El balance de
la pasada elección (5/V/2024), en lo que concierne a la península de Azuero,
digo las provincias de Herrera y Los Santos, añade poco o casi nada a la
historia política de la región. Una que otra figura nueva, pero que no trastoca
en lo más mínimo lo que ya sabemos sobre la lucha por el poder en la tierra de Ofelia
Hooper Polo y Belisario Porras Barahona.
El meollo de
este asunto está contenido en mi investigación “Gamonalismo político en la
región de Azuero”, la que puedes leer en www.sociologiadeazuero.net, aporte
que recoge lo acontecido desde la década del cuarenta del siglo XIX hasta los
tiempos actuales. Y allí queda claro que la región ha sido controlada
políticamente por unas cuantas familias, varían los nombres, pero en esencia la
hegemonía se mantiene por un miembro familiar o por interpuesta persona. Claro
que ocasionalmente asoma su rostro otro personaje, el que siempre sucumbe ante
el empuje de gamonales o caciques más conspicuos.
Pareciera que
tales familias prestan transitoriamente el puesto, como para hacer válido el
rejuego político; y digo el puesto, porque conservan el poder económico que
siempre termina imponiéndose. Si me pides un ejemplo, habría que mencionar la
familia Varela que mantiene su feudo político desde los años treinta del siglo
XX. Y todo es comprensible, porque en esa zona de Herrera la caña de azúcar siempre
ha sido algo más que guarapo. En los otros casos, en ausencia del poder
crematístico, pesa más el hábito, la costumbre, una pizca de educación y la
tradición.
En realidad, la
clase política peninsular nunca ha tenido un proyecto de desarrollo colectivo
ni mucho menos una ideología que guíe sus pasos. En consecuencia, se ha forjado
una cultura de la dependencia política, la venta y compra de votos y todo un
conjunto de triquiñuelas pueblerinas. Para el escribiente, no sé si para el
lector, el submundo de esa disputa electoral viene a estar representado por la
bandera izada en el palo de mango, porque a eso se reduce la contienda política
peninsular, a la efímera ilusión de que algo va a cambiar e incluso a riñas
populares por un poder que no les pertenece.
De lo dicho se
colige que el cambio no será fácil, porque los gamonales intentan que sus
vástagos sean los herederos de su legado político. Ellos traspasan esa cohorte
de la alienación social a los nuevos amos y señores.
Todo esto es lo
que observo desde mi mirador sociológico, lamentando que acá todo pase y nada
cambie, porque en el siglo XXI la política es mera forma y poco contenido, otra
expresión de lo que ya vivimos en la primera mitad de la vigésima centuria.
…….mpr…
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