Era apenas un muchacho cuando inició la televisión en Panamá. Me parecía traído de otro mundo ese aparato en el que podía mirar mundos muy distantes del Guararé de los años sesenta. Y entre los programas nacionales que más concitaron mi atención, estaba la participación de una mujer a quien llamaban Silvia De Grasse. La fémina era muy innovadora y coqueta en su forma de vestir y de cantar, con melodías picarescas que hacían imposible el no caer ante los hechizos de las tamboreras y de su peculiar forma de interpretarlas. Acompañada de José Ernesto Chapuseaux (1911-1986) y Francisco Simó Damirón (1908-1992), el trio era la delicia de los melómanos, porque nadie podía quedarse quieto cuando presentaban a Los Alegres Tres.
La
cantante panameña nació el 28 de octubre de 1921 y falleció en San Juan Puerto
Rico el 14 de mayo de 1978. Estuvo casada con El Negrito Chapuseaux,
dominicano, con quien recorrió diversos escenarios de América, particularmente
en San Juan, Puerto Rico y New York en donde gozaron de mucha popularidad en la
radio y la televisión. Y a su lado, siempre el inconfundible pianista Damirón,
también nacido en la tierra del merengue.
Por allí
tengo en mi colección de música algunas muestras de su arte musical, al estilo
de Gallo Pinto, La morena tumba hombres, La Aparición, Panamá Viejo, Sombrero
jipijapa, Cadena Chata, El cangrejal, Papelito Blanco, Pepe, La cita, Mariabé,
Ponte la faja francisco y tantos éxitos que la hicieron merecedora del título
de “Reyna de la tamborera”. Porque hay que decirlo, ella supo darle un renovado
impulso musical a nuestra música vernácula acompañada de músicos como Avelino
Muñoz, ese otro panameño que supo hacer del órgano una voz de nuestra
identidad.
En la
época que le tocó vivir, la presencia de Silvia no es casual. Aparece cuando
desde las áreas interioranas el violín y el acordeón se dan un abrazo de
patria. Estamos a mediados del siglo XX cuando Gelo Córdoba y Dorindo Cárdenas
se constituyen en figuras cumbre del instrumento de fuelles y el istmeño
Ricardo Fábrega incursiona con la tamborera, el género musical que es una
mezcla de tamborito, son y danzón de la tierra de Martí.
Sin duda
ella es un signo de los tiempos, encarna una tendencia musical que veremos
acentuarse en las décadas siguientes, es decir, el inevitable encuentro entre
la orejanidad y el influjo de aires extranjeros que obligan a mixturas
musicales no siempre esperadas. Lo hermoso de Silvia de Grasse es verla asumir
el reto, transformarlo e incluso fundirlo con aires de la tierra de Quisqueya,
mientras lo panameño sigue respondiendo a nuestras querencias y gustos
populares.
A la
panameña aún no se le ha reconocido este aporte, me refiero a su apertura
musical, sin miedos alienantes y con confianza en lo que somos. En este sentido
la cultura istmeña, y particularmente la vernácula, tiene mucho que aprender de
la Reina de La Tamborera, la mujer que colocó nuestra música en el pentagrama
internacional, estilizándola y haciendo de ella un referente importante.
En este
año, mientras conmemoramos el Bicentenario de la Independencia de Panamá de
España, con sus dos fechas cimeras, el 10 y 28 de noviembre de 1821, el
Centenario del Natalicio de Silvia De Grasse, no debe ser olvidado. Ella es el
canto de Panamá y la prueba fehaciente de que en doscientos años la nación vive
y palpita, y aunque el género musical que interpretó -la tamborera- ya no tiene
la fuerza de antaño, su legado perdura en la conciencia de la nacionalidad y
nos hace sentir más panameños.
Que grato recordar a esta insigne cantora panameña. Asi como usted fui impactada con la magia que era para mi, la aparicion de television. Tal y como describe usted sus recuerdos y sentimientos respecto a Silvia De Grasse en los programas iniciales de la Television en Panama. No me perdí ninguno de sus alegres programas.
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