Al insecto le
dan diferentes nombres – en la zona herrerana le llaman totorrón- pero en el
fondo sigue siendo la clásica cigarra. La también denominada chicharra es un bicho
que en los meses de abril y mayo intensifica su canto. Para estas fechas es
mayor su sonido monocorde y son tantos que se escuchan a distancia, porque vive
su época de apareamiento y de reproducción de la especie.
Me da la
impresión que en los últimos años abundan en mayor número. Porque, por ejemplo,
en la ruta Doctor Belisario Porras, al transitar por ella, se escuchan a pesar
del viento y el ruido de los motores. Pareciera que algo está pasando con estos
insectos, quizás motivados por la tala de árboles en zonas rurales y su
migración a sitios urbanos, en donde se incrementan las zonas boscosas y
encuentra nuevo cobijo.
Lo afirmo
porque en mi patio no era tan común su presencia, como lo he podido constata este
año. Pienso que es un fenómeno que debiera ser estudiada por entomólogos,
porque alguna razón ha de explicar este inusitado suceso en la región
peninsular. Por allí leí que existen ciclos cuando se reproducen en mayor grado,
pero esto hay que verificarlo con la lupa de la ciencia.
Lo cierto es
que el insecto se ha convertido en un ícono de los campos peninsulares y su
canto se integra como parte de la cultura orejana. Al igual que la cancanela o
capisucia, el azulejo o la tortolita, entre otros seres alados. Muy llamativo
este acontecimiento que pone en evidencia la interacción entre el hombre y el
entorno natural, así como la necesidad de preservar los nichos ambientales que
compartimos.
Me quedo con el
canto de la cigarra en algún recodo del cerebro, adherido a las neuronas,
colgando de las dendritas, como suceso producto de la cultura de ser montaraz y
complacido de ser, también, parte de la creación.
…….mpr…
14/V/2024
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