En el marco de la conmemoración del 450 aniversario de la fundación de la poblacion de Parita (18 de agosto de 1558) reproducimos la disertación del autor como orador de fondo, el 4 de noviembre de 1996, en el acto de la celebración del Día de la Bandera.
Nuestras reflexiones tienen por orígen la colonial población de Parita y con ellas queremos rendir un tributo de admiración y respeto a la enseña patria que diseñó el santiagueño Manuel E. Amador Torrero y que confeccionó con sus manos Doña Maria Ossa de Amador, esposa Dr. Manuel Amador Guerrero, prócer que con posterioridad fue el primer presidente de la República.
En un mes de tanto significado, no pretendo realizar una prolija descripción de los hechos históricos que antecedieron al surgimiento de nuestra vida independiente. Intento, más bien, cobijarme bajo la sombra protectora del lábaro tricolor y con la dispensa de quien se cubre con el palio sagrado, robar algunos instantes de vuestro tiempo para señalar algunos desafíos contemporáneos que los istmeños deberemos asumir en el sublime acto de construir nuestro proyecto de nación soberana.
Nada más oportuno que emprender esa tarea, dado el simbolismo que revista la tierra pariteña, desde los miradores de tan antiquísmo asiento poblacional enclavado en la Península de Azuero. Porque Parita, la Tacita de Oro del siglo XIX y primeras décadas de la vigésima centuria, ofrece a los panameños una muestra nacional de resistencia a la ingerencia de culturas foráneas. Parita es la tierra de Antataura, Antatara o París y conviene no olvidar que por estos lares Gonzalo de Badajoz fue derrotado por indígenas que portaban armas de guerra tecnológicamente inferiores a las que poseían los hispánicos.
Nuestras reflexiones deben originarse en Parita, poblado en donde escontramos la única plaza anténticamente colonial que posee la República de Panamá. La misma plaza que muestra orgullosa su centenaria iglesia; en el edificio en donde reposa San Agatón, valiosa reliquia de la imaginería española que supera en edad a las cinco centurias del llamado "encuentro de dos mundos".
Aquí, en estos lares herreranos, durante la década del cincuenta del siglo XIX la apacible vida pueblerina se estremeció con las sublevaciones de campesinos que protestaban por el alza de impuestos. Las calles y casas de quincha pariteñas nos hablan -para quien desee verlo-, de los anhelos libertarios del hombre panameño y de su inclaudicable nacionalismo. También procede de Parita el vendedor de frutas de apellido Luna que se involucra en el conocido "Incidente de la Tajada de Sandía" del año 1856, hecho histórico que nos ilustra sobre la rebeldía del panameño cuando fuerzas extranjeras intenta hollar nuestra tierra con ínfulas de procónsules romanos.
En Parita también están la huellas genéticas del presidente constarricense Don Miguel Angel Calderón Guardía, quien procede de aquellas familias pariteñas que en el decimonono emigraron a Costa Rica luego de las llamadas guerras entre las familias Guardias y Goitías.
Nadie puede negar que Parita, junto a la Villa de Los Santos, son dos poblaciones azuerenses que por antonomasia representan el más sano ejemplo de nacionalismo panameño. Urge, pues, desde la "Tacita de Oro", repensar algunos temas de la patria en el Mes de la Patria. Porque ya sea que estemos parados en el atrio de la Iglesia o recostados sobre los taburetes en los amplios portales, la presencia colonial del aludido pueblo herrerano nos recuerda nuestra responsabilidad nacional.
En el llamado "Mes de la Patria", los panameños deberíamos centrar nuestra atención en los problemas axiales de la nación. Así ha de ser, porque en estos momentos nuestro país es una república que debe asumir los retos nacionales con serenidad y confianza en nuestras capacidadedes como pueblo.
Nos preocupa, por ejemplo, nuestra creciente y asfixiante pérdida de indentidad cultural. Gracias a la apatía ciudadana, la indiferencia del sistema educativo y el poco me importa gubernamental, el "ser panameño" que tan acertadamente describieron Justo Arosemena, Diego Domínguez Caballero y Ricaurte Soler, se trastoca en un ente amorfo que es el producto de la superposición de penetraciones culturales. Pienso, al respecto, en la importancia que ha adquirido entre nosotros la celebración de la Noche de Brujas (Hallowen); en una magnitud tan superlativa que supera la relevancia que tradicionalmente le hemos concedido a la celebración del Día del Niño. Con este proceder relegamos al olvido nuestra mitología interiorana de Tepesas, Señiles y entes demoníacos, como si nuestras añejas tradiciones representaran un viejo e inservible fardo cultural.
