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13 febrero 2025

DORINDO Y SU MÚSICA OREJANA

 

Dentro de poco Daniel Dorindo Cárdenas Gutiérrez (1936-2026) cumplirá 90 años. Todos le conocemos como Dorindo, aunque Daniel es el primer nombre de pila, porque el segundo lo usa como denominación artística.

Nueve décadas es mucho andar por los caminos de la patria de Justo y Belisario, del Canajagua y el Barú. De los años transcurridos, no menos de sesenta los ha dedicado al instrumento que, desde mediados de la centuria vigésima, se volvió más hegemónico que el violín: el aristocrático instrumento de los campos panameños que debe mucho al ingenio italiano, así como el acordeón se nutre del influjo teutón, y más atrás, de la milenaria cultura china.

Dorindo es vocablo que dice mucho, porque se ha convertido en sinónimo de fiesta y alegría sonora de la panameñidad. Ese mérito no es producto del azar, ni de la concesión gratuita de nadie; encarna la labor de mucho tiempo, componiendo y tocando, incluso haciendo de Cupido sin quererlo. Porque es curioso que el acordeonista nace el día del amor y la amistad (14 de febrero), como si el alumbramiento fuero el mensaje premonitorio del papel social que habría de desempeñar.

Las canciones del Poste de Macano Negro -de su autoría o de otros- tienen el embrujo de los campos, con letras que cantan al amor, la vida en pareja, los requiebros a la mujer idolatrada o la admiración a un personaje. Dorindo no canta a la élite, al potentado, sino al hombre de pueblo, con o sin birrete.

Junto a Gelo Córdoba, así como al resto de la generación de violinistas que le antecedieron, son los verdaderos zapadores de la música de acordeones en el Istmo, porque si bien el acordeón se vuelve dominante, el instrumento de fuelles no hace otra cosa que construir sobre la base del trabajo musical de quienes les antecedieron. Es decir, la generación de compositores que nacen al oriente de la península con dirección sur, hacia las sabanas pedasieñas.

Para quienes miramos el aporte de Dorindo bajo el prisma sociológico, cultural e histórico, la figura del santeño se crece. Y es que el acordeonista es el cuenco de una sociedad que lucha entre la tradición y la modernidad; porque compone la música que se niega a morir y que desde Gelo y Dorindo ha sabido, no siempre con éxito, sobrevivir a la avalancha de estilos y modismos que la empujan a desvirtuar sus verdaderas raíces.

Dorindo ha navegado en esas aguas turbulentas y su modelo de conjunto musical dominó el escenario hasta los años noventa de la pasada centuria y aún se proyecta en el siglo XXI. El relativo declive del modelo se explica, no porque hayan surgido mejores agrupaciones, sino por razones temporales, transformación de la base social e influjo de la música foránea.

En el siglo XX Dorindo es el soporte de nuestra música orejana, la que, desde el campo y la ciudad, fue y es eco sonoro de lo que somos. Entre otras canciones: “Mogollón”, “XV festival en Guararé”, “Pueblo Nuevo”, “Momposina”, “Barranco del río Muñoz”, “Revolcón en Llano de Piedra”, “Manizaleña”, “A mi patria chica”, “La linda Ballesteros”, “El solitario”, “Desolación”, “Los sentimientos del alma” y muchas otras, no sólo son notas en el pentagrama que el acordeón interpreta, son el alma del pueblo, la rebeldía musical de la cultura istmeña que con Dorindo reafirma su identidad cultural.

.......mpr...

En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 9 de febrero de 2025.

 


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