Presbítero Domingo Moreno Castillo (1935 - 2018) |
Doblan las campanas del templo por el sacerdote
Domingo Moreno Castillo, el padre Mingo. Y ese tañer a golpe de badajo escribe
en el aire la historia de un hombre emprendedor y probo; un santeño raizal que
supo amar a su tierra con la misma fuerza con la que idolatró a la Santa Madre
Iglesia Católica. Se nos despide en noviembre, en el mismo mes cuando las
golondrinas de otras latitudes se detienen en la veleta que marca la rosa de
los vientos, allá en la cima de la torre del templo a San Atanasio, en la iglesia
que supo de sus ajetreos de hombre dedicado a establecer la comunión entre
religión y proyectos de desarrollo social.
Todo comenzó el 29 de enero de 1935, fecha cuando La
Villa vio nacer a quien sería nervio motor de múltiples actividades religiosas e
imbuido con profunda visión de patria. 83 años de trajinar por el mundo terreno
que se suspende el 16 de noviembre de 2018, en el décimo primer mes que es,
también, del Grito Santeño. Porque eso fue don Mingo, mensajero del santeñismo,
esa forma de ser que le distinguió toda la vida. En múltiples ocasiones, en su
casa habitación, hablé con él sobre sus sueños nunca acabados. Ese deseo tan
suyo de que su villa natal fuera el emporio azuerense de la cultura, la sede de
la inteligencia cuando ésta calza cutarras y usa birrete de académico.
Don Mingo estaba convencido que el sitio que ha
sido la capital histórica de Azuero tenía el derecho ganado, luego de más de
cuatrocientos años de historia, de ser, también, el epicentro de la
inteligencia. Creía que la Villa de Los Santos necesitaba mejores vías de
comunicación (por eso el impulso a las cuatro vías), la soñaba culta y educada
(por eso los colegios y las universidades), la veía industrial (por eso la
imprenta y los hoteles), la concebía sana y garbosa (por eso las luchas por la
Policlínica San Juan de Dios y el Hospital Anita Moreno).
Si tenemos que ser fiel a su memoria, hay que
concebirlo como el osado arquitecto de la reconstrucción de un pueblo añejo que
necesitaba ser renovado en sus infraestructuras y valores. Sí, porque hay que
admitir que fue él quien fortalece la expansión de modernas barriadas que hoy
le dan nueva fisonomía a la tierra de Rufina Alfaro y Ana María Moreno Del
Castillo. Basado en ese quijotesco empeño, y muchas veces incomprendido, asumió
una nueva pedagogía en donde lo sacro y lo civil se dan abrazo de patria y
contribuyen a forjar un hombre nuevo, un ciudadano que construye ciudadanía.
Las generaciones futuras han de saber que aquí
sentó sus reales un hombre que vivió y luchó por un proyecto de vida
comunitaria. El mismo que con el bandoneón al hombro era seguido por la
muchachada en el mes de la virgen María, y en tiempo de Navidad y Año Nuevo. La
música de ese acordeón ha dejado huellas en el alma de su pueblo; al igual que
el sonido de pitos campesinos – las llamadas puercas- que invadían la nave del templo y se tomaban las calles
junto al sacerdote que no necesitaba comprender a su gente, porque él mismo era
parte integrante de esa misma masa cultural.
Tenía don Domingo Moreno Castillo una educación
sólida; ávido lector, hábito forjado en Chile, Colombia y Panamá, países en
donde más que instruido fue educado. Era un verdadero deleite conversar con él
y escuchar los relatos de sus estadías en países como Francia e Israel. Y en
esa misma medida sus vívidas memorias sobre Papa Che, el cura Acevedo, o más
atrás en el tiempo, la vida religiosa del presbítero Terrientes.
No me cabe la menor duda de que nuestro querido
Padre Mingo pasa a formar parte de la pléyade de los santos varones que un día
regalaron sus vidas a la feligresía santeña. Cuando pase el tiempo y las grises
nubes de lo terreno se disipen y su legado resplandezca por derecho propio, comprenderemos
a plenitud la grandeza del paisano que asumió sus votos sacerdotales el 12 de
abril de 1964, en el mismo templo a San Atanasio, sitio en donde le despedimos
de su vida terrenal.
¡Qué duda cabe que a todos nos duele su adiós postrero!, y al
mirar los barrocos ornamentos de los retablos coloniales del siglo XVIII, el
artesonado que engalana las techumbres, el bautisterio en donde un día el agua
bendita nos hizo cristianos, el imponente templo mayor que aún espera su
restauración, comprendemos que la vida finita del padre Mingo, llama a la oración,
pero también al relevo generacional que ha de continuar el proyecto de vida que
él abanderó. Sí, porque más allá de su muerte aún sigue siendo válido el pregón
con el que llamaba al trabajo fecundo. El proceder que no aceptaba excusas baladíes,
porque las cosas tienen que hacerse, como él decía: ”Contigo o sintigo”
Y me quedo pensando si seremos capaces de dejar que
su proyecto fenezca. En verdad no lo creo; volvamos, como nuestros antepasados,
a “buscar el viento”, salgamos en
tiempos de Santa Catalina de Alejandría -el 25 de noviembre- a traerlo a
nuestros poblados. Viento de renovación, esas bocanadas celestiales que en las
proximidades de diciembre saludan a Mingo: al sacerdote, al santeño, al hombre
que convirtió utopías en hechos concretos.
Domingo Moreno Castillo ha muerto, que doblen las
campanas por él y que un coro de esperanza se constituya en el homenaje a su
vida y a su ejemplo de santeñismo acrisolado.
* Palabras en el cementerio de la Villa de Los Santos, el 18 de noviembre de 2018, con motivo de la inhumación de distinguido presbítero santeño.
.....mpr..
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