panamá los tamboritos y los festivales
folclóricos pululan por doquier. Hay una búsqueda de lo que fuimos, valoración de
la herencia que nos permitiera asomar el rostro sin sentirnos amilanados. Ya en
el siglo XIX José Martí había escrito sobre Nuestra América, porque en
el plano político las sociedades aspiraban a otro mundo, democrático y
equitativo.[3]
Y es que tal concepción se vino forjando lentamente, superando estructuras
añejas del mundo rural que antaño era regido por la tierra, las ideas
religiosas y la burocracia calcada al estilo de la Madre Patria, siempre distante
y peninsular.
2.
GENESIS DEL FENÓMENO.
En
efecto, el Panamá colombiano y republicano intenta ser distinto a la Colonia,
porque acá también se vive el influjo de las nuevas ideas que hablan de
libertad, igualdad y fraternidad. La historia, la geografía y los intereses
imperiales van forjando dos identidades: la transitista y la orejana; vale
decir, la ruta del mundo y los núcleos humanos que moran allende la vía de
comunicación interoceánica. Ambas dialécticamente vinculadas, aunque con
especificidades idiosincráticas.
En
cambio, a 40 leguas de la ciudad de Panamá, se teje otro mundo: la cultura del
mestizaje que ha evolucionado en cuatrocientos años de historia, porque ya
existe una sociedad con identidad propia. La que podríamos denominar nación
orejana tiene el rostro que le distingue, porque el mismo se concretiza
hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII.[4] Tan
es así, que un siglo después el grupo hegemónico peninsular osa constituirse en
organismo político, al proclamar en el Grito Santeño la separación de la
metrópoli española.[5]
Sin
embargo, en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, surgen nuevos
desafíos para el grupo humano que ha poblado la península de Azuero. A saber,
el influjo de la economía radicada en la zona de tránsito, el arribo de nuevos
inmigrantes (asiáticos, españoles de nueva data, italianos, alemanes, hebreos,
etc.) y la presencia de los medios de comunicación y de transporte (telégrafo,
autos, prensa, carreteras, radio y televisión, etc.); sin olvidar el rol de los
centros educativos en las tres modalidades de enseñanza.
Nueva
época y nuevos tiempos, porque la vigésima centuria produjo más cambios
sociales y culturales que los registrados desde la llegada de los españoles. En
efecto, las transformaciones han puesto sobre el tapete la suerte del grupo
humano hispano-negro-indígena que asume como propia la forma de vida definida
como santeñismo.
3.
¿QUÉ ES EL SANTEÑISMO?
En
otro momento del cogitar sobre la zona del Canajagua he sugerido la existencia
de la nación orejana. He planteado que lo es, en tanto posee un grupo humano
con conciencia de sí mismo, historia, cultura y geografía. No hago referencia a
expresiones políticas, ni esbozo ninguna autarquía económica ni cosa que se le
parezca; y me alejo, también, de trasnochadas cosmovisiones regionalistas,
aldeanas y etnocéntricas.
Lo
cierto es que el santeñismo se ha venido decantando en quinientos años de historia.
Tiene su génesis hacia el Siglo XVI y logra su punto de arranque con la
fundación de la Villa de Los Santos el 1 de noviembre de 1569. A partir de allí se va estructurando como un
amasijo de cultura hispánica, indígena y negroide que se expresa -como ya
indicamos- hacia finales del Siglo XVII e inicios del XVIII. Importa subrayar
en este punto, la hegemonía cultural hispánica que le sirve de soporte, así
como de cuesco para el surgimiento del hombre mestizo que recrea una formación
social con profundos rasgos campesinos.[6]
El
santeñismo es, inicialmente, ruralidad pura; porque hasta inicios del siglo XX
los vínculos con el resto del mundo aún son escasos, sólo interrumpidos por
nexos mediante transporte de barcos, ocasionales visitas de extranjeros y un
mundo en donde el caballo fue por 400 años el medio de transporte por
antonomasia. Ese aislamiento relativo permitió que se cimentaran los rasgos
socioculturales que lo son propios y que aquí tratamos de identificar.
