Debo confesar que siempre he disfrutado el realizar presentaciones de libros y revistas en un templo parroquial, quizás porque valoro lo que han representado tales organizaciones religiosas, las que debemos al tesón de los españoles que desde el Siglo XVI diseminaron su cultura por estos lares. Y digo bien, afirmo que templo, que no iglesia, porque el primero constituye la construcción arquitectónica, mientras que la segunda hace referencia a los feligreses que profesan una religión. Claro que al final ambos se dan un abrazo de hermano, cual si fueran las dos caras de una moneda.
Pues bien, aquí estamos esta noche, conscientes que en
nuestra zona geográfica la tarea que aún
está pendiente es la de asumir el desafío que el libro implica. La creación
literaria es un acto que supone aprender a dialogar con el silencio de la alta
noche, despertarse una madrugada y sentarse
a plasmar sobre las páginas nuestra visión de la realidad. Tarea por demás necesaria es imperiosa. Me pregunto:
¿Qué podríamos saber de la vida de Jesús si los escritores de antaño no
hubiesen narrado los pasajes bíblicos del Hijo de Galilea? ¿Y qué conoceríamos
de los libros de caballería si El Manco de Lepanto, Don Miguel de Cervantes Saavedra, no hubiese
sido crítico de ellas y elaborado un
texto para narrarnos las aventuras de Don Quijote de La Mancha? Y acá en
el suelo patrio, en nuestra peninsular región,
cómo comprender al orejano que mora en la zona sin leer a Belisario
Porras Barahona, José Huerta, Antonio Moscoso Barrera, Manuel F. Zárate, Zoraida
Díaz, Sergio González Ruiz, José del C. Saavedra Espino, Oscar Velarde Batista,
Leonidas Saavedra Espino, Ofelia Hooper Polo, Plinio Cogley Quintero, Roberto
Pérez-Franco, Alberto Arjona Osorio,
José Aparicio Bernal y una larga lista de literatos que no se conforman
con sentir y valorar su cultura, sino que plasman en libros y revistas el mundo
de los orejanos.
Si hemos de creer en una nación que se precia de altos
índices de crecimiento y de poseer los más altos ingresos per cápita de América
Latina, luego, tiene que haber espacio para la inteligencia, para dejar plasmado
en el escaparate del libro, lo que corresponda al caminar del istmeño sobre su
tierra. Esa política es tanto más necesaria en aquellas sociedades que, como la
nuestra, experimentan cambios sociales acelerados, transformaciones que
trastocan la sociedad en que vivimos.
Por eso la II edición de LA ENEA, RESEÑA HISTÓRICA,
cae como anillo al dedo. Viene a fortalecer nuestra identidad nacional y
comarcal. El profesor David Vergara García así lo entiende y se atreve a
publicar un texto para resaltar los valores sociales, culturales e históricos
que han florecido en una comunidad, que como La Enea de Guararé, se precia de
ser cultora de los mismos.
Estamos ante un libro que supera en presentación
formal al previo; más sin embargo, mantiene los aspectos cualitativos del anterior
e incluso llega a superarlos. Además, aparece en un momento muy oportuno,
cuando la comunidad conmemora el medio
siglo de la creación del corregimiento. Y en esto el aporte bibliográfico del
hijo de La Enea también es ejemplar. Porque el autor nos marca un derrotero, a
su manera nos indica que los aspectos festivos, a los que somos tan proclives
los santeños, también deben acompañarse con eventos más perdurables, de más
largo aliento.
LA ENEA, RESEÑA HISTÓRICA es un canto a este pueblo
marinero, agrícola, ganadero, deportista y depositario de una artesanía que le
ha dado lustre y prestigio a la nación. He vuelto a revisar sus setenta y dos
páginas (72) y al hacerlo he experimentado un sano orgullo de hombre de
extracción campesina, bellavisteño que ha tenido la fortuna de recorrer otros
mundos y de beber de la sabia vivificadora que se respira en los claustros
europeos, centroamericanos y panameños.
Don David divide su investigación en cuatro (4)
secciones. Muy sabiamente, en la primera, nos introduce en la geografía y la
historia comarcal. Pasa luego, en la segunda, a demostrarnos la economía y las
industrias que florecen en este corregimiento guarareño. La tercera da cuenta
del desarrollo urbano y la cuarta recoge, como en un cajón de sastre, aquellos
aspectos que él denomina “Datos curiosos”.
Lo hermoso del libro del amigo David es adentrarse en
su lectura y descubrir rostros amigos, unos presentes y otros que partieron,
pero todos, sin excepción, constructores de la vida sociocultural del poblado.
Puede apreciarse la evolución de las instituciones sociales, así como estampas
fotográficas que no necesitan pie de página, porque ellas son lo
suficientemente elocuentes como para hablarnos desde sus silencios.
Debo afirmar que hay algo de congoja en el libro del
profesor David, un como dolor profundo por una época que se nos fue, por esa
Enea que surqué en bicicleta y por la que mis padres sentían particular
devoción; como que en mis propias venas también corre sangre de los Vergara y
los Bustamante. En este aspecto el aporte bibliográfico también es muy santeño;
con esa forma tan particular que tenemos de pendular, anímicamente, de lo
melancólico a lo festivo, de lo sacro a lo profano.
En cambio, también podemos decir que es un canto a la
orejanidad. Un grito interiorano de una comunidad que no se ha contentado con
ponerse a llorar a la vera del camino. Porque si bien el eneense sabe
divertirse, también sabe trabajar y posee una ética laborar que le ha
dispensado merecida fama. Y como si fuera poco, el Festival de La Mejorana ha
de agradecer a La Enea las once (reinas) que ha tenido desde 1960 al 2013.
Que sirvan estas palabras de exordio, de respetuoso
llamado, a todos aquellos que aún no han leído el libro del amigo David Vergara
García. No saben lo que se pierden. En cambio, al autor, al incansable docente,
cooperativista, folklorista y abogado, las gracias por la oportunidad de volver
a recorrer, en las páginas de su libro, los senderos de La Enea marinera que
aprendí a valorar y respetar desde niño.
......mpr...
Parroquia
de Don Bosco, La Enea, 5 de septiembre de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario