Si alguien, preocupado por el acontecer nacional, se interrogara sobre
cuál es el principal problema que aqueja a los panameños, tal vez tendría que
responder que la ausencia de mística ciudadana. Y con tal expresión me refiero
a la existencia de la fuerza que impulsa al ser humano a emprender una labor
sin pensar en los premios materiales que se derivan de ella, quiero decir, que siente que aquello es su
deber moral y que debe asumirlo sin esperar recompensa de ninguna naturaleza.
Tal vez algo parecido le acontece al escritor istmeño, porque para
nadie es desconocido que quien se dedica a tales menesteres no espera volverse
rico ni gozar del aplauso de las grandes mayorías. Así de real es la cosa.
Ya sabemos que escribir es una labor solitaria, de introspección y de
maduración de las ideas en algún sitio del cacumen, en rincones neuronales en
donde madura el pensamiento, reflexiones que luego pugnan por salir y hacerse
presente en la inmaculada página en blanco o en el desafío de la pantalla del
ordenador electrónico.
Sí, hay que amar esto de auscultar el hoy y el ayer, ya que vivimos
inmersos en un conjunto de relaciones sociales, las que dificultan el alejarse
de ellas para tener una perspectiva objetiva. Piense usted en escribir sobre
sucesos de antaño, en contextos sociales que a veces resultan tan diferentes y
alejados de la cultura contemporánea. Sin olvidar las leyendas que se han
creado por ausencia de explicaciones científicas, consejas que se aferran al
pensamiento y parecen verdades inamovibles.
Sume a este cóctel de dificultades la ausencia de fuentes documentales
a las que se debe acudir para descifrar el ayer oculto, porque al no hacerle se
corre el riesgo de no ser fiel e incurrir en errores imperdonables y terminar
por deformar lo que aconteció. Así, por ejemplo, medite sobre lo acaecido,
porgamos por caso, en la fundación de la Villa de Los Santos el 1 de noviembre
de 1569, el Grito Santeño de 1821, el rol del pariteño Pedro Goytía Meléndez al
introducir ideas liberales en la región, la adhesión de la Villa de Los Santos
a la separación de Panamá de Colombia el 9 de noviembre de 1903 o la mítica y
escurridiza figura de Rufina Alfaro, leyenda o realidad histórica.
Como podemos apreciar, son variados los desafíos que debe enfrentars el
escritor en una cultura como la nuestra, generalmente carente de mecenas que
alivien el peso de dedicarse a labores como las indicadas y a las que hemos de
añadir cierto desdén nacional por la cosas de la inteligencia, no exenta de
algún rasgo de bibliofobia. Lamentable, porque en Panamá quien escribe tiene
que encontrar las fuentes, redactar el
texto, hacer de corrector e incluso vender y colocar el producto en el mercado.
Y a qué vienen todas estas cogitaciones, sencillamente a que
justiprecio en su justa dimensión a quienes dedican parte de su vida a devolver
a la comunidad la historia que les pertenece y que está oculta en las brumas
del tiempo. Y afortunadamente en nuestra provincia, nunca han faltado los
literatos, ensayistas y poetas con la suficiente mística como para reconstruir
lo que somos y deberíamos ser.
Podría señalar a muchos de ellos, pero me concentraré en don Manuel
Moreno Arosemena. El santeño que funge como director del Museo de la Nacionalidad
de la Villa de Los Santos y que ha sabido seguir los pasos de la doctora Reina
Torres de Arauz, del profesor Raúl González Guzmán y de figuras como Alberto Arjona
Osorio, Oscar Velarde Batista y Alberto Osorio Osorio.
El historiador Manuel forma parte de esa camada de la intelectualidad cuyos
vínculos tienen que ver con el conocimiento y respeto al patrimonio histórico.
Como ellos vive y saborea la investigación y ha sido durante décadas un
verdadero santeñólogo; si me permiten este neologismo, con el que quiero
designar a quienes siempre se han interesado por la cultura santeña. Porque debo
añadir, a renglón seguido, que no se trata de una postura regionalista del que
no mira más allá de la torre del templo del poblado, al contrario, en don
Manuel es la toma de conciencia de que aquello que no se escribe termina por desaparecer
o, en el mejor de los casos, deformarse en sus esencias.
Entre las temáticas del santeño que nos ocupa está su preocupación por conocer
en profundidad la historia de la Villa de Los Santos, los entretelones del 10
de noviembre de 1821, destacar personajes notables de la tierra que le vio
nacer, así como establecer los perfiles biográficos de los próceres del Grito Santeño
de inicios del siglo XIX.
