El chango anda vestido de negro, como si la naturaleza le obligara a expiar alguna culpa de sus emplumados congéneres. Le conozco a fuerza de verlo en las mañanas cuando con ansiedad se posa sobre el auto. Llegado este momento, el pájaro se transforma y sus ojos se convierten en tizones rojos con los que pretende agredir a su imaginario enemigo. Lo busca con ansiedad y luego lo encuentra invariablemente en el espejo retrovisor de la puerta del auto. Y ahora es cuando arde Troya, porque comienza a emitir una variedad de aguerridos graznidos para desterrar de aquel sitio al intruso que en las mañanas intenta disputarle su espacio vital. Su ira llega a tal extremo que expele sus blancos excrementos como señal de que “aquí mando yo”. En este punto acudo para espantarlo y el chango se retira para acudir puntualmente la próxima mañana.
Mirando este espectáculo matutino, me he convencido que el ave siente un odio incontrolable hacia aquel extraño visitante que no se cansa de retarlo día tras día. Allí está, idéntico a él, siempre negro y corroído por la ira interior. Así, el emplumado ser arma en su belicoso rito la inútil lucha contra la propia imagen reflejada en el espejo. Supongo que alguna vez se despertará en la alta noche y posado sobre la rama de algún corotú, esperará el amanecer para volver a pelear consigo mismo. Probablemente así será hasta que su vida se extinga, a menos que otro plumífero amigo lo saque de su estéril porfía.
¡ Qué interesante la vida de este chango!. Su vida está llena de sublimes mensajes para el hombre contemporáneo que agoniza víctima de las presiones de su fugaz existencia. Pienso en los millones de seres humanos que en este instante andamos por el mundo sin percatarnos que llevamos una vida de chango. Como él nos levantamos a pelear contra nosotros mismos, a agredir al primero que encontramos en nuestro camino, “arrastrando la manta” en busca de camorra. Estamos convencidos que allá afuera, en la sociedad, existen seres que nos odian; y seguimos alimentando rencores que constituyen la imagen proyectada de nuestra perturbación interior.
La irracionalidad de la vida de chango es producto de la separación que hemos realizado entre razón y sentimiento, naturaleza y ciencia. Por eso la deshumanización está a la orden del día y los hombres hemos terminado por colonizar al planeta, por destruir el medio ambiente, olvidándonos que no podemos defecar sobre la cama sin que tarde o temprano tengamos que dormir con la inmundicia. Vieja lección ésta que ya entendían los indígenas americanos mucho antes de que llegara el “caballo de hierro” o los celulares nos distrajeran con sus sonidos de cigarras electrónicas.
Si en verdad amamos, debemos buscar soluciones; porque para superar la vida del chango iracundo de nada sirve condenar a la ciencia y a la tecnología; planteando un retorno a la Arcadia o a la búsqueda de El Dorado, propuestas de cambio que han demostrado su ineficacia social.
Hacia dónde vamos y qué queremos es lo que nos grita la conducta del chango; porque no podemos continuar perdiendo nuestra paz interior peleando contra los fantasmas de nuestra contemporánea alienación. Imposible olvidar que lo que refleja el espejo no se supera destruyendo a éste, sino penetrando y analizando nuestras miserias humanas, reorientando nuestra interacción con Natura y teniendo la inquebrantable fe de que nuestro proyecto humano no consiste en poseer una vida llena de la ilusa fiereza del chango.
¡ Qué interesante la vida de este chango!. Su vida está llena de sublimes mensajes para el hombre contemporáneo que agoniza víctima de las presiones de su fugaz existencia. Pienso en los millones de seres humanos que en este instante andamos por el mundo sin percatarnos que llevamos una vida de chango. Como él nos levantamos a pelear contra nosotros mismos, a agredir al primero que encontramos en nuestro camino, “arrastrando la manta” en busca de camorra. Estamos convencidos que allá afuera, en la sociedad, existen seres que nos odian; y seguimos alimentando rencores que constituyen la imagen proyectada de nuestra perturbación interior.
La irracionalidad de la vida de chango es producto de la separación que hemos realizado entre razón y sentimiento, naturaleza y ciencia. Por eso la deshumanización está a la orden del día y los hombres hemos terminado por colonizar al planeta, por destruir el medio ambiente, olvidándonos que no podemos defecar sobre la cama sin que tarde o temprano tengamos que dormir con la inmundicia. Vieja lección ésta que ya entendían los indígenas americanos mucho antes de que llegara el “caballo de hierro” o los celulares nos distrajeran con sus sonidos de cigarras electrónicas.
Si en verdad amamos, debemos buscar soluciones; porque para superar la vida del chango iracundo de nada sirve condenar a la ciencia y a la tecnología; planteando un retorno a la Arcadia o a la búsqueda de El Dorado, propuestas de cambio que han demostrado su ineficacia social.
Hacia dónde vamos y qué queremos es lo que nos grita la conducta del chango; porque no podemos continuar perdiendo nuestra paz interior peleando contra los fantasmas de nuestra contemporánea alienación. Imposible olvidar que lo que refleja el espejo no se supera destruyendo a éste, sino penetrando y analizando nuestras miserias humanas, reorientando nuestra interacción con Natura y teniendo la inquebrantable fe de que nuestro proyecto humano no consiste en poseer una vida llena de la ilusa fiereza del chango.
Buenas Noches, Profesor Milciades, muy buen artículo, MARÍA CRISTOBALINA OJO: LA REINA MARÍA, que bueno es destacar aquellas personas que han hecho perdurar las tradiciones de nuestra región.
ResponderEliminarSaludos,
José Fung