En el Mes de la Patria surge inquietante el interrogante: ¿ En qué ha quedado el proyecto de república que con tanto esfuerzo impulsaron los forjadores del Estado Nación en las primeras décadas de la presente centuria ?. Causa asombro sólo el pensar cómo podremos acceder responsablemente al próximo milenio cuando olvidamos a Justo Arosemena Quesada, Belisario Porras Barahona, Eusebio A. Morales, Pablo Arosemena Alba, Octavio Méndez Pereira, Jeptha B. Duncan, entre otros preclaros panameños. ¿Puede concebirse una nación que olvida a sus más representativos forjadores y suspira ante el último cantante de rock extranjero?.
Los istmeños debemos volver a leer y descubrir los mensajes patrióticos del Dr. Belisario Porras Barahona en "Reflexiones Canaleras o La Venta del Istmo", Octavio Méndez Pereira en "Panamá, País y Nación de Tránsito", Eusebio A. Morales en "¿ Somos una nación?'", Pablo Arosemena Alba en "La secesión de Panamá y sus causas", José Dolores Moscote en "Necesidad de un idearium nacional" y Justo Arosemena con su clásico ensayo de "El Estado Federal de Panamá".
El amor a la patria que profesamos no podrá ser suficientemente diáfano y convincente si el niño que estamos forjando en los centros educativos no crece en el marco de una sociedad que se inclina reverente ante el altar de la patria y su afán no es el de perfeccionar la obra siempre inconclusa de construir el país. Por ello, la historia nacional debe ser revisada en sus cimientos y en sus personajes protagónicos; para que el pueblo, que siempre ha sido el artífice, se reconozca en su protagonismo histórico.
Ya es hora de que tomemos conciencia de que Panamá no es una finca personal, ni posee una historia que se agota en los nombres de cuatro apellidos nacidos en cuna de oro. El quién soy como panameño, sólo tiene sentido si todos comprendemos que la nación es un proyecto colectivo y no el feudo de un partido político, cualesquiera que éste sea. En verdad, de nada nos servirán las computadoras, la Internet, la calidad total, la reingeniería y la globalización si como pueblo no hemos establecido y fijado nuestra propio derrotero nacional.
En el Panamá que anhelamos, la bandera es un símbolo que todos debemos venerar, emblema que debe hacerse carne en la calidad de vida del panameño. Porque el homenaje a la bandera no se agota en el acto de recordación a ella, en el simple protocolo de cómo izarla o de cómo colocarla sobre el balcón. El verdadero emblema nacional está en los ngöbe-buglé que reclaman su comarca, en lo educadores que avisoran la jubilación por una cuantía pírrica, flamea disgustada en el 50% de los panameños que viven en la pobreza y en el campesino que se mira desprotegido por las políticas económicas de gobiernos de ayer y de hoy. La bandera está en el hombre de la calle que no tiene empleo o en el niño limpiabotas que debería estar leyendo un libro en la paz de su hogar.
Nuestro proceder en el "Día de la Bandera" no debe reducirse a un rito. Al mirar la enseña tricolor debemos pensar en Mateo Iturralde, Victoriano Lorenzo, Pedro Prestán y en los campesinos interioranos para quienes la patria es su machete curvo, el plato de frijoles y su roza sembrada de maiz. Son los mismos orejanos a quienes se les habla de globalización y de que deben ser "competitivos" con churucas, coas, cutarras y biombos. Globalización que intereses nacionales y extranjeros están descubriendo en nuestros días, olvidando que hace siglos aquélla ya viajaba en los barcos de Marco Polo y Cristóbal Colón.
Tenemos los istmeños otro gran desafío. Hemos estado durante todo el siglo XX reclamando nuestro franja canalera. Generaciones de panameños han protestado con vehemencia para que la enseña patria flamee en todo el territorio nacional. Pero acontece que en las postrimerías del siglo, los mercantilistas de ayer y de hoy, ahora nos abruman con todo tipo de argumentos para que ello no sea realidad. Según ellos, hay que privatizarlo todo, hasta nuestra lucha generacional. Si nos descuidamos, los panameños de hoy y de manaña terminaremos como pacíficos peones de los consorcios hoteleros e industriales que se proyectan en la ribera del canal. Por ello, cuando viajo a la ciudad de Panamá y avisoró la bandera en el cerro al que cantara Amelia Denis de Icasa, con insistencia acude a mi mente un interrogante: ¿Qué pensará de los istmeños nuestra enseña tricolor cuando nos observa con mirada escrutadora desde la cima del Cerro Ancón ?.
