La actual coyuntura no es época para reproches, pero
tampoco para loas de quienes miran en nuestro acontecer un remanso de aguas
mansas y nunca turbias. Dos siglos no son poca cosa y no deberían pasar solo como
fiesta de cornetas y tambores, reinados y voladores o de discursos elaborados
para salir del paso.
Lo cierto es que sabemos poco de la tierra de Justo
Arosemena Quesada, Belisario Porras Barahona, Ofelia Hooper Polo y tantos otros
personajes que integran la pléyade de la nacionalidad. Prohombres istmeños que muchas
veces parecen sombras al lado de boxeadores y cantantes, dicho sin ánimo de
demeritar glorias ajenas.
A lo mejor deberíamos comenzar con ser respetuosos de
la efeméride que conmemoramos, el Bicentenario de la Independencia de Panamá de
España, porque debemos confesar que no siempre la hemos pensado en sus causas
reales y muchas veces nos contentamos
con celebrar los gritos independentistas como salomas aisladas, como eventos
que se reducen a la exaltación de los próceres, como si ellos en una buena
mañana, al mirar por la ventana, hubiesen tenido la iniciativa de aspirar a ser
libres e incluso como seres que henchidos de patriotismo decidieron, como
afirma la cansona cantaleta, “romper con el yugo español”.
Nuestro proceso independentista es más complejo de lo
que parece, al reunir en el tiempo histórico la confluencia de factores
exógenos y endógenos sin los cuales la separación de Panamá de España queda
narrada, más como una novela, que lo que realmente representa. Debemos
comprender que lo acaecido en Panamá es el fruto de acontecimientos como la Revolución
Francesa de 1789, la invasión napoleónica de 1808, la decadencia del imperio
español, el ascenso vertiginoso del imperio inglés, la lucha española por recobrar
la soberanía mancillada por el corso francés, la vergüenza ibérica de la
batalla de Trafalgar, la constitución gaditana de 1812, para mencionar algunos sucesos
que acaecen en la Europa de los siglos XVIII y XIX.
Por su parte, en tierra americana, resulta
imprescindible recordar la revolución estadounidense de 1776, las luchas
libertarias de Simón Bolívar, la presencia inglesa en Jamaica y otras zonas del
Caribe, las disputa por el comercio en los puertos del Pacífico y Atlántico,
sin olvidar el influjo de la independencia de Haití, hecho acaecido en 1804.
La visión romántica de que Panamá logra su
independencia por el proceder de un grupo de patriotas es parcialmente cierta, si
es que de verdad podemos hablar de la existencia de verdades a medias. Nadie
niega el valor y la entereza de carácter de los personajes proceros; lo que
debemos rescatar es el contexto socioeconómico y político en que acaece, las
causas estructurales que le condicionan y que lo hicieron posible.
En efecto, la historia demuestra que Panamá siempre
estuvo globalizada, acaso el país más globalizado de América Latina, porque
siempre vivimos como paso de riquezas y como juguetes de imperios deseosos de
controlar nuestra cintura ístmica, como si fuéramos la señorita hermosa cuyo
talle es apetecido por varones de mirada lasciva. El vaivén de ese rol es
capital para valorar los sucesos del 10 y 28 de noviembre de 1821, porque el Istmo
venía de una prosperidad comercial con Inglaterra, por la vía de Jamaica, que trunca
la riqueza comercial debido a la disputa de los procesos de independencia bolivarianos
que obstaculiza la fluidez comercial, sumados a los conflictos bélicos de
España.
Debemos tener presente que Panamá siempre fue
realista, devota del rey y su monarquía. Nosotros éramos una de las joyas de la
corona española en América, la ruta del oro y la plata, la zona por la que
atravesaba la riqueza aurífera que iba a llenar los baúles del imperio. Por ese
motivo la independencia panameña es tardía con respecto a otros países
latinoamericanos; como en los casos de Ecuador (1809), México (1810), Colombia
(1810), Venezuela (1811) y Chile (1818). Desde este punto de vista se comprende
que fuera temerario proclamar la emancipación en el país que era paso de tropas
realistas, visitado por virreyes y con la existencia de una clase dominante que
vivía del tránsito de mercancías. Nación que también dependía del situado que aportaba
la corona española para subsidiar el pago a militares y grupos burocráticos,
subsidio económico que también se esfumó.
El año 1821 es la época cuando se acumulan todo este
malestar colectivo, que no solo afectaba a la oligarquía transitista, sino al
mismo pueblo que veía mermado sus ingresos y que, para colmo de males, era
víctima de la leva; es decir, los ciudadanos eran obligados a participar en la
guerra de independencia. Contribución que no solo se daba en hombres, como
queda dicho, sino en metálico, porque la nación se veía obligada a respaldar a
la Corona española en sus gastos bélicos. Y, además de todo ello, los militares
españoles y nativos no recibían la paga por sus servicios profesionales.