El
santeño creció en un mundo más rural que urbano. Y para él la ciudad siempre
fue un sitio de trámite, el lugar para resolver transitoriamente una necesidad
perentoria. Llama la atención que para el orejano el catolicismo como doctrina
religiosa nunca ha sido un conjunto de ideas que se profesan a conciencia,
porque el templo siempre estuvo en “el pueblo”, es decir, en ese lugar del
caserío, periférico al campesinado, al que se acude para conmemorar la
eucaristía dominical y el adiós postrero. Y aún en este último sentido, a lo
largo de la Colonia, las crónicas de las visitas de los obispos dejan
constancia de orejanos que moran en los campos, alejados de los santos
sacramentos y la vida urbana.[7]
Vital
resulta tomar en consideración otro elemento central de su personalidad
colectiva, me refiero a la posesión de la tierra, factor económico que antaño
era de uso comunal, pero que evoluciona hacia un tipo de estructura agraria con
tenencia minifundista. El rasgo adquiere relevancia, más allá de su concreción
física, porque los nexos con ella son la base sobre la que se edifican las
expresiones culturales, así como la conciencia de sí mismo. Esa posesión del
minifundio o parvifundio crea un sentido de identidad que subyace en su rica y
variada etnicidad. El folclor santeño es en gran parte la consecuencia de tal
estructura socioeconómica.
En
una sociedad de tal jaez, ha obrado sobre ella la argamasa del catolicismo.
Porque no cabe duda de que, hasta mediados del siglo XX, la religión católica
ha sido factor dominante en la cosmovisión comarcal, al punto que podemos
atribuir a ella parte de los rasgos del conservadurismo que parece distinguir
al habitante peninsular. Por eso las festividades religiosas, como las
procesiones, rogativas y eucaristías, continúan siendo parte fundamental del
quehacer comunitario. En efecto, aún hoy, la concepción escatológica muestra
las huellas de una visión hebrea de la vida y de la muerte.
El
santeñismo es una mezcla de culturas que se acrisolan para mostrar el rostro de
la orejanidad. Porque al par que el ser vive con el temor de Dios, demuestra predilección
desmesurada por el uso del tiempo libre, del ocio, del quehacer lúdico. En
particular tal postura es evidente en las celebraciones de las fiestas -de
toros, carnavales, violines y acordeones- a las que dedica tiempo y recursos.
Ya veremos cómo este elemento de la personalidad colectiva da cuenta de un
hedonismo que se constituye en elemento perturbador de sus logros
socioculturales.
Los
vínculos que establece con la tierra, en tanto agricultor y ganadero alejado de
la burocracia transitista, crea un ser independiente que hace gala de una ética
laborar que mira con desdén la práctica de la denigrante molicie. Así vemos
también el surgimiento de una mujer espartana, responsable de la socialización
de los niños y ecónoma del hogar.[8] Desde
esta misma perspectiva hay que comprender los rasgos supuestamente machistas
del orejano, así como el surgimiento de la práctica de la guapería como fenómeno
sociológico y psicológico.[9]
Este
mismo enfoque analítico nos permite adentrarnos a otra dimensión importante de
su mundo interior. En efecto, la soledad del campo induce en el santeño la
introspección, la sobrevaloración de la tierra y un espíritu altamente sensible
a ella; porque el minifundio, además de ser el crisol de su rico folclor,
genera un apego a lo suyo que se traduce en danzas, cantos y literatura
regional e incluso en valoraciones ornitológicas.[10]
El
siglo XX fue fundamental para su cosmovisión, ya que la ruptura o quiebra de
ese élan vital recrea las añoranzas y pone en evidencia las secuelas sobre su
alma campesina. Hay un retorno a un mundo mítico que en el plano psicológico se
experimenta como cabanga, melancolía y agridulce sensación de pesar individual
y colectivo.[11]
En efecto, la cabanga es lo que mora detrás de gran parte de la literatura
ruralista del siglo XX. Por tal razón es viable plantear la existencia de la neocabanga
del último tercio del siglo vigésimo y comienzos del XXI. Ésta última también es
producto de las migraciones hacia otras latitudes nacionales, lo que promueve
la nostalgia del terruño que se transmuta en danzas, poesías, música, décimas y
otras expresiones características de la cultura santeña.
