17 marzo 2023

LA ZAFRA Y OTROS TÓPICOS PENINSULARES

 



Según la Real Academia Española (RAE) el vocablo zafra se refiere al período en el que se realiza la cosecha de la caña de azúcar. Sin embargo, por extensión también se usa para cultivos como el maíz, tomate y otros. Curioso, porque el término viene del árabe "safra" que significa viaje, ya que en España los trabajadores se trasladaban de distintos lugares para participar del cultivo de la caña de azúcar.

Acá, en la región peninsular, estamos en la zafra del maíz, si se me permite el uso de la palabra en este contexto. En nuestro caso arriban, mayoritariamente, los ngöbe, quienes terminan pasando el estío en la calurosa costa oriental. Y, dicho sea de paso, no en las mejores condiciones en su transitoria y estacional residencia.

En la región azuerense la zafra es la expresión de otro problema mayúsculo; porque el monocultivo del maíz ha terminado deforestando la región, problema ambiental al que se suman la ya indicada caña de azúcar, la ganadería extensiva y cultivos como el tomate. Y todo ello ha de lamentarse, porque la causa real de tal desatino no radica sólo en la ausencia de educación ambiental, sino en un modelo de desarrollo que empuja y atrapa al agricultor y ganadero en acciones depredadoras.

La zona también tiene otro tipo de zafra, representada en la sal que cuaja en las salinas. Pero en esta actividad, a diferencia de las otras, el jornalero casi siempre es el orejano, ya que cuenta con una experiencia que se remonta al arribo de los españoles; quienes transformaron la tecnología indígena, hecho del cual tenemos noticia. Así es, contamos con referencias sobre salinas desde el siglo XVI al XX.

El salinero de antaño era un experto del ritmo de las mareas y los ciclos de la Luna. Trabajo muy duro, el de la limpieza de los destajos, que antaño se realizaba a puro pulmón, hasta que el trabajador padeciera el famoso “clavo”, dolencia muscular que lo incapacitaba por varios días.

La zafra es un período de circulación de dinero, que coincide, igualmente, con el incremento de las fiestas, ya sean patronales o de san Bolsillo. Lo cual deja en evidencia que no se trata sólo de un período de recolección de productos, sino una actividad que está ligada a la dinámica agropecuaria en tiempos de verano peninsular.

Luego del transitorio auge estacional, la economía entra en un sopor desde el mes de mayo a finales de noviembre, en un ciclo que se repite año tras año y que parece no tener fin. Aunque ha de  advertirse que la economía peninsular coexiste con el flujo de dinero que proviene mayormente de las instituciones gubernamentales, sector en donde labora el resto de la población, porción que crece día a día mientras se reduce el área agropecuaria.

En la región, mientras surgen los centros comerciales, liderados por el capital asiático, el aporte del sector agropecuario es reducido. Tales empresas comerciales resultan llamativas en una zona en donde los centros de producción se reducen y tienden a desaparecer, mientras florece el sector servicio.

Con un panorama de tal jaez resulta claro que la zafra tradicional, tal y como la hemos conocido, está entrando en fase de declive y desaparición; lo que implica, como lo ilustra la de la caña de azúcar, que sólo se mantendrán aquellos cultivos que logren mecanizarse.

¿Qué se hará la mano de obra tradicional? Como quiera que no existe otra prometedora fuente de empleo, al parecer se repetirán los flujos migratorios que fueron tan característicos de mediado del siglo XX. Lo que demuestra que se ha acentuado la estructura agraria de expulsión, ya que las políticas de Estado, si es que alguna vez las hubo, no han logrado contener la emigración, con lo que ésta implica en el incremento de los problemas sociales.

Y, al mismo tiempo que la crisis se agudiza, los gobiernos de antaño y hogaño, amenazan con implementar proyectos demenciales, como la minería a cielo abierto – caso de cerro Quema-, que intenta apropiarse de recursos que no le pertenecen, profundizando la destrucción ambiental en la tierra de Ofelia Hooper Polo y Belisario Porras Barahona. Antes, el cultivo del grano precolombino era asunto del hombre peninsular y, ahora, la minería quiere emular la zafra de granos, pero con degradantes pepitas de oro cuya cosecha pasa a otras manos, mientras deja a su paso un reguero de destrucción.