Los panameños, como pleitesía real a la bandera, debemos proponermos dignificar las luchas y organismos con los que nos disputamos el poder político. Verdaderos programas, ideologías, proyectos y filosofías deben inspirar a los partidos políticos nacionales. Lamentablemente éstos distan mucho de ser lo que deseamos y el grueso de la población ha terminado por pensar que la política es el arte de lo indecoroso. Nada más alejado de la verdad. Hay que apoyar a las agrupaciones nacionales que entienden que la democracia no es un término hueco y que ella no se agota en el ejercicio del voto, sino que se materializa en la democracia económica. Es decir, en la democracia que distribuye la riqueza que todos contribuimos a crear.
Pienso que el más grande desafió que deberemos enfrentar los panameños consiste en recobrar nuestra confianza, la autoestima colectiva. Porque no es cierto que somos una nación que sólo toma en serio los carnavales, las reinas de belleza y los campeones de boxeo. Lo asombroso de nuestro país, no obstante los desengaños, las mentiras y los fracasos, es que la mayoría de los istmeños laboramos día a día y nos preocupa la suerte de la nación.
Como en el pasado, el rescate nacional ha de venir de aquellas zonas en donde la gente sienta en su pecho el fervor patriótico. En lugares en donde el hombre vibre con la copla, la décima, la chaquira, la balsería, el zaracundé y el arroz con coco.
Hay un hermoso y simbólico hecho en el momento mismo cuando surgió nuestra hermosa bandera nacional. Cuentan los historiadores que cuando el francés Bunau Varilla presentó un proyecto de bandera nacional, éste fue unánimemente desechado por los conjurados que en 1903 nos legaron una república. Tal pareciera que ese proceder está cargado de premoniciones y que con el se nos recuerda que somos los nacionales quienes debemos decidir sobre las cosas que nos atañen.
Al finalizar el siglo XX y entrar a un nuevo milenio, pienso que los panameños debemos cobijarnos bajo nuestra enseña tricolor. Porque la verdad es que sólo aceptando los desafíos de hoy, edificaremos el Panamá de mañana. Y en ese momento, y sólo entonces, podremos declamar orgullosos "Patria", de Ricardo Miró; "La bandera panameña", de Nacho Valdés; "Marcha Panamá", de Eduardo Maduro y "El canto a la bandera de Gaspar Octavio Hernández".
Nada más oportuno que emprender esa tarea, dado el simbolismo que revista la tierra pariteña, desde los miradores de tan antiquísmo asiento poblacional enclavado en la Península de Azuero. Porque Parita, la Tacita de Oro del siglo XIX y primeras décadas de la vigésima centuria, ofrece a los panameños una muestra nacional de resistencia a la ingerencia de culturas foráneas. Parita es la tierra de Antataura, Antatara o París y conviene no olvidar que por estos lares Gonzalo de Badajoz fue derrotado por indígenas que portaban armas de guerra tecnológicamente inferiores a las que poseían los hispánicos.
Nuestras reflexiones deben originarse en Parita, poblado en donde escontramos la única plaza anténticamente colonial que posee la República de Panamá. La misma plaza que muestra orgullosa su centenaria iglesia; en el edificio en donde reposa San Agatón, valiosa reliquia de la imaginería española que supera en edad a las cinco centurias del llamado "encuentro de dos mundos".
Aquí, en estos lares herreranos, durante la década del cincuenta del siglo XIX la apacible vida pueblerina se estremeció con las sublevaciones de campesinos que protestaban por el alza de impuestos. Las calles y casas de quincha pariteñas nos hablan -para quien desee verlo-, de los anhelos libertarios del hombre panameño y de su inclaudicable nacionalismo. También procede de Parita el vendedor de frutas de apellido Luna que se involucra en el conocido "Incidente de la Tajada de Sandía" del año 1856, hecho histórico que nos ilustra sobre la rebeldía del panameño cuando fuerzas extranjeras intenta hollar nuestra tierra con ínfulas de procónsules romanos.
