El ser humano
que mora en las provincias interioranas lleva medio milenio dependiendo de las
decisiones que se toman en la zona de tránsito. Y tal dependencia comenzó
cuando Pedrarias fundó el asiento poblacional que conocemos como Panamá la
Vieja (15 de agosto de 1519). En esa misma visión estratégica, el 20 de mayo de
1520, surge la ciudad de Natá; y desde entonces la zona del occidente nacional
sólo mira hacia el área de tránsito. Allí surgió un vínculo dependiente que se
fortaleció con pueblos como la Villa de Los Santos (1 de noviembre de 1569) y
otros que fueron fundados a lo largo de la vertiente pacífica del Istmo.
Sin duda la idiosincrasia
del orejano ha estado unida al cordón umbilical y hegemonía de la ciudad de
Panamá. Y ese control no es tan sólo económico y burocrático, sino emocional y
cultural. Con el tiempo hubo un intento de ruptura con tal estado de cosas, contra
el poder centralista, encarnado en el 10 de noviembre de 1821, que visto en la
distancia solo se recuerda como el Grito Santeño… y nada más.
El 10 de
noviembre de 1821 representa la irrupción del poder agrario, al que la zona de
tránsito logra maniatar con el 28 de noviembre de 1821, para quedar de una vez
por todas reducido a su papel del Panamá vernáculo y reservorio de tradiciones.
En el modelo
istmeño la zona de tránsito es el negocio, el sector terciario, mientras que
las áreas interioranas asumen su rol del Panamá agrario, de la periferia que
bordea la verdadera área del poder estatal, residente en la capital nacional.
Lo acaecido en
la Villa de Los Santos y Natá (10 y 15 de noviembre de 1821, respectivamente)
fue fruto del poder agrario, como queda dicho, en contraposición al transitista,
que se ve forzado a adelantar la independencia el 28 de noviembre, movimiento
con el cual se sella esta propuesta interiorana aupada por el eje La Villa –
Natá y se reitera la hegemonía en el corredor transístmico.
Dos factores
exógenos vienen a negar toda posible vía de participación interiorana en la
lucha por el poder político y económico. Me refiero a la construcción del
ferrocarril transístmico y el intento de los franceses de hacer viable el canal
de Panamá. Otro tanto acaecerá con el canal en el siglo XX. Esos acontecimientos
fortalecen el papel central de la zona de tránsito y dejan a los departamentos o
provincias en un rol subordinado.
En el plano
endógeno el siglo XIX marca las luchas intestinas entre conservadores y
liberales. Los sucesos azuerenses de mediado de esa centuria retratan de cuerpo
entero hasta dónde habían arrastrado los políticos capitalinos al resto del
país. El caso de Pedro Goitía Meléndez, en el siglo XIX, así como de Belisario
Porras, en el siglo XX, demuestran la magnitud de lo planteado.
En efecto,
ambos personajes se ven forzados a adherirse al juego político capitalino, con
todas las contradicciones que ello implica, entre otros motivos, porque la base
popular interiorana carece de organización, maduración ideológica e instrucción
pública. Al final esta será la tónica que marcará el siglo XX y XXI y el
surgimiento de los gamonales políticos que controlan a un electorado que no
comprende el poder del voto en un sistema democrático.
En el siglo XX
el grito santeño y la adhesión natariega serán testigos de la adulteración de
fechas de tan hondo significado. Porque las celebraciones son despojadas de su
filosofía libertaria para naufragar en festividades y desfiles de vida efímera.
Y en ese jolgorio hasta los centros educativos han perdido el fondo de los
hitos históricos y se han quedado en la forma, disfrutando del sonido de
tambores y cornetas, mientras el desarrollo se estanca y los jóvenes ven frustrados
sus proyectos profesionales.
¿Hacia dónde va
la nación? Tal es el interrogante que resurge cada mes de noviembre mientras
las calles se llenan de estudiantes y la respuesta se pierde en el horizonte y
la pobreza engalana los campos y ciudades.
…….mpr…
11/XI/2025

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