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07 enero 2019

SOBRE NINFAS PENINSULARES Y OTROS ENCANTAMIENTOS







Cuenta una antigua leyenda santeña que desde el fondo de las espumosas aguas del río Perales -las que en determinado punto se vierten sobre una poza tallada por la milenaria corriente-, emergía una ninfa de hechizos y encantamientos. La niña encantada del salto del pilón le llamó Sergio González Ruiz, el inolvidable y vernáculo escritor tableño. Afirma el tradicional relato que no había mortal que pudiera resistirse al embrujo y encanto de aquella semidiosa aparecida en ese natural marco de rocas, árboles y trino de pájaros cantores.
Y el mitológico relato acude a mi mente cuando medito en la suerte de mi tierra; la península istmeña, esa que huele a yerbabuena y albahaca, la de fondas con changa y buñuelos, la que sabe a panela y respira salineros aromas de marismas. Al reflexionar sobre ella duele constar que en esta región istmeña la modernidad ha hecho trizas tales relatos costumbristas, al tiempo que inca el colmillo y siembra incertidumbre en la testa del paisano, del orejano que ahora camina revestido de civilización y parece encantado con otras mitologías de visajes engañosos y alienantes.
En verdad, se ilusiona el ser individual y colectivo con los cantos de sirena de la mundialización. Todo acaece en época de teléfonos inteligentes, muñecas que hablan, ordenadores de ensoñación, música foránea, redes sociales, añejas promesas de políticos desechables, democracias embrionarias, minería depredadora, delincuentes de cuello blanco y aperturas de mercados. Inevitablemente las guarichas retroceden y las ninfas se arrinconan en el remanso del río o en alguna cueva en donde antaño moró algún viejo saurio.
Sí, subyuga al oído incauto aquello de reingeniería, calidad total, emprendimiento y demás deslumbramientos que pregonan los nuevos gurúes de la globalización. “Vivimos otros tiempos”, replica el sabihondo de la urbe al osado caballero rural que le advierte del despiste social y cultural. Porque oteando horizontes foráneos el hombre peninsular ha olvidado el encanto del patrimonio familiar que cotiza a buen precio y que intenta vender como queque en fiesta pueblerina. Recorriendo los centros comerciales, que ahora llama mall, ha terminado comprando el culantro que antaño abundaba en su patio y reemplazando la maquenca por una fruta exótica. Come hamburguesa y pizza y olvida la fonda, porque hasta ésta se ha vuelto gourmet. Muy triste la tienda retrocede y fenece ante el empuje del emprendimiento asiático, que no es nuevo, pero que cuenta con defensores de mano extendida y limosneros de toga y birrete. De todas maneras, porque está de moda, el hombre quiere ser un tipo light, de esos que aún miran el sombrero pintao como parte de algún disfraz que obligado luce en la Semana del Campesino, aunque el campestre sujeto ya no exista y forme parte del ayer que no volverá. Los orejanos se están extinguiendo, como la casa de quincha que llora en su portal la suerte de la cumbrera y la teja que en ella dormitaba.
En plena modernidad hemos regresado a las ninfas que bailan sobre las aguas y muestran al hombre peninsular sus peines de oro. Y como aconteció con el famoso mancebo español, podemos ser víctima de sus hechizos y encantamientos, y hundirnos para siempre entre las espumosas aguas que prometen la felicidad y un mundo de morrocotas de oro
……mapr

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