Mi tío José Dolores Rodríguez Villarreal, conocido como Dolorito, nació en La Guaca, el 8 de mayo de 1931. Fue bautizado en la parroquia de la virgen de Las Mercedes, el 10 del mismo mes, por el presbítero Ubaldino Córdoba, siendo sus padrinos Olegario Rodríguez y Marciana Castillo. Era hijo legítimo, como indican los archivos parroquiales, para confirmar con ello que el vínculo matrimonial había sido bendecido en el templo.
Hijo de José
Dolores Rodríguez Muñoz y Juliana Villarreal, todos naturales de La Guaca,
población en donde los Rodríguez guarareños se establecieron siglos atrás. Ellos
forjaron una descendencia que se ha extendido por la región, desde la costa
guarareña hasta las laderas del Canajagua y otros sitios del sureño villorrio
de Pedasí, sin olvidar la presencia en la ciudad de Panamá, La Chorrera y otros
lugares nacionales.
Dolorito
forjó su familia en La Pacheca, en donde se estableció con posterioridad al
casarse con Griselda Vergara Pérez. Desde entonces mi tío se dedicó a la
familia, con ese empeño tan santeño de hacer hasta lo indecible por preservar
el legado del apellido, el que ha de respetarse y llevarse en el corazón.
Creció en su pueblo, La Guaca, el mismo de mi madre María de Las Mercedes
Rodríguez Villarreal y el resto de los hermanos; viviendo en la casa de quincha
que en la colina apenas perceptible aún se erige frente al pozo artesiano en
donde se abastecían de agua. Por allí quedaba, también, la casa de Munda y aún
me parece ver llegar a mi abuelo Dolores con el racimo de pipa al hombro,
traído de la hacienda que quedaba junto a la quebrada y el puente que comunica
a Las Tablas Abajo y Bella Vista.
José Dolores Rodríguez
Villarreal, Dolorito, era un hombre con el típico carácter y cultura del
orejano de nuestra tierra. En apariencia poco dado a los mimos, pero en el
fondo del alma lleno de sentimientos y congojas. Era devoto de la virgen de Las
Mercedes, muy formal y austero cuando llegaba al templo religioso. La casa de
Dios era para él, lo recuerdo, un lugar sacro, de respeto, al que hay que
acudir bien vestido y, al ingresar, descubrirse, con el sombrero en la mano
como debe ser. En esto, los Rodríguez de La Guaca, tuvieron en Pacífico
Rodríguez, Ichi, su hermano, el ejemplo de una fe sembrada en la infancia, por
su madre Juliana, que, en horas tempranas de la madrugada, montaba a la
mujeriega en su alazán y viajaba a Guararé para participar de los rosarios del
alba.
En el cuerpo yerto
de mi tío hay todo un orgullo familiar, una cultura de antaño, la conciencia de
una ética del trabajo y un conjunto de valores sociales que debemos darle continuidad.
Cuando hablaba con él o le visitaba veía en su rostro, como en un espejo, la
conciencia de mi gente; la rama familiar de mi madre y esos callejones por
donde transitó mi infancia. Miembro del grupo familiar a quien debo tanto:
Ernestina, Ana, Dolores, Domitilo, Pacífico y Andrés.
Le despido
pensando en la cultura de la vida que debe superar la cultura de la muerta. Sé
que, aunque no nos encontráramos con la frecuencia que deseáramos ambos, el
afecto era recíproco, porque los genes no mienten y las querencias no
necesariamente renacen de la proximidad. Pienso que Dolorito se nos fue en una
época hermosa; en pleno estío, en el verano peninsular, cuando los niños
empinan sus cometas, la sal está cuajada en los destajos, el virulí se asoma en
los cañaverales, los guayacanes lucen el amarillo intenso y el viento canta en
la copa de los árboles.
En verdad,
qué más se puede pedir para darle el adiós postrero al hombre que como él
siempre amó a su familia, a su gente y a su tierra. Descanse en paz, tío
Dolorito, y gracias por el inmenso honor de formar parte de su vida terrena,
porque la otra, la celestial, ya está al alcance de su mano.
Milcíades
Pinzón Rodríguez
En las faldas
de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 28 de febrero de 2022.
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