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10 septiembre 2008

ELLIETTE RAMÍREZ, LA POESÍA DE COSTA RICA EN PANAMÁ


Aquel día de marzo de 2006, cuando el reloj marcaba las 7:30 y la luna iluminaba la hermosa noche santeña, acudí al encuentro con la poetisa costarricense Elliette Ramírez. La cita fue en la casa-taller-habitación de Raúl Vásquez, ese otro tallador de sueños y pincel del chamanismo. Muy próximo, el Río Cubitá dibujaba su acuosa silueta. Ya en el interior del aposento, la conversación se hizo fluida; mientras las atávicas máscaras, adosadas a la pared, escuchaban en silencio. Entonces pensé en el abrazo filial del bardo santeño y la musa tica; y sin querer vino a mí el escrito que redacté hace muchos años, opúsculo en donde describo a nuestros vecinos de la frontera occidental:
“Chapines, catrachos, guanacos, nicas y ticos. Me ocuparé de los últimos, de nuestros vecinos de la frontera oeste. Lo haré por muchas razones, pero fundamentalmente por motivos “sentimentales”, y por esa tendencia tan orejana de ser “un hombre agradecido”. Debo decir que así como aprendía a amar a España, la España andaluza, con su Guadalquivir, La Torre del Oro y las murallas de Cádiz; hoy siento en grado superlativo una particular veneración por la tierra de los ticos.
Paso Canoas, Buenos Aires, San José, Heredia, Alajuela, Turrialba, Puntarenas, Guanacaste y Limón son nombres que resultan familiares al oído. Porque uno aprendió a querer al país de Juan Santamaría, Mauro Fernández, José “Pepe” Figueres y Rafael Ángel Calderón Guardia. Lo hice caminando por el boscoso campus de la Universidad de Costa Rica, oteando desde la ventanilla del Tica Bus al Cartago que dormita en las faldas del Irazú, comiendo “casados” en el Mercado Central, visitando el Mélico Salazar o tomando el transporte colectivo de la ruta de San Pedro de Montes de Oca.
Ser tico es tener en la boca el vos, el maje, el no seas “güevón”, el chunche, el güila; son las interminables discusiones sobre las bondades del SAPRISA y jugar al fútbol los domingos. Costa Rica es el Valle Central, región que concentra la mayoría de la población, pero también el sabanero de Guanacaste y los negros de Limón. El primero es el “enmontañado”, del que hablara Láscaris en su libro “El Costarricense”; el segundo, el folclor tico con reminiscencias nicas de la frontera norte. En cambio, Limón es el salero de la gente del Caribe.
La Cordillera del Talamanca, por su parte, se erige como el reducto montañoso donde habitan los bribrí y otros grupos indígenas. Los panameños la conocemos más por el transitar del TRACOPA, y el aire frío (tan diferente a nuestros estíos interioranos) en la altura del Chirripó, con sus 3,819 metros de altura.
Amo a Costa Rica con su gente y su historia. Me encanta acudir al Mercado Central y ver el pueblo agolparse mercando chucherías, artesanías, frutas y mecates. Son las sodas con su “mora con leche” o alguien vendiendo a tanto por cual el kilo de carne. Claro que en Costa Rica los problemas no son menores, pero el costarricense es fundamentalmente tico. Porque lo que ha acontecido en su país lo recogen sus mejores escritores y uno puede leer sobre la nación y sus gentes, su geografía y sus políticos. Sí, buenas librerías, con hombres que leen sobre lo que son; sin dejar de saborear escritos más universales. Y todo esto habla alto de esta sociedad centroamericana.
Hombre como Juan Mora Fernández, Braulio Carrillo, Juan Rafael Mora, José María Castro Madriz, entre otros, hicieron posible el Estado costarricense. Gracias a estadistas como ellos, y a otros que les precedieron, Costa Rica puede hablar con un poco más de autoridad moral de democracia y de respeto a los derechos humanos. Agricultores, educadores, sacerdotes e intelectuales han dejado su impronta de trabajo fecundo. Y todo esto en un país que huele a café tostado, con bombas y “Punto Guanacasteco”, “El huellón de la carreta”, y “La guaria morada”.
Por eso, cuando hace poco, en el puesto fronterizo de Paso Canoas una bella tica rubricó mi pasaporte, supe con certeza que siempre estaré ligado a esa hermosa tierra, oasis de paz, que es Costa Rica”.
Todas estas reminiscencias acuden a mi mente cuando miro a Elliette Ramírez Alvarado, la culta, sencilla e inteligente costarricense que nos visita. Mientras Elliette habla con fluidez y deja traslucir su inconfundible impronta de mujer nacida en el Valle Central, sin perder el hilo de la conversación, medito y establezco los nexos entre nuestra Península del Cubitá y la tierra de la guaria morada. Rememoro el momento cuando el presidente más lúcido de Panamá, Belisario Porras Barahona, estuvo presente como embajador en la tierra centroamericana del Irazú y surgió su vínculo matrimonial, forjado en la bella noche costarricense. Mirando a Elliette comprendo el hechizo ante el que sucumbió el Caudillo Tableño, y más en el caso de esta mujer de fina sensibilidad; fémina capaz de sentir y adentrarse en un diálogo que se mueve entre los misterios del arcano, la maravilla de la poesía y las consecuencias que tiene para el país hermano la reciente elección de Oscar Arias.
¡Ay, los vínculos entre Costa Rica y Panamá!. Y pensar que un presidente de ideas tan avanzadas como Rafael Ángel Calderón Guardia, tiene sus orígenes ligado a nuestra colonial Parita, desde los tiempos cuando el liberal Pedro Goitía era liberado de la cárcel de La Villa de Los Santos. Corría el año 1856, mientras sables y fusiles se enseñoreaban por estas tierras de quijotescos orejanos.
Pasó el tiempo, y centuria y media después de aquel conflicto, Costa Rica nos envía a Elliette. Arriba con su musa y sus libros, y cuando lee algunos de sus poemas miró en ella la encarnación de Zoraida Díaz, la primera mujer panameña que publicó un manojo de poemas bajo el sugestivo título de NIEBLAS DEL ALMA, dichosamente nacida en Las Tablas. Asombra el parecido entre ambas en una producción literaria que se nutre de Eros y Tánatos. En el caso de Ramírez se puede seguir el trillo que dejan los genes y la impronta de la vida. Digna hija de José Ramírez Saízar, a quien Costa Rica le debe su Himno a Guanacaste: “¡Guanacaste! Tu historia es sublime, y por leal tu blasón hoy se enjoya; te hizo heroica el valor de Curime, y el poder de Diriá y de Nicoya”.
Así escribió su padre, un reconocido defensor de la cultura tradicional costarricense. En cambio, a los quince años de edad, la hija se inicia escribiendo sonetos. Pasará un tiempo para que, con mayor grado de madurez cronológica y mental, incursione en el versolibrismo. La cosecha se inicia con su libro NOSTALGIA (1994), más adelante SIMETRÍA DEL SILENCIO (1998), y en este año 2006, HOGUERA INFINITA. Allí el lector encontrará agudeza y sensibilidad, como en el Poema 3:
Basta mirarnos
para temblar y gemir
en nuestras ansias
Lúdico
el manglar de mi cuerpo
rastrea sabio
el brasero creciente
de tu savia
llevándome
a soñar canciones
para acariciar tu piel
Pertenece Elliette al grupo de bardos que en Consta Rica sabe jugar con la palabra, usarla como herramienta para auscultar el mundo, al hombre y a sus sentimientos. Pienso en vates como Carmen Naranjo y Alfonso Chase. Baste decir que por algo Editus, el famoso grupo costarricense, le ha puesto música a uno de sus poemas. Los mexicanos la incluyen en la antología OCHO SIGLOS DE POESÍA PÍCARA, MÍSTICA Y REBELDE. En lo personal siento que es certera la caracterización que ellos hacen de su de su poesía. Pícara, porque Elliette sabe, con elegancia, pellizcar los sentidos con las flechas que Cupido supo darle a los poetas, las palabras; mística, porque desde los sentidos nos lanza a lo ignoto y, rebelde, ya que tiene el coraje de cantar sus verdades, sin tapujos, sin que le incomode el rubor de almas pretendidamente puritanas.
En esta noche de marzo, cuando el sol se ha ocultado y se ha llevado tras sí el encanto de la floración de robles, macanos y guayacanes, bajo el alero protector del Museo de la Nacionalidad, los santeños saludamos en la persona de Elliette a la cultura tica. Gracias, amiga, por traer la brisa fresca del Chirripó a nuestros campos del Canajagua y El Tijera. Recibe nuestro abrazo, Elliette, y nunca olvides el cantar acuoso del Cubitá, ese río que ahora también es tuyo. Deberías quedarte más tiempo, hasta abril, para que compartas con nosotros el trinar de la cascá o capisucia. Comprenderías que acá, en pleno estío peninsular, presagiando el arribo del invierno, también canta el yigüirro, el ave nacional de Costa Rica. Ya ves, la misma ave para dos pueblos, como tu poesía que vence fronteras y se queda en las oquedades de nuestro corazón.

Heroica Villa de Los Santos
Disertación en el Museo de la Nacionalidad, 6 de marzo de 2006.

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