El hombre es un animal depredador
y hacedor de cultura, lo que no es nada nuevo. Sin embargo, lo relevante
estriba en la naturaleza de aquello que ha venido construyendo hasta la fecha.
Acostumbrado a su rutina, el sacarlo de su mundo de confort le estremece, pero
ayuda a revisar su proyecto colectivo de vida. Y en este sentido un
microscópico virus le ha puesto a padecer por el costo que está pagando, por lo
que hizo, olvidó y se niega a emprender.
En la nación istmeña podemos
derivar lecciones de esa angustia existencial, que independientemente de las
secuelas que haya que asumir, nunca deben olvidarse. Claro que es importante y
prioritario controlar el entuerto sanitario que nos agobia, pero de cara al
futuro es más relevante escudriñar la etiología social que le ha conducido a la
encrucijada en que se encuentra, para que seamos capaces de trascender el
transitorio problema que padecemos; porque el hoy, sin los correctivos del
mañana, no pasa de ser un simple alarido cósmico.
Por tal razón, lo que sigue, son
algunas cogitaciones, categorías analíticas nacidas desde el mirador en que me
encuentro y que comparto con los lectores, con el único afán de estimular la
sana cavilación y propiciar los necesarios correctivos. Helas aquí.
1.
Globalización. Comprendamos que a nivel planetario se han roto las
barreras que aislaban al hombre, lo que es positivo, por cuanto integra al
planeta, pero también la mundialización presenta tonos grises y negros. Todo se
comparte (la economía, cultura, tecnología, música, gastronomía, etc.), al
igual que las enfermedades que ya no están circunscritas a un área geográfica,
sino que son la cosecha de los hombres en las antípodas del mundo. Lo admitamos
o no, vivimos en la aldea global, porque el asiático que muere en Wuhan está
conectado con el istmeño que fallece en Potuga. El estado-nación está herido de
muerte, pero en el presente todavía no concluyen las labores del parto y sólo
escuchamos los gritos de la madre Tierra.
2.
Entorno ambiental. La crisis ambiental, y no solo de aves, mares,
temperaturas y bosques, únicamente puede ser superada por la solidaridad
humana, porque la globalización, como queda dicho, no sólo ha de ser económica
y cultural, sino humanista. Tiene que importarnos el prójimo, el hombre íngrimo
que muere desnutrido en cualquier rincón del planeta y que no queremos
reconocerle para no asumir engorrosos compromisos. El irrespeto al entorno
ambiental está levantando polvaredas de males que estuvieron allí, en su
inframundo, esperando el caldo de cultivo para su afloramiento. El hombre
olvida que la destrucción de los ecosistemas abre la puerta a la fosa
comunitaria, a los aposentos de Hades y el Can Cerbero.
3.
Estratificación social. La desigualdad social es el coronavirus del
mundo. Esas disparidades en el acceso a la educación, salud, economía,
vivienda, diversión y ocio están lastrando la vida de los seres vivos, humanos
o no. La resurrección de teorías que pregonan la supervivencia del más fuerte
imposibilita la solución de los problemas y encarnan una visión torpe y pírrica
del mundo. La pobreza es casi universal y la riqueza en pocas manos ofende la
Casa Común. El mayor muro para enfrentar las pestes, cualesquiera sean, radica
en los desiguales accesos a la riqueza y bienes que el hombre crea.
4.
Educación y ciencia. Ha salido a relucir la visión comarcal
de la instrucción. El grueso de la población carece de las herramientas
conceptuales y teóricas que le permitan comprender la pandemia. Aflora una
visión emocional y chata de la realidad. El miedo se apodera de la razón y
ésta, ya de por sí limitada, recurre al sentido común. Las plegarias que pueden
ser buenas suplantan la ciencia y la histeria colectiva se enseñorea sobre la
nación. El hombre quiere que la deidad resuelva lo que es de su estricta
responsabilidad humana. Los cambio sociales son tan bruscos que sectores
sociales, aparentemente lúcidos, se dejan llevar por soluciones que distan de
ser sensatas. Los medios de comunicación no pocas veces desorientan a la
población y saturan al receptor con mensajes repetitivos y cansones. En
consecuencia, el hombre extraviado intenta retornar inútilmente al natal útero
materno, aunque trasporte en su cuerpo el aguijón de la enfermedad. Lo que
falta es educación y ciencia, pero tales males no se resuelven con decretos y
cuarentenas coyunturales.
5.
Filosofía de vida. En lo más profundo de la encrucijada actual aflora un
problema capital, el sentido de la vida del hombre, porque es evidente que la
misma dista de ser perfecta y, por el contrario, se ahoga en la cultura del
individualismo, el hedonismo desenfrenado, el pragmatismo extremo y la
insolidaridad ciudadana. Porque siempre que la ciencia esté al servicio del dinero,
la economía sea un fin en sí mismo y la educación forme abejas que no entienden
su rol en el panal, éstas se conformarán con existir en su propia celda.
6.
Epílogo. Cuando lo vivido sea parte del ayer -la pandemia y
sus secuelas-, ojalá que el bípedo peludo haya aprendido algo. Esté consciente
que existen problemas estructurales que tienen que ser resueltos y que no puede
continuar pensando que vino al mundo para participar solo de la pachanga,
extenuado y convertido en objeto del mercado, receptor pasivo de la depredadora
politiquería criolla. Ha de comprender que no puede entregar su futuro a
morones que depredan el sistema social, la economía, la cultura y el ambiente.
El qué hará ese mortal alienado y sometido a los poderes mundiales, determinará
la suerte de un minúsculo planeta perdido en el espacio profundo, así como del
ser que se autoproclama homo sapiens.
…….mpr….
En las faldas de
cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 25 de marzo de 2020
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