Así las cosas, no debe extrañarnos el Grito de
Independencia de la Villa de Los Santos del 10 de noviembre de 1821, en una
zona que dependía económicamente del suministro de vituallas que ella dispensaba
a la zona de tránsito y cuyo modelo social se sustentaba en la ruralidad, en
actividades agropecuarias que vivían su peor momento, sujetos al esquilmar y
atropello de los españoles. Como bien señala el acta independentista santeña, “…atentando
cada español, por ridículo que sea, principalmente si tiene mando y es militar,
hasta con lo más sagrado, que se halla en todo ciudadano que es un individuo…”
Lo anterior implica que tenemos que hacer posible la
revisión de la historia que hasta ahora nos han contado. Y, a propósito del
Grito Santeño, conviene aclarar el aporte de una mujer istmeña, me refiero a
Rufina Alfaro, porque la verdad histórica debe resplandecer y debemos separar
la verdad fáctica de las leyendas y mitos. Hay que decir que Rufina no es un
personaje histórico, como si lo fueron el coronel Segundo de Villarreal,
Francisco Gómez Miró, Julián Chávez y el sacerdote José María Correoso y
Catalán, entre otros, incluyendo el resto de los firmantes del acta de
independencia de la Villa de Los Santos. Lo afirmo porque en el imaginario
popular la fémina santeña ha cobrado un protagonismo que obnubila la visión de
lo que realmente aconteció en la Ciudad Heroica, al punto que opaca el aporte
de los verdaderos protagonistas.
De lo dicho se colige que Rufina Alfaro es el personaje
predilecto del pueblo panameño, nadie lo duda. Y se comprende, porque la
leyenda es atractiva, sugerente y hace de ella una figura novelesca y fácil de asimilar,
muy lejos de las razones estructurales que arriba he señalado, tan alejadas del
ajetreo diario del istmeño. Sin embargo, a la hora de estudiar a La Heroína
debemos hacerlo responsablemente, porque no se trata de destruir la leyenda, de
erradicarla, cual si se tratase de mala hierba del jardín de la historia.
Rufina es una figura ligada al 10 de noviembre, gústenos o no, tan real en la
conciencia de la gente como para generar conflictos interpersonales y regionales.
Lo que se impone es comenzar a mirarla como lo que es, la representación de la
libertad, la leyenda que la gente conoce e idolatra, el emblema de una
efeméride interiorana. Pienso que en esa dirección debe caminar la comprensión
de los sucesos, separando lo mítico de lo real. Porque también hay que decir en
defensa de ella, que muy pocas figuras nacionales han aportado tanto al
concepto de patria como la figura de esa supuesta campesina nacida en La Peña, mito,
leyenda o realidad.
Pecaríamos de ingenuo y de faltos de visión, si en
este bicentenario, nos quedáramos solo en el relato histórico, en el recuento
de lo acontecido, importante, sin duda, pero insuficiente para conmemorar la
fecha. Ahora corresponde reflexionar, cogitar sobre lo que ha quedado en Panamá
luego de dos siglos de la independencia de Panamá de España. ¿Qué se hicieron,
por ejemplo, las promesas de libertad, igualdad y fraternidad que fueron la
base ideológica del liberalismo del siglo XIX? Esas ideas propias del
Iluminismo europeo y que se convirtieron en la argamasa ideológica de las
repúblicas americanas.
Mirando en retrospectiva faltaríamos a la verdad si
planteáramos que no hemos avanzado en dos siglos de existencia. Lo que tampoco
puede negarse es que ha sido insuficiente, que pudimos existir con mayor calidad
de vida, con menos inequidad y mayor justicia social. En especial, en una
república rica, con gentes pobres que es Panamá. Luego de doscientos años
quedan pendientes muchos retos, cambios profundos casi en todos los órdenes de
la vida social, que los panameños, sin excepción, debemos asumir con entusiasmo
y responsabilidad ciudadana.
El bicentenario tiene que trascender su conmemoración
histórica, debemos mirar al pasado, pero con los ideales puestos en el presente
y en el futuro. Se lo debemos a mucha gente, a los que hicieron posible el 10 y
28 de noviembre de 1821, pero también a los continuadores de ese legado. A un
Justo Arosemena Quesada, figura cumbre del siglo XIX, a Belisario Porras
Barahona estadista por antonomasia, a Octavio Méndez Pereira, forjador de
Juventudes, a Ofelia Hooper Polo, nacida en Las Minas de Herrera y artífice del
cooperativismo regional. Sin olvidar a Manuel de Las Mercedes Zárate y a Dora
Pérez de Zárate, sin desconocer a personajes populares como La Reina María,
Ñiqui Ñaque, la Chigarra y Claudinita, los que a su manera también encarnan el
rostro de la patria adolorida.
El Panamá del bicentenario debe aspirar a ser más
incluyente, en un país que no solo debe vivir de redes sociales, teléfonos
inteligentes, ordenadores, poses de artistas de cine y fiestas en demasía. A mí,
en lo personal, en esta hora me duele la región, la nación de Francisco
Gutiérrez, Segundo de Villareal, Pedro Goitía Meléndez, Francisco Samaniego,
Porras y Zárate, la que sabe a changa, chicha de nance y buñuelos de maíz
nuevo.
Nada sería tan importante como el volver sobre
nuestras raíces, sin desconocer los avances modernos, lograr el rescate de
nuestra música, que se ha vuelto vulgar y ramplona, como si fuéramos, al decir
de El Hombre de La Levita, “individuos de meollo endurecido”.
En esta hora de la patria, en la que nos encontramos en
la encrucijada de los caminos, conmemoremos la efeméride recordando el ayer,
analizando el presente y actuando en pro de la nación que nos legaron los antepasados.
Milcíades
Pinzón Rodríguez
En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 21 de octubre de 2021. Leído el 1 de noviembre de 2021 en la sede herrerana del Ministerio Público.
Felicito al colega Milciades por tan valioso aporte. Pero me encanta ese juego de sintaxis cuando se refiere a Rufina Alfaro. Un abrazo fraternal
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