Porras
fue claro al inicio del siglo XX, vaticinó lo que nos esperaba, la puesta en el
mercado de la joven nación. Y nos tomó casi un siglo el liberarnos del enclave
canalero. Pero aquella fue otra época, la de la patria boba que casi carecía de
profesionales y que tenía que garantizar su separación de Colombia.
Más
de un siglo después se repite la historia, esta vez con el enclave minero, sito
al oeste del Canal de Panamá y con total desprecio para los que habitamos la
tierra de Victoriano. Nada justifica semejante desatino, en un país que tendrá
que soportar más de medio siglo de contaminación ambiental y saqueo disfrazado
de acuerdo legal.
Lo
más depravado es percatarse que los mismos gobiernos que han endeudada a Panamá
hasta cifras impensables, ahora, como no saben qué hacer para pagar la
irresponsable deuda en las que nos han sumido, entregan el país a los voraces
intereses mineros. Y para justificar tal proceder recurren al chantaje
emocional: algunas ganancias serán destinadas a la Caja de Seguro Social, otra
institución que ha sido manejada como caja registradora y no precisamente para beneficio
del asegurado.
Yo
no quisiera estar en el pellejo de quienes intentan vender otra vez el Istmo, los
que pretenden entregarlo por algunas monedas, en el viejo estilo del pasaje bíblico.
Hasta el argumento económico no soporta el más mínimo análisis de la ciencia de
Adam Smith, porque ni tan siquiera responden a una filosofía capitalista. Afirman
que nos pagarán mucho más del 2%, hasta un probable 16% de la ganancia bruta.
Dicho de otra manera, pasamos de recibir 2 centavos de cada balboa a 16
centavos. Lo que implica que en el primer caso ellos se quedaban con 98 centavos
y en el segundo con 84 centavos. Y eso que nosotros somos los dueños.
El
pago de impuestos es una obligación de toda empresa y los salarios que devengan
los trabajadores no es un regalo de la minera, ya que tales emolumentos salen
de la ganancia empresarial que se deriva de la extracción del mineral. Otro
aspecto del que no se quiere hablar, porque no hay respuesta para semejante
destrucción, es el relativo al entorno ambiental, en un país de dimensiones minúsculas
y lluvias constantes en la cordillera. Diga lo que se diga y aunque pomposamente
se afirme que existe responsabilidad ambiental, lo cierto es que esa área ha
sido depredada y no podrá recuperarse.
Los
defensores de la minería en Panamá olvidan la historia patria, o se hacen la
que no la conocen, porque su proceder actual es la repetición de quinientos
años de historia. Ellos son los amanuenses contemporáneos de un desatino de
siglos, los representantes de las Ferias de Portobelo, los defensores de la
zona de tránsito, aquellos que pregonan el Panamá fenicio y han sumido a las
áreas interioranas en su rol periférico de folklore y carnaval.
Todos
saben que el país gana más preservando el ambiente que destruyéndolo con minas
a cielo abierto. Lo que acontece es que el cobre, el oro y otros minerales
pesan más en el bolsillo, que la humanidad y los valores sociales. Los valores
no se comen dirán los cínicos y hasta hay quien pregona, en el éxtasis del
utilitarismo y pragmatismo, que la pobreza nacional no puede dormir sobre la
riqueza mineral no explotada. Otros, gamonales políticos, están pendientes de
los réditos del inmundo tajo y de tales personajes nada se puede esperar.
Claro
que nos duele en lo más profundo de la panameñidad que repitamos la misma
historia de rapiña, como si la república fuera propiedad privada que se ofrece
al mejor postor. Sí, que sigamos siendo el “pro mundi beneficio” y que nunca
falten los que miran en la coyuntura la oportunidad para hacerse ricos o incrementar
la riqueza que ya poseen. Las baladíes excusas mineras abundan, mientras los
valores son cada vez más escasos. El país no merece tanta miseria humana.
15/XII/2022
Excelente ilustración y docencia.
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