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09 marzo 2023

CORALIA CORREA MALTEZ (1920-2023)

 



Ha fallecido Coralia Correa Maltez de Burgos, luego de un trajinar de más de una centuria. Muere en la Villa de Los Santos de sus amores, en su casa habitación de la intersección de la Calle Tomás Herrera y la Avenida Segundo de Villarreal. Forjó su familia con el también santeño José Encarnación Burgos, quien llegó a ejercer como gobernador de la provincia de Los Santos.
Nació el 30 de marzo de 1920 y se labró su porvenir desde sus estudios primarios en la Villa de Los Santos y luego como educadora graduada en la capital de la república. Ejerce como maestra en su pueblo natal para luego incursionar en otras labores que le reclamaba la nación y que eran propias de su inquieta existencia.
Admiré en ella su gusto por la vida. Esa manera de ser tan suya, alegre y con la capacidad de transmitir un mundo interior lleno de entusiasmo y jocosidad. Ella, con el mismo compromiso con que asistía al templo a San Atanasio, se desempeñaba como empresaria, o asumía el papel de política regional en los años cincuenta y sesenta de la pasada centuria, específicamente en el cuatrienio de 1956 y 1960. Es decir, fue diputada en la provincia de Los Santos por ocho años.
Cora, como le llamaban sus amigos, fue en muchos sentidos una mujer adelantada a su época. Poseída de sí misma -producto de una robusta autoestima- asume la diputación cuando las panameñas apenas soñaban con ello. Y lo hace bien, sabiendo cultivar relaciones personales en el campo y la ciudad. De ello soy testigo, porque mi tío Diomedes Pinzón Jaén formaba parte del grupo que desde Guararé le apoyaba en sus aspiraciones políticas.
El estilo de Coralia era inconfundible y no pocas anécdotas valiosas he escuchado sobre ella. Porque esos relatos sobre la vida de un personaje sólo aparecen cuando estamos ante la efigie de alguien especial. En mi familia no pocos comentarios he escuchado sobre ella, todos llenos de ingenio y de gracia. Ahora que ha fallecido algunos han acudido a mi mente por boca de mi suegra, Prudencia “Pura” Peralta, quien tenía lazos de parentesco con su querida comadre.
Lo cierto es que doña Coralia Correa Maltez se ha alejado de nosotros este lunes 6 de marzo, en el mismo mes en que nació, como si su natalicio fuera una premonición del mes de las mujeres. “Allí les envío a Cora”, habrá dicho el Altísimo como signo de lo que son capaces las espavé peninsulares.
Por eso celebro su vida proba y me detengo en el Parque Bolívar de la Villa de Los Santos y miro al templo santeño, orgulloso de haber conocido a personajes como esta fémina que nos regala su trayectoria de vida envuelta en una sonrisa.
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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 6 de marzo de 2023

09 febrero 2023

FARMACIA MARQUISA: 100 AÑOS Y UN ADIÓS

 



Otra empresa interiorana que desaparece. Esta vez se trata de la Farmacia MARQUISA, de la familia Márquez y Quintero. Gente emprendedora cuyos orígenes más inmediatos están en Pesé; la tierra de los Polo, Crespo, Ocaña, Arjona y otras distinguidas familias.

Don Bolívar Márquez Quintero (1883-1972), casado con doña Emma Quintero Rodríguez y propietario inicial del establecimiento, se estableció en Chitré en el año 1913. Aquí no sólo forjó familia, sino que, como farmacéutico egresado de universidad estadounidense, adquirió en la capital provincial herrerana la Farmacia Internacional, la que compró en 1917 a Carlos Calzadilla. Del inquieto coterráneo poseo dos tomos de “Una luz en las tinieblas”, uno publicado en 1960 y el otro en 1964.

Tal es, pues, el embrión de FARMACIA MARQUISA, institución comercial que cierra sus puertas luego de 106 años de labores. En efecto, hace poco acudí el establecimiento y me enteré que desaparecerá en el transcurso del mes de febrero de 2023. Y no es poco lo que la región pierde, tal y como pasó con las librerías El Buen Consejo y El Progreso, así como aconteció con la icónica ESTRELLA DE ORO, otro bastión del emprendimiento regional. E igualmente podríamos recordar las numerosas tiendas de pueblo y cines de antaño.

Podrán argumentar algunas personas que ello es inevitable, porque los tiempos cambian y la mundialización arrincona a nuestras empresas regionales, como también acaece con la casa de quincha, la transformación de vestidos, bailes, danzas y música folklórica. Y no es que no comprendamos el fenómeno económico y social llamado mundialización, sino que todas esas organizaciones, como en el caso de la Farmacia Marquisa, están enraizadas en nuestra cultura. No son una simple empresa, ellas representan el sueño de nuestros antepasados, la fe en nuestros destinos y el empeño exitoso de hacer una propuesta comercial desde nuestras raíces.