Las
figuras cimeras de este período histórico son -qué duda cabe- los doctores
Belisario Porras Barahona y Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate. El primero
como político y hombre polifacético y, el segundo, como investigador de las
manifestaciones folclóricas y creador del icónico Festival Nacional de La
Mejorana. Porras Barahona sienta las bases del estudio de la cultura regional
-postura que abandona por sus quehaceres políticos-, al mismo tiempo que Zárate
las retoma medio siglo después de que el tableño escribiera El Orejano,
extraordinario alegato en defensa del hombre interiorano.[12]
4. ENTRE GUARAPO Y HAMBURGUESA
Ya
hemos planteado que la cultura santeña se mantuvo incólume por mucho tiempo, en
particular mientras los lazos con la zona de tránsito no fueron tan estrechos.
Sin embargo, la inflexión se produce con mayor ímpeto a mediados del siglo XX,
al ampliarse el mercado interno y entrar en mayores contactos con nuevos
influjos culturales. El doctor Manuel Fernando Zárate advertía en los años
sesenta el problema de la adulteración del folclor, mucho antes que la
categoría analítica de penetración cultural se convirtiera en herramienta
conceptual de investigación.[13]
Podemos
afirmar que el contemporáneo mundo santeño vive el influjo y consecuencia de la
desestructuración, del desmontaje de la cultura y sociedad campesina. En verdad
nunca hubo planificación del desarrollo regional porque para los factores de
poder transitistas las actividades agropecuarias no formaban parte de sus
intereses mercuriales. Desde el siglo XX la sociedad santeña de alguna manera
ha vivido casi a la deriva y eso es evidente en el plano económico y cultural.
Ante
la inevitabilidad de los cambios sociales y culturales, la sociedad santeña ha
adoptado la postura del erizo, se ha replegado sobre su rico folclor como
mecanismo de defensa colectivo. Sin embargo, la racionalidad del sistema asume
otros planes y el reducto folclórico regional termina manipulado por intereses
empresariales que convierten en mercancía la extraordinaria riqueza cultural de
la zona. Ello es evidente en los cambios que ha experimentado el carnaval, el
canto de décimas, el paso de la música de violines a acordeones, la suerte de
las matanzas, el problema de los reinados, los cambios en el vestuario (pollera
y camisilla, por ejemplo), la profusión de jorones y cantinas, para indicar
algunos aspectos de tal calvario cultural.
El
santeñismo vive ahora su mayor desafío regional porque los factores endógenos y
exógenos se han conjugado para erosionar su fortaleza social, cultural y
política. Esto de suyo preocupante porque las instituciones llamadas a
fortalecer la identidad cultural (centros educativos y demás) no están
asumiendo su papel social.
La
zona experimenta la destrucción acelerada de los íconos sociales que fueron el
norte de generaciones previas. Por ejemplo, hombres como los doctores Belisario
Porras Barahona y Manuel Fernando Zárate apenas si son conocidos por las nuevas
generaciones, las que disfrutan más los teléfonos inteligentes que Trozos de
vida y La décima y la copla en Panamá.
La
adulteración y comercialización del folclor ha creado una cultura de jorones,
acordeones, cantinas y festivales de la intrascendencia que están destruyendo
la cultura de la orejanidad.[14]
Un mundo basado en la fiesta, en la jarana, ha suplantando la ética laboral y
el legado de 500 años de historia. Porque no se trata de negar los cambios y la
evolución social, sino del hecho evidente que ahora se carece de los valores
que cimentaron la sociedad. Los elementos estructurales (tierra, trabajo, etc.)
con sus íconos que la aglutinan (Canajagua, Porras, Santa Librada, vestimentas,
etc.) han sido convertidos en pretextos para estimular el hedonismo colectivo.[15]
5. RETOMANDO EL RUMBO
Este
apartado temático nos plantea el mayor reto que enfrenta el santeñismo como
expresión regional de la nacionalidad panameña. A saber, el asumir la postura
que le permita afrontar la desnaturalización cultural que aquí se plantea.
Porque la disyuntiva tiene que ser asumida no sólo comprendiendo lo que acontece,
sino sugiriendo alternativas que conduzcan a la solución del desafío cultural.
El
problema de índole sociológico hay que abordarlo desde dos vertientes: una de
tipo estructural y otra de índole coyuntural. En el primero de los casos
afrontamos las causas reales, las que subyacen en la base de la sociedad y que
tienen que ver con los fundamentos de la misma. Mientras que los aspectos
coyunturales recogen manifestaciones que inicialmente pudieran ser vistas como
causales, siendo en el fondo consecuencias de tales cambios sociales. Nos
centraremos en la primera de tales vertientes, ya que la otra expresa
epifenómenos del tópico.