En Parita también están la huellas genéticas del presidente constarricense Don Miguel Angel Calderón Guardía, quien procede de aquellas familias pariteñas que en el decimonono emigraron a Costa Rica luego de las llamadas guerras entre las familias Guardias y Goitías.
Nadie puede negar que Parita, junto a la Villa de Los Santos, son dos poblaciones azuerenses que por antonomasia representan el más sano ejemplo de nacionalismo panameño. Urge, pues, desde la "Tacita de Oro", repensar algunos temas de la patria en el Mes de la Patria. Porque ya sea que estemos parados en el atrio de la Iglesia o recostados sobre los taburetes en los amplios portales, la presencia colonial del aludido pueblo herrerano nos recuerda nuestra responsabilidad nacional.
En el llamado "Mes de la Patria", los panameños deberíamos centrar nuestra atención en los problemas axiales de la nación. Así ha de ser, porque en estos momentos nuestro país es una república que debe asumir los retos nacionales con serenidad y confianza en nuestras capacidadedes como pueblo.
Nos preocupa, por ejemplo, nuestra creciente y asfixiante pérdida de indentidad cultural. Gracias a la apatía ciudadana, la indiferencia del sistema educativo y el poco me importa gubernamental, el "ser panameño" que tan acertadamente describieron Justo Arosemena, Diego Domínguez Caballero y Ricaurte Soler, se trastoca en un ente amorfo que es el producto de la superposición de penetraciones culturales. Pienso, al respecto, en la importancia que ha adquirido entre nosotros la celebración de la Noche de Brujas (Hallowen); en una magnitud tan superlativa que supera la relevancia que tradicionalmente le hemos concedido a la celebración del Día del Niño. Con este proceder relegamos al olvido nuestra mitología interiorana de Tepesas, Señiles y entes demoníacos, como si nuestras añejas tradiciones representaran un viejo e inservible fardo cultural.
En el Mes de la Patria surge inquietante el interrogante: ¿ En qué ha quedado el proyecto de república que con tanto esfuerzo impulsaron los forjadores del Estado Nación en las primeras décadas de la presente centuria ?. Causa asombro sólo el pensar cómo podremos acceder responsablemente al próximo milenio cuando olvidamos a Justo Arosemena Quesada, Belisario Porras Barahona, Eusebio A. Morales, Pablo Arosemena Alba, Octavio Méndez Pereira, Jeptha B. Duncan, entre otros preclaros panameños. ¿Puede concebirse una nación que olvida a sus más representativos forjadores y suspira ante el último cantante de rock extranjero?.
Los istmeños debemos volver a leer y descubrir los mensajes patrióticos del Dr. Belisario Porras Barahona en "Reflexiones Canaleras o La Venta del Istmo", Octavio Méndez Pereira en "Panamá, País y Nación de Tránsito", Eusebio A. Morales en "¿ Somos una nación?'", Pablo Arosemena Alba en "La secesión de Panamá y sus causas", José Dolores Moscote en "Necesidad de un idearium nacional" y Justo Arosemena con su clásico ensayo de "El Estado Federal de Panamá".
El amor a la patria que profesamos no podrá ser suficientemente diáfano y convincente si el niño que estamos forjando en los centros educativos no crece en el marco de una sociedad que se inclina reverente ante el altar de la patria y su afán no es el de perfeccionar la obra siempre inconclusa de construir el país. Por ello, la historia nacional debe ser revisada en sus cimientos y en sus personajes protagónicos; para que el pueblo, que siempre ha sido el artífice, se reconozca en su protagonismo histórico.
Ya es hora de que tomemos conciencia de que Panamá no es una finca personal, ni posee una historia que se agota en los nombres de cuatro apellidos nacidos en cuna de oro. El quién soy como panameño, sólo tiene sentido si todos comprendemos que la nación es un proyecto colectivo y no el feudo de un partido político, cualesquiera que éste sea. En verdad, de nada nos servirán las computadoras, la Internet, la calidad total, la reingeniería y la globalización si como pueblo no hemos establecido y fijado nuestra propio derrotero nacional.