Creo que es titánico lo que inicialmente han realizado los Márquez y Quintero en la región y merecen todo el reconocimiento ciudadano; porque mantener por más de un siglo una farmacia, involucra la labor de varias generaciones, las que luego, como sabemos, han diversificado sus inversiones. Mi respeto para ellos, porque seguramente no ha sido fácil la decisión. Lo digo porque quizás habrán experimentado una congoja similar a la que viví al retirarme del establecimiento; porque MARQUISA de alguna manera formaba parte de nuestra familia peninsular e inevitablemente se vive ese luto regional por la desaparición de instituciones señeras.

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8/II/2023

 

 


30 enero 2023

Osorio Gil, Eliécer. 15 RELATOS PARA UN BUEN CAFÉ. Panamá: Editora Novo Art., 2022, 276 págs.




Libros, siempre libros, libros

Osorio Gil, Eliécer. 15 RELATOS PARA UN BUEN CAFÉ. Panamá: Editora Novo Art., 2022, 276 págs.

He leído con gran provecho el libro de cuentos de Eliécer Osorio Gil y me ha traído a la mente viejas lecturas, de las que florecieron en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, aquéllas que relataban estampas sobre las herreranas tierras ocueñas. Esa zona de los manitos a quienes debemos los istmeños partes de nuestra panameñidad.

Laten en ellas un sano orgullo de raigambre campesina, porque el autor se solaza relatando cuadros costumbristas y personajes populares. Lo disfruté, porque los llamados cuentos son más que cuentos, representan visiones sociológicas de la tierra de Ernesto de Jesús Castillero, porque agazapado en las descripciones descubrimos un mundo de relaciones sociales y de poder que aún subyace expresándose en formas más contemporáneas. Incluso del encuentro con otras culturas, como en el caso de la asiática que se expande por los campos desde mediados del siglo XIX y que ha tenido en los tiempos actuales un renovado impulso.

Encuentro un libro que quiere exponer cuentos, como queda dicho, pero que, a ratos, y solo por momentos, posee párrafos que parecen ensayos, aunque ello no debilitada la calidad de lo narrado. Debo decir que hay en el texto el embrión de una novela. Me luce que el autor podría ser novelista, lo que es evidente en la extensión de algunos relatos y en el manejo y descripciones de personajes.

Lo valioso del esfuerzo editorial de Osorio Gil radica en esa vuelta a la tierra de El Tijera, en relatos que son parecidos, pero no exactamente iguales a los escritores que le antecedieron, porque sabe imprimirle su sello personal y los cuentos no tienen esa carga de nostalgia de tiempos idos. O, mejor dicho, la posee en algún grado, pero sin que se convierta en cabanga literaria.

El texto es otra muestra de que la mundialización no ha logrado doblegar lo que somos, que insistimos por todos los medios (música, danzas, festivales y literatura) en la valoración de la cultura de la península de Cubitá. Por eso el libro es tan significativo y vale la pena leerlo, porque vuelve a decirnos, como ya lo hicieron otros autores del pasado, que la sociedad en que moramos tiene sus propios valores, los que constituyen su élan vital, y que no tenemos por qué ser la fotocopia cultural de otro.

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30/I/2023

 

 


17 enero 2023

LOS 100 AÑOS DE JACINTA ROSA ITURRALDE

 


En los años veinte del siglo vigésimo muchas cosas acontecen en Guararé. Sabemos que en ese momento ejerce como maestro de escuela primaria el educador Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate. Se construye la carretera de Porras y los barcos aún desempeñan un papel relevante en la comunicación marítima con la capital de la república; aunque años después el declive se acentúa y los navíos van desapareciendo como medio de transporte.

Los caminos que comunican con el puerto de Guararé bullen de carretas que transportan personas y mercancías. Precisamente, en la ruta de Las Tablas hacia la costa guarareña, algunas aldeas toman fuerza y crecen. Tales los casos de Bella Vista (entonces llamada El Potrero), La Pacheca y La Enea. En Bella Vista ya existen algunas casas diseminadas por la llanería y se ha configurado lo que después será la carretera central de Bella Vista, la misma que con posterioridad se denominará Avenida Alejandro Pinzón Jaén.