Todos los tópicos que aborda tienen un denominador común, el
sentimiento patrio de quien se siente obligado a destacar la grandeza de un
pueblo como la Villa de Los Santos. Y es que debo decirlo y subrayarlo, don
Manuel ama a su pueblo y siente por la Capital Histórica de Azuero un arrebato
no excento de cierta dosis de misticismo. Sin embargo, a la hora de la
redacción sabe guardar en su pecho el amor al terruño para que los ensayos no
se conviertan en mera alabanza, sino en la historia que sabe alejarse de la
subjetividad y mostrarse tal cual es.
De lo dicho se colige que no extraña que el profesor Manuel Moreno
Arosemena presente a la comunidad un trabajo como el referente a los próceres
de los sucesos políticos de noviembre de 1821, cuando nuestros antepasados
supieron romper con los vínculos que los ataban a la monarquía española.
Creo que su aporte, “Breves reseñas biográficas de los próceres del 10
de noviembre de 1821”, es una incursión en los perfiles biográficos de los
santeños que desempañaron un rol notable en el proceso de la independencia de
Panamá de España. Si, porque con el auxilio de los archivos parroquiales del
templo a San Atanasio, va reconstruyendo los nexos familiares que existen entre
ellos y que no habían merecido el interés de quienes entran a comprender el
Grito Santeño. Aquello es otra manera del mirar el acontecimiento histórico,
porque arroja luces sobre los nexos matrimoniales del grupo dominante que
propicia el alzamiento independentista, devela la endogamia existente y abre
una importante ventana para conocer los sucesos más allá del romanticismo con
el que a veces lo miramos.
En efecto, el ensayo que nos ocupa es importante y relevante, porque
sobre el 10 de noviembre de 1821 se han escrito muchas cosas, algunas de ellas
certeras, así como otras que responden a la emoción. Bien intencionadas, sin
duda, pero carente del sustento documental que compruebe la certeza de lo
planteado.
Manuel Moreno Arosemena comprende que una fecha tan trascendental ha de
ser analizada en el contexto histórico en el que surgió, así como lo referente
a los grupos humanos que la hicieron posible. De allí el interés por el
análisis de los firmantes del acta de independencia, por descifrar los nexos
parentales entre ellos y, si fuera el caso, la relación entre el poder
económico y el político, tanto regional como nacional.
El Grito Santeño se lo merece porque el mismo no puede continuar
viéndose solamente como el producto de un grupo de exaltados poblanos que salieron
a la calle gritando “libertad, libertad, libertad”, mientras la mítica Rufina
Alfaro había complotado en el cuartel de los españoles. Tal es la imagen
literaria que santeños como Miguel Moreno reprodujeron en su novela “Fugitiva
de la gloria” y que recogió de boca del pueblo el historiador Ernesto
Castillero Reyes.
Todo esto ha contribuido a darle gloria a nuestro proceso de
independencia, porque las leyendas continuarán en la mente de nuestro pueblo,
pero ha llegado el momento de dar un paso al frente e ir desentrañando lo que de
verdad aconteció para aquellas fechas. Por eso el ejemplo que nos trae Manuel
Moreno Arosemena se inscribe en la dirección correcta y coloca en su justa
dimensión a ciudadanos como Julián Chávez, el coronel Segundo de Villarreal, al
cura José María Correoso y el resto de la camada de luchadores por la
independencia istmeña.
Pienso que existe otra dimensión que se camufla en la publicación, y es
la atinente a su aporte al santeñismo. Es decir, a la forma de ser, estilo de
vida y cultura material e inmaterial que forjaron nuestros antepasados. Porque
urge que los jóvenes y otros que no lo son tanto, puedan leer sobre lo que
fueron, son y serán. Nuestro futuro pende de un hilo, del estudio de lo que
hemos sido, que es en realidad la argamasa para darle sentido a la vida en una
época donde el influjo de la modernidad y la globalización logran zarandear los
valores y amenazan con convertir nuestra cultura en una mala copia de otras.
En épocas tan convulsas como las que vivimos, ensayos como el aludido
resultan un bálsamo refrescante para el espíritu y la conciencia del ser
nacional, demuestran que en la tierra de Rufina y Belisario aún hay espacio
para la inteligencia; porque tal es el sendero correcto, el trillo desde el que
reafirmamos la autoestima colectiva y el orgullo patrio.
Don Manuel Moreno Arosemena tiene ese mérito, el de ser fiel testigo
del santeñismo, el de poner la pluma a favor de los suyos, así como el hacer de
la Villa de Los Santos el objeto de estudio y recipiente de sus querencias. Bienvenida sea esta publicación a la
bibliografía sobre la región y el país. La recibimos con el reconocimiento al
esfuerzo del autor y la seguridad de contribuirá a comprender la magna fecha
del 10 de noviembre de 1821.
…….mpr…
En las falda de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 1 de
noviembre de 2024..
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