En el Panamá que anhelamos, la bandera es un símbolo que todos debemos venerar, emblema que debe hacerse carne en la calidad de vida del panameño. Porque el homenaje a la bandera no se agota en el acto de recordación a ella, en el simple protocolo de cómo izarla o de cómo colocarla sobre el balcón. El verdadero emblema nacional está en los ngöbe-buglé que reclaman su comarca, en lo educadores que avisoran la jubilación por una cuantía pírrica, flamea disgustada en el 50% de los panameños que viven en la pobreza y en el campesino que se mira desprotegido por las políticas económicas de gobiernos de ayer y de hoy. La bandera está en el hombre de la calle que no tiene empleo o en el niño limpiabotas que debería estar leyendo un libro en la paz de su hogar.
Nuestro proceder en el "Día de la Bandera" no debe reducirse a un rito. Al mirar la enseña tricolor debemos pensar en Mateo Iturralde, Victoriano Lorenzo, Pedro Prestán y en los campesinos interioranos para quienes la patria es su machete curvo, el plato de frijoles y su roza sembrada de maiz. Son los mismos orejanos a quienes se les habla de globalización y de que deben ser "competitivos" con churucas, coas, cutarras y biombos. Globalización que intereses nacionales y extranjeros están descubriendo en nuestros días, olvidando que hace siglos aquélla ya viajaba en los barcos de Marco Polo y Cristóbal Colón.
Tenemos los istmeños otro gran desafío. Hemos estado durante todo el siglo XX reclamando nuestro franja canalera. Generaciones de panameños han protestado con vehemencia para que la enseña patria flamee en todo el territorio nacional. Pero acontece que en las postrimerías del siglo, los mercantilistas de ayer y de hoy, ahora nos abruman con todo tipo de argumentos para que ello no sea realidad. Según ellos, hay que privatizarlo todo, hasta nuestra lucha generacional. Si nos descuidamos, los panameños de hoy y de manaña terminaremos como pacíficos peones de los consorcios hoteleros e industriales que se proyectan en la ribera del canal. Por ello, cuando viajo a la ciudad de Panamá y avisoró la bandera en el cerro al que cantara Amelia Denis de Icasa, con insistencia acude a mi mente un interrogante: ¿Qué pensará de los istmeños nuestra enseña tricolor cuando nos observa con mirada escrutadora desde la cima del Cerro Ancón ?.
Los panameños, como pleitesía real a la bandera, debemos proponermos dignificar las luchas y organismos con los que nos disputamos el poder político. Verdaderos programas, ideologías, proyectos y filosofías deben inspirar a los partidos políticos nacionales. Lamentablemente éstos distan mucho de ser lo que deseamos y el grueso de la población ha terminado por pensar que la política es el arte de lo indecoroso. Nada más alejado de la verdad. Hay que apoyar a las agrupaciones nacionales que entienden que la democracia no es un término hueco y que ella no se agota en el ejercicio del voto, sino que se materializa en la democracia económica. Es decir, en la democracia que distribuye la riqueza que todos contribuimos a crear.
Pienso que el más grande desafió que deberemos enfrentar los panameños consiste en recobrar nuestra confianza, la autoestima colectiva. Porque no es cierto que somos una nación que sólo toma en serio los carnavales, las reinas de belleza y los campeones de boxeo. Lo asombroso de nuestro país, no obstante los desengaños, las mentiras y los fracasos, es que la mayoría de los istmeños laboramos día a día y nos preocupa la suerte de la nación.
Como en el pasado, el rescate nacional ha de venir de aquellas zonas en donde la gente sienta en su pecho el fervor patriótico. En lugares en donde el hombre vibre con la copla, la décima, la chaquira, la balsería, el zaracundé y el arroz con coco.
Hay un hermoso y simbólico hecho en el momento mismo cuando surgió nuestra hermosa bandera nacional. Cuentan los historiadores que cuando el francés Bunau Varilla presentó un proyecto de bandera nacional, éste fue unánimemente desechado por los conjurados que en 1903 nos legaron una república. Tal pareciera que ese proceder está cargado de premoniciones y que con el se nos recuerda que somos los nacionales quienes debemos decidir sobre las cosas que nos atañen.
Al finalizar el siglo XX y entrar a un nuevo milenio, pienso que los panameños debemos cobijarnos bajo nuestra enseña tricolor. Porque la verdad es que sólo aceptando los desafíos de hoy, edificaremos el Panamá de mañana. Y en ese momento, y sólo entonces, podremos declamar orgullosos "Patria", de Ricardo Miró; "La bandera panameña", de Nacho Valdés; "Marcha Panamá", de Eduardo Maduro y "El canto a la bandera de Gaspar Octavio Hernández".
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