Ya
la plantamos con anterioridad, pero la pena enfatizar que en el caso santeño, y
en general en toda la zona peninsular, el uso de la tierra se constituye en el
elemento estructural fundamental. Y es precisamente tal factor el que ha
evolucionado hacia estadios de concentración de la tenencia de la tierra, lo
que implica la destrucción del soporte material del santeñismo. Incluso la
creación de la actual cultura ambiental -caracterizada por la depredación- ha
obrado en su perjuicio colectivo, al destruir el rico patrimonio natural y promover
una estructura agraria de depredación, expulsión y migración.[16]
El
poseer un pedacito de tierra siempre estuvo ligado a la valoración de la
identidad; porque no se trata únicamente de la tierra, sino de los que el ser
peninsular considera lo mío y que, en consecuencia, también comprende la
música, danzas, gastronomía, etc. Otra vez la nueva apertura regional, como en
la centuria precedente, obra en sentido contrario al esperado. La minería, por
ejemplo, ha creado el mayor latifundio en 500 años de historia, mientras el
turismo desbocado se apodera de las zonas costeras. La destrucción de las formas
de posesión de la tierra ha trastocado la base del sano etnocentrismo regional,
situación a la que se suma una integración carente de políticas estatales que
den cuenta de la planificación del desarrollo zonal.
Ante
los hechos, la sociedad y la cultura santeña asumen la postura del erizo, se
repliega sobre los retazos de identidad que aún le quedan, porque los
liderazgos de las instituciones llamadas a preservarlas han perdido su norte.
Tales los casos de los centros de enseñanza, clubes sociales y medios de
comunicación; quienes se han sumado al holgorio colectivo cual si se tratase de
empresarios de fiestas que necesitan pagar su peón y promover el verso de la botella, que ahora llaman
de la amistad.[17]
El
santeñismo necesita rescatar los centros de enseñanza y promover en éstos la
valoración de la auténtica cultura regional, así como el fortalecimiento de los
valores socioculturales e históricos; tanto como limitar el abuso de los bailes
de acordeones, festividades que se alejan del arquetipo musical de los
fundadores del siglo XX y que han promovido la cultura del jorón y los jardines;
así como, de paso, el consumo de bebidas embriagantes que están destruyendo la
sana convivencia y la economía familiar.[18]
Lo
alienación, que puede constatarse en la conducta de las nuevas generaciones,
demuestra la urgencia de tal proceder. En la zona comienza a aparecer un hombre
desarraigado que no logra encontrar en su propia sociedad y cultura los elementos
que le definan. A contrario de lo planteado, hay que promover un ser que, sin
negarse a ser ciudadano del mundo, pueda valorar su entorno y reconocer en éste
los factores que debilitan su calidad de vida.
En
el fondo de la problemática subyace la ausencia de políticas estatales que
tengan por norte la valoración de la cultura regional y nacional. El rescate de
los rasgos fundamentales que definen la personalidad colectiva se constituye en
tarea que no puede ser postergada, porque lo que está en juego no sólo es la
identidad social, sino su propia sanidad mental.
El
santeñismo como doctrina no busca ser excluyente ni constituirse en paradigma
nacional, reconoce el aporte de otros grupos humanos del istmo, pero reclama
para sí el derecho a existir como argamasa cultural que ocupa un espacio
histórico en la nación multiétnica nacional.
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288 págs.
[1] Sobre el tema
consultar: Leis, Raúl. ESTE PAÍS UN CANAL: ENCUENTRO DE CULTURAS. Raúl Leis y
otros. Editora Ileana Gólcher. Panamá: Ceaspa, Naciones Unidas, 1999, 212
páginas.
[2]
García, Isaías. NATURALEZA Y FORMA DE LO PANAMEÑO. Panamá: Imprenta Nacional, 1956,
159 págs.
[3] Martí, José.
PÁGINAS ESCOGIDAS. III edición de la Colección Austral, Madrid: Espasa Calpe
S.A., 1971, págs. 117-124
[4] Pinzón
Rodríguez, Milcíades. “La nación orejana y el 10 de noviembre”; en ÁGORA Y
TOTUMA (Hoja de comentarios) # 252, Año17, 8/XXI, 2008.
