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27 octubre 2014

AZUERO, AMBIENTE Y CRISIS SISTÉMICA


Río La Villa y el ingenio Campos de Pesé
El río La Villa ha puesto de moda lo azuerense; mucho más allá de los carnavales, las polleras, las mejoranas, el 10 de noviembre y otros sucesos que tienen como epicentro la indicada zona ístmica. Interesante temática, porque en la crisis peninsular el denominador común es el problema ambiental. Estamos ante un tópico que habitualmente se mira como deforestación a secas y que, en consecuencia, se busca remediarlo sembrando arbolitos a la vera de los ríos Parita, La Villa, Guararé, Mensabé y otras azuereñas corrientes acuosas.

Un enfoque simplista como el indicado olvida que, en el ayer cercano, las causas estructurales de los flujos migratorios herreranos y santeños promovieron gran parte de la diáspora interiorana del Siglo XX. Desconoce, igualmente, que esa centuria significó educación, ciencia y tecnología, pero también ausencia de planificación y un sector agrario cada vez más abandonado, con campesinos que tuvieron que refugiarse en su folclor adulterado para no morir de cabanga.

El agro peninsular hizo lo que pudo, forjando la cultura de la depredación que heredó de la Colonia, mientras los grupos dominantes transitistas miraban para otro lado, porque les convenía que esos manutos y patirrajaos se contentaran con trapiches, coas, bollos, tasajos, festivales y tamboritos. Sin embargo, al mismo tiempo la nación orejana contribuyó a formar, casi sin darse cuenta, una visión de la panameñidad; mientras domeñaba el monte a punta de hacha, regaba faragua, ampliaba el hato ganadero y fomentaba una agricultura rudimentaria, la que no comienza a cambiar hasta mediados de la vigésima centuria.

En apenas un siglo el paisaje azuereño ha variado más que en los cuatrocientos años que preceden a la separación de Colombia. Excepción hecha del Instituto de Fomento Económico (IFE), que introdujo algo de tecnologías, cooperativas y razas bovinas, la política estatal ha sido mera pose político-partidista. Por eso, la crisis del agua ya se veía venir desde el siglo pasado y algunas investigaciones  pioneras -como las de Heckadron-Moreno- pusieron el dedo en la llaga; mientras médicos visionarios como el Dr. Francisco Samaniego atendían a un campesinado desnutrido y olvidado.

La llegada de los agroquímicos fue otro cantar. A raíz de ello el machete campesino quedó convertido en herramienta antediluviana, porque la champa no podía competir con la deshierba química. Mientras tanto, Varela Hermanos, la Nestlé y Campos de Pesé hicieron del antiguo río Cubitá un basurero de sus inmundicias industriales. A partir de allí la Sra. Atrazina se enseñoreó en el  maizal y la caña de azúcar. Y como si fuera poco, la cultura porcina transformó al amado río en depositario de orinas y excrementos. Incluso el Canajagua terminó convertido en chiquero con aroma a verraco en celo.

La verdad es que la problemática del río forma parte de una crisis sistémica. Hay que tener presente que la destrucción del entorno ha traído, entre otros premios, el hantavirus. Me refiero al virus de esos ratoncitos que ya no podían vivir en un monte inexistente y optaron por volverse urbanos. Problemática compleja a la que hay que sumarle el exterminio de jaguares. Esta vez con  el argumento de que los felinos cazan terneros; es decir, los becerros que moran en potreros que el hombre le robó al hábitat del más grande gato peninsular. Y lo mismo acontece con los venados, monos, conejos y toda una fauna que se está quedando sin bosque y sin comida, al par que la gente se queda sin agua.

Y si el problema es sistémico, las soluciones también han de serlo. Cambiar la cultura ambiental no será fácil, ni se logrará a corto plazo. Y aunque el problema es de todos, el liderazgo tiene que ser estatal, entre otros motivos porque el gobierno posee los recursos económicos para lograrlo, así como el aparato coercitivo para poner coto a la depredación de los agentes sociales e industriales.

Nadie duda que debe involucrarse a la sociedad civil;  aunque la consulta popular no es excusa para que quienes ejercen el monopolio del poder dejen de asumirlo. Y allí está justamente parte del nudo gordiano del tema, porque los intereses económicos y políticos llamados a emprender la cruzada ambiental, son los mismos agentes depredadores que moran a la vera del río La Villa. !Válgame Dios!

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