Durante décadas
se veía venir la rebelión del pueblo panameño, la misma se había pronosticado al
observar el deterioro de la cuestión socioeconómica y política, porque los
indicadores parecían confirmarlo. En efecto, a raíz de ello una marea humana ha
estado en las calles, algunas veces sin cabeza visible y aguijoneada por una
furia incontenible.
El detonante ha
sido el contrato minero, la forma antipatriota y cínica con la que se ejecutó,
como si los políticos creyeran que esta tierra istmeña es su finca personal,
como si los panameños fuéramos siervos de la Edad Media o estuviéramos
obligados a pagarles el camarico de la época colonial.
La nuestra ha
sido una protesta heterogénea con educadores, obreros, campesinos, trabajadores
de la salud y otros sectores sociales. Hay una abigarrada multitud que se mueve
al compás de tamboritos, consignas, marchas, discursos, banderas y una dolencia
colectiva que no cesa; dolor de patria que se alimenta de redes sociales y del
cinismo del presidente, ministros, diputados, dirigentes políticos y el
silencio cómplice de quienes están llamados a defender la nación de la angurria
minera y de la destrucción de bosques, fuentes de agua, fauna y todo lo que es
parte integral de “Panamá la verde”, postal ambiental a la que hiciera alusión
el poeta español Vicente Blasco Ibáñez
(1867-1928), en los años veinte de la pasada centuria, y que ha
renacido, sin darse cuenta, en los cánticos de la protesta.
Lo que se observa
es una profunda crisis institucional, un gobierno debilitado y en total
descrédito, así como una población que cuestiona y reta a los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial. En ese contexto los partidos políticos son
organizaciones que igualmente están desacreditados, porque al decir de la voz
popular “Aquí no hay donde colgar una chácara”.
Sin embargo, lo
relevante estriba en comprender si la rebelión social logrará mantenerse en el
tiempo, si podrá traducirse en un sistema organizado que sea capaz de atacar
los problemas de la nación: corrupción, pobreza, es decir, enfrentar las
asimetrías del desarrollo del Panamá campesino, indígena, profesional y de
distribución inequitativa de la riqueza nacional.
Todas esas
incógnitas comenzarán a despejarse en el próximo torneo electoral. Allí veremos
realmente si toda esta explosión de descontento ha encontrado el cause que nos
permita aseverar que, entre los meses de octubre y noviembre, se ha refundado
la nación. Descubriremos si el panameño al fin se ha empoderado y ha decidido
dejar de ser pasivo y renegar del poema de Demetrio Herrera Sevillano (“Panameño
tú siempre responde sí”). O para decirlo en palabras del habla del panameño: “Esto
no es más que llamarada de capullo”.
Pero
cualesquiera sea la situación que viviremos, la experiencia gravitará en el
inconsciente colectivo, como lo fue en los años sesenta del pasado siglo, la
jornada libertaria de los estudiantes de aquellas calendas. Y como aconteció en
esos tiempos, no lo olvidemos, el aprendizaje no sólo fue para el hombre llano,
sino, también, para el grupo dominante que recompone su hegemonía.
…….mpr…
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