De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española de La Lengua, una de las acepciones de villa es la de: “Población que tiene algunos privilegios con que se distingue de las aldeas y lugares”. Disfruto la definición, porque eso fue precisamente la Villa de Los Santos, desde aquella disposición de la Audiencia de Panamá que así lo dispuso el 10 de noviembre de 1573.
Ya es sabido que en la indicada localidad se
encendió la llama de la libertar, la que se propagó al resto de la nación. Sin
embargo, allí no queda lo sabido, porque la historiografía istmeña ha venido analizando
el acontecimiento desde los tiempos del Grito de La Villa, que publicara
Ernesto de J. Nicolau, hasta los actuales aportes temáticos del doctor Alfredo
Castillero Calvo, con su valiosa contribución al conocimiento de los
acontecimientos de 1821.
Pero todavía así hay mucho por escudriñar, en
especial sobre los nexos del grupo dominante peninsular con el poder asentado
en la ciudad de Panamá, incluso dilucidando los vínculos existentes entre La
Villa, Pesé, Parita, Las Tablas, Pocrí, Ocú, Natá, Santiago y Penonomé. Algunos
sitios marcadamente clericales, otros más proclives al naciente liberalismo
istmeño, aunque todos -como no podía de ser de otra manera- devotos en su
momento de la corona de Fernando VII.
Luego de 200 años del grito independentista
santeño, la pregunta continúa siendo, qué impulsó a nuestra zona de escasa
población y economía periférica a declarar la independencia, si carecía de los
medios para sustentarla. En 1822, por ejemplo, la Villa de Los Santos, cabecera
del Cantón de Los Santos, perteneciente a la Provincia de Panamá, parte
integrante del Departamento del Istmo, tenía una población que rondaba las 6
mil almas, teniendo la totalidad del cantón 18,300 personas; los que
correspondían, además de los 6 mil de La Villa, a sitios poblados como Parita
(2,500), Pesé (2,000), Las Tablas (3,000), Pocrí (1,200), Macaracas (1,200), Bacamonte
o Las Minas (1,000), Pedasí (400) y Ocú (1,000). Según la fuente consultada del
Archivo de Nacional de Colombia, en la fecha el Istmo tenía apenas 96,825
habitantes.
Claro que hay que asumir los guarismos con precaución,
porque para la época los registros no son fiables, pero son reveladores de la
escasez de habitantes, porque ya desde siglos previos la dispersión rural era
predominante, lo que nos deja con una población urbana mucho menor. En este
contexto el Grito Santeño fue un acto temerario, aunque favorecido por la
existencia de cuarteles con escasez de tropas realistas que representaran una
verdadera amenaza.
Indicadores como el señalado y otros que
podrían valorarse, apuntan a que debieron existir otros factores, aún por
investigar, que desembocaron en los sucesos acaecidos en Los Santos. Todo esto aclararía
por qué el suceso histórico, frente a la ausencia de una explicación más
académica, se ha visto precisado a llenar tales vacíos con interpretaciones subjetivas
y una carga emocional que en no pocas ocasiones obnubila la lucidez de lo
acaecido.
Otra pieza suelta del análisis viene a ser la
endogamia santeña, porque los nexos matrimoniales, no solo entre los próceres,
sino entre éstos y las familias hegemónicas de las actuales provincias
centrales y grupos de la ciudad de Panamá. En este sentido el estudio del
coronel Segundo de Villarreal, José María Correoso y Catalán, Francisco Gómez
Miró y demás personajes históricos puede resultar de mucha utilidad, como ya lo
anuncian algunas investigaciones recientes de Mario Molina, Manuel Moreno
Arosemena, Alberto Osorio Osorio, Oscar Velarde Batista, Celestino Andrés Araúz,
Alfredo Castillero Calvo, Alberto Arjona Osorio, Oscar Vargas Velarde y quien
suscribe este escrito.
En efecto, el papel de José María Correoso y
Catalán, cura rector del templo a San Atanasio, si así lo permitiera la fuente
documental, debiera ser dilucidado; porque la postura de la Iglesia Católica,
en la figura de su vicario, se compagina con posiciones similares de
presbíteros de otras latitudes geográficas. El rol político con tintes
libertarios de los personajes de sotana se asoma en una organización religiosa tradicionalmente
vista como conservadora, cuyo aporte ha de ser aclarado.
Llama la atención al estudiar el suceso la
escasa o nula presencia del pueblo llano, porque las referencias casi no
existen, excepto por alusiones muy generales en el acta de independencia del 10
de noviembre de 1821; quizás porque la efeméride fue liderada por el grupo
hegemónico santeño, que es el que queda plasmado en la fuente documental. Lo
que podríamos llamar el pueblo solo aparece en la formación de los batallones
con los que se pretendía defender el hecho consumado. Tal vez el personaje de
Rufina Alfaro -leyenda o realidad- sea de las pocas figuras de estrato popular
al que nos referimos, pero envuelta en una polémica sobre su existencia real. Y
todavía en esta última situación, a los sectores populares se le continúa escamoteando
su protagonismo.
El impacto de la ideología liberal y el
análisis económico son factores por considerar, porque no queda claro, realizada
la excepción de Francisco Gómez Miró, cuál era la postura real de los
sublevados. Otro tanto lo representa la cuestión económica en la zona, en una
región marcadamente minifundista y con un modelo de desarrollo sociocultural
diferente a la ciudad de Panamá. Descubrir esos entresijos históricos daría
muchas luces sobre el estudio de un acontecimiento que ha sido analizado más
con el corazón, que con razón cartesiana.
Transcurridos 200 años el estudio desapasionado
sobre lo que realmente aconteció en la Villa de Los Santos aún espera un examen
multifactorial de lo acontecido, dilucidando las causas estructurales e incluso
subjetivas de un hecho de tanta trascendencia para la nación. Y quizás lo más
urgente estribe en verlo, no como un suceso aislado, sino como parte integral
de las transformaciones políticas, sociales y económicas de aquellas calendas,
no solo en suelo patrio, sino más allá de las fronteras nacionales.
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