[5] Pinzón
Rodríguez, Milcíades. VILLA DE LOS SANTOS: TAÑER DE CAMPANAS LIBERTARIAS.
Chitré: Impresora Crisol S.A., 70 págs.
[6][6]
Pinzón Rodríguez, Milcíades. EL HOMBRE Y LA CULTURA DE AZUERO. Chitré:
Impresora Crisol S.A., 1990, 448 págs.
[7]
Veamos la colorida y, quizás, exagerada descripción del 16 de abril de 1691. El
Obispo de Panamá (Don Diego Ladrón de Guevara) en carta al Rey se refiere a la
dispersión rural santeña y la pobreza del hombre que habita la región. Lo hace
a pocos años después de la toma de la Ciudad de Panamá por el pirata Morgan
(1671) y del ataque a la Villa de Los Santos del pirata Townley (1686). Anota
el obispo: “…en la Villa de Los Santos de la Alcaldía Mayor de esta
Provincia de Panamá, donde viven muchas familias de españoles derramados por
los campos, en una chozuela de paja (que llaman bohíos), desnudos, sin camas,
ni más comida que plátanos verdes que le sirven de pan, unas malas cecinas de
vaca, y la lecha que sacan de ellas por estar ociosos huyendo del trabajo. Con
lo cual y por las distancias en que se hallan dejan de oír misa los días
festivos, se están sin Doctrina Cristiana, y mueren sin sacramentos, en
especial los inviernos que son invadeables los ríos”.
[8] Pinzón Rodríguez,
Milcíades. “La mujer en la cultura de Azuero”; en REVISTA CULTURAL LOTERÍA #
453, Edición de la Lotería Nacional de Beneficencia, Panamá: Editora Sibauste
S.A., págs. 23-32.
[9] Pinzón
Rodríguez, Milcíades. “Guapería”; en ÁGORA Y TOTUMA (Hoja de comentarios) #129,
Año 8, 15/III/1999. De la misma manera: “Guapería y derecho”; en ÁGORA Y TOTUMA
(Hoja de comentarios) # 200, Año 13, 18/XI/2004
[10] Pinzón
Rodríguez, Milcíades. “El canto de la cascá”; en ÁGORA Y TOTUMA (Hoja de
comentarios) # 189, Año 13, 30/IV/2004.
[11] Pinzón
Rodríguez, Milcíades. “Cabanga santeña”; en ÁGORA Y TOTUMA (Hoja de comentarios)
# 296, Año 20, 20/XI/2012.
[12] Porras Barahona,
Belisario. EL OREJANO. Edición del Centro Regional Universitario de Azuero.
Chitré: Impresora Crisol S.A., 1982, 19 págs.
[13] Ver la REVISTA
CULTURAL DEL CÍRCULO DE ESCRITORES DE AZUERO. Vol. 1, #1, septiembre-diciembre
de 1999, 139 páginas.
[14] Pinzón
Rodríguez, Milcíades. “Adulteración y comercialización del folclor”; en REVISTA
IMAGEN #6, Panamá: Imprenta Universitaria, 1985, págs., 107-112.
[15]
Para una visión globalizada de lo que acontece es escenarios más amplios ver:
Rojas, Enrique. EL HOMBRE LIGHT (Una vida sin valores). España: Ediciones Temas
de Hoy S.A., 1998, 181 págs.
[16] Heckadon Moreno, Stanley. CUANDO SE ACABAN LOS MONTES. Los
campesinos santeños y la colonización de Tonosí. Panamá: Eupan, 2006, 252 págs.
Ver, del autor: “La cultura del potrero”; en ÁGORA Y TOTUMA. Hoja de
comentarios. # 319, Año 22, 5/II/2016. Además, “Ambiente y crisis sistémica”;
en ÁGORA Y TOTUMA Hoja de comentarios # 311, Año 21, 21/X/2014
[17] Las expresiones
son un claro ejemplo de la manipulación comercial que se ha promovido en la
región bajo el falso ropaje de hecho vernáculo, cuando realmente no es otra
cosa que folclor adulterado.
[18] Pinzón
Rodríguez, Milcíades. “La cultura del jardín y los jorones”; en ÁGORA Y TOTUMA
(Hoja de comentarios) # 266, Año 18, 1/XII/2009.
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