La feria, la
expresión tiene su magia peninsular, porque la palabra evoca diversiones,
juegos de niños, mugir de cuadrúpedos astados, pulular de fondas, ventas de automóviles,
canes que ladran y exposiciones comerciales. Y la memoria retrotrae al siglo
XVI con las referencias hispánicas sobre las ventas indígenas en las llanerías
de Natá. Sí, porque luego de aquello no hay pruebas documentales que en la zona
demuestren la existencia de mercadillos, aunque seguramente se dieran algunos
en ese devenir histórico.
Lo nuestro es
asunto del siglo XX, en la primera mitad de la centuria, cuando la iniciativa
privada y el Estado organizan las ferias que van a ser el antecedente de la actual,
en poblados como Villa de Los Santos, Las Tablas, Chitré, Parita y Ocú, sitios
de los que en algún momento he visto referencias bibliográficas.
La feria de
Azuero es de las mejores de la república y los azuerenses – santeños y
herreranos- la sentimos como propia, superando visiones regionales y
comarcales. Porque de alguna manera el evento demuestra lo que somos capaces
cuando se aúnan esfuerzos y la cultura común se impone por encima de las
divisiones político-administrativas. Bajo este prisma la feria es la concreción
de lo que deberíamos ser, de la necesaria e indestructible unidad regional, un desafío que ojalá haga posible el siglo XXI,
cuando mentalidades mucho más ilustradas, comprendan que no es partiendo,
dividiendo, como vamos a tener mayor presencia política junto al resto de la
nación.
Desde entonces
la actividad ha evolucionado junto a la sociedad que le cobija, lo que explica que
la ´presencia de la actividad agropecuaria sea cada vez menor. Y no porque
exista carencia organizativa, que nunca será suficiente, sino porque la exhibición
es el reflejo de lo que acontece en los extramuros feriales, en donde
agricultores y ganaderos ven menguar sus respectivos fundos; mientras se
adultera y languidece la cultura y el comercio pasa a manos de intereses
foráneos.
Sin embargo, la
feria está allí, peleando contra molinos de viento, cual Quijote tercamente
renaciendo cada año y demostrando la capacidad de resistencia del pueblo
azuerense. Toda ella es como una flor de Sarigua, un oasis que anualmente se
llena de agua para que las aves trinen y no olviden la naturaleza de que están hechas.
Quien quiera
conocer la región, de verdad, ha de venir a la feria; recorrerla bajo el sol
calcinante o en la noche poblada de estrellas, con la música que suena en los
altoparlantes, disfrutando el caminar junto a miles de visitantes que esperan este momento, cuando santeños, herreranos y amigos
de la zona recorren las instalaciones en la Villa de Los Santos, en esta añeja
capital histórica de Azuero, en la que flamea contiguo al río La Villa, el
símbolo del santeñismo, la bandera histórica, cívica y libertaria: azul,
amarillo y rojo.
…….mpr…
En las faldas de cerro El Barco, Villa
de Los Santos, a 19 de abril de 2024.
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