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15 noviembre 2011

EDWIN CORRO CALDERÓN: DÉCIMA, TEORÍA Y COMPROMISO

Profesor Edwin Corro Calderón
   1.
Hace muchos años conocí a Edwin Corro Calderón, seguramente en esos ajetreos de la universidad herrerana cuando ésta apenas era un retoño llamado Centro Universitario. Las constantes caminatas por nuestros campus lograron que inevitablemente nos encontráramos. Con el tiempo descubrí que el amigo era un hombre sensible, que había hecho de la décima un instrumento de su cantar y del amor a la nación del Canajagua y el Tijeras. Hombre culto que también supo integrar a la lengua de Cervantes como objeto de estudio y como proyecto de vida.
Por las razones que expongo me alegro que el Ministerio de Educación le reconozca -aunque sea parcialmente-, sus ajetreos de la pluma, la inspiración, la docencia y la inteligencia. Y ese día, mientras me enteraba de la noticia y en la cafetería universitaria sorbía parsimoniosamente una taza de humeante café, mi mente se trasladó a otro tiempo y otros lares.
2.
Un niño juega en París de Parita; indiferente y abstraído sólo mira el trompo que se bambolea sobre el polvo con olor a verano y brisas marinas. Juega en la placidez de los años cincuenta del siglo XX, sin pensar lo que el hado caprichoso le depara en los claustros de la escuelita primaria, los salones de la secundaria y, más tarde, de la Universidad de Panamá. Años de esfuerzo de un muchacho que saldrá de esas tierras de Antataura para ser responsable con el llamado de las letras de su cultura campesina.
En aquellos tiempos la Universidad de Panamá era un nido en el que se depositaban los “nidales” que al calor de teorías e ideologías eclosionaban en polluelos de la más variada estirpe. Y en ese mundo distante de la perdiz y el “tapón”, el niño que ya es adolescente lee a Gabriela Mistral, sabe del genio  de García Lorca, siente la emoción de los poemas de Neruda, sin olvidar a Miró, Sinán, Laurenza y tantos otros.
Y regresa a la tierra que ama, a esa que idolatra con pasión, la que aprendió a valorar entre vuelvo y vuelco del corazón, mientras la “chiva” que le transportaba a la capital de la república iba regando por la carretera congojas, ilusiones, promesas y sueños. Comprendió que el simple rótulo de “Divisa” era la puerta de salida hacia otro mundo –uno que no era el suyo- y que de solo mirarlo sentía que algo cambiaba en su interior, en  ese corazón orejano que comenzaba a degustar el agridulce sabor de la cabanga.
El pariteño intuía que hacer carrera en la Península sería difícil, porque no siempre se premia la inteligencia y el temor al cambio pone en guardia los mecanismos de defensa. Quizás hubiera sido más práctico y cómodo quedarse refugiado en el transitismo, pero el hombre nacido en París optó por su tierra y por su gente. Le esperaban la burocracia escolar, los niños que no siempre comprenden los dictados y el valor de las palabras de la que Limpia, fija y da esplendor. Y cual Quijote de la tierra de Cubitá, desoyó a los Sanchos para cantar a los hombres y mujeres que pueblan la tierra más fermosa que han visto los cielos.
3.
Con un pie en el colegio y otro en la Universidad, Edwin ha sembrado el amor a la literatura en sus alumnos, porque de él se puede decir que defiende su chitreanidad sin caer en esas demagogias pueblerinas que sudan regionalismo y etnocentrismo barato. No en vano este hombre ha hecho de Zárate un amigo. Ser universitario tampoco le ha impedido ser orejano, ni ha pretendido citar a un clásico o lanzar su latinismo para –como hacen algunos- presumir de una sapiencia de la que carecen. Por eso ha hecho de la décima su estandarte y  blasón.  Y sin desconocer los rigores de otras métricas, se ha bañado de orejanidad, porque nunca le deslumbraron las luces capitalinas, ni se avergonzó del canto de la cascá, ni de los padres campesinos que presintieron los logros de ese hijo que una vez vieron bailando su trompo por la misma tierra que antaño holló Paris, Gonzalo de Badajoz y Gaspar de Espinoza.
4.
 Yo no sé, pero estas reflexiones vienen  a mi mente ahora que confirmo que a Edwin Corro Calderón le entregarán la Medalla Manuel José Hurtado. Claro que comprendo que aquello es un honor; pero cuántos como mi amigo Edwin no habrán también prestigiado a ese galardón de la docencia, en un reconocimiento que para ser auténticamente valedero, ha de ser recíproco. Y no ando con medias tintas para decirlo sin tapujos, él tiene los méritos para recibirlo, aunque su sencillez no lo admita y las ejecutorias así lo comprueben y atestigüen.
En el pariteño hay un rasgo que siempre he valorado: la sencillez de espíritu y de corazón. Un hombre valioso que sabe que, en el mundo de la imagen antes que del contenido, algunos se creen cóndores cuando apenas vuelan como gallinazos.
Ahora sume a todo lo dicho los cientos de eventos que en la región dan testimonio de la presencia del Hombre de Paris de Parita; el mismo azuerense que desde hace muchos años se ha radicado en Chitré, y tendrá una idea del aporte del herrerano.
5.
Algunas de estas imágenes acudían a mi mente en la Cafetería Universitaria. Ese día comprendí que había que escribir algo que estuviera más allá de la amistad y del respeto. Algún opúsculo, que aunque modesto, fuera una crónica testimonial para quienes, como Corro Calderón, nunca se cansa de andar por los caminos de Ofelia Hooper Polo, José Daniel Crespo, Belisario Porras Barahona y Zoraida Díaz.
El gran mérito de Edwin Corro Calderón estriba en haber comprendido ese legado cultural y asumir sin remilgos el compromiso de hacerlo cutarra, pollerón y décima.
….mpr…

2 comentarios:

  1. Gran homenaje!
    Saludos Profe

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  2. Interesantes comentarios. No fui amigo personal de Edwin, pero algunas veces intercambiamos palabras en la universidad. No sabìa que era compositor. Me gustarìa conocer sus trabajos màs representativas para tener una idea exacta de quien eran nuestro compañero.

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