En la fecha nace en Guararé una niña que el cura Ubaldino Córdoba llamará Jacinta Rosa Iturrado. Las aguas bautismales las recibe el 28 de ese mismo mes de enero, aunque ella había nacido el 23 del primer mes del año. Del acontecimiento se deja constancia en el libro de nacimientos de la parroquia guarareña. Allí se lee en el registro de la página 5 y en la partida 1463:

“En la parroquia de Guararé, a veintiocho de enero de mil novecientos veintitrés, yo el Cura bauticé solemnemente una niña que nació el veintitrés del actual, hija natural de Catalina Iturrado, a quien puse por nombre Jacinta Rosa. Abuelos maternos Manuel Iturrado y Antonia Araba. Fueron padrinos Avelino Iturrado y Flora María Dorinda Iturrado, á quienes advertí sus obligaciones y parentesco.

Conste,

Ubaldino Córdoba

Pbro.”

En lo sucesivo y hasta su madurez la niña bautizada será más conocida como Rosa Iturralde y llegado el momento se une en matrimonio a Leandro Bravo Díaz, unión de la que nacieron cinco hijos: Leandro Bravo Iturralde, Gloria Mélida, Gloria Neris, Rebeca Rosa y Rosa Rebeca Bravo Iturralde.

De todo aquello ha pasado mucho tiempo y la señora Rosa cumplirá 100 años, ahora es centenaria y disfruta el cumplir el siglo de existencia. Y lo hace junto a otros coterráneos que en el poblado ya suman años y años, como el caso de Lidia Mendieta Nieto (1921), así como Dimas Díaz (1925) y su octogenario hermano -Idaldo Díaz (Dilde)- que a su edad aún maneja bicicleta. Muy llamativo, porque en un área geográfica de aproximadamente un kilómetro lineal viven varias personas de avanzada edad, lo que habla de la longevidad de la generación que comentamos.

En verdad es como para ponderar el aporte de Rosa y Leandro, al forjar una familia honrada y laboriosa. Sí, yo recuerdo a Rosa dinámica y hacendosa recorriendo el poblado, con esa chispa de mujer emprendedora que no se deja amilanar. Y, lo más hermoso, todo ello realizado en la forma responsable propia de los bellavisteños de los años cincuenta, sesenta y demás décadas hasta arribar a los años actuales cuando Rosa, al mirar a la familia, con sus 100 años, ha de sentir que valió la pena el esfuerzo de hacer y vivir la vida.

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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 14 de enero de 2023.


06 enero 2023

RUIDO, SUEÑO Y HEDONISMO

 

La nuestra es la época del ruido, de la contaminación acústica. Es tan desquiciante esta tendencia que termina por obnubilar el pensamiento. Ya casi no podemos escaparnos a ese escándalo auditivo, y lo más dramático es constatar que el ser humano se ha acostumbrado a ese mundo del sonido que aturrulla.

Los medios de comunicación tampoco ayudan. En las emisoras de radio, por ejemplo, algunos locutores no encuentran nada mejor que decir: “Y en la comunidad tal nos escucha fulano a todo volumen” Esta propensión al escándalo ha llegado a extremos inauditos, porque en las barriadas el vecino se empeña en imponer su mal gusto musical al resto del vecindario, como si todos estuvieran en la obligación de escuchar aquel concierto de pacotilla.

Se ha estudiado hasta el cansancio el efecto que el exceso de decibeles tiene en la conducta del ser humano y en la salud del bípedo peludo. Pero de poco sirve, porque el desquiciado personaje insiste en la contaminación de su propia vida.

Algo debe acontecerle al hombre moderno cuando le aterra el silencio. Es como si temiera la introversión, la mirada a su propio ser interior. El ruido parece ser un escape, un distractor que le aleja de las responsabilidades de su proyecto de vida, porque resulta odioso el reconocerse, el comprender el sendero que se viene transitando.

A la par del ruido está el sueño, esa tendencia a dormir en exceso, a caer en un sopor, porque la vida misma es un estorbo y se vino al mundo a disfrutar de la almohada y de la tropical hamaca. Con el ruido renunciamos a la introversión y con el sueño ponemos la existencia en pausa. En este último caso no se trata del reparador abrazo de Morfeo, tan necesario para la vida. Ya que no es lo mismo el uno que el otro. El dominante sueño moderno expresa cierto grado de patología social, la existencia de una sociedad que ha fallado en la socialización del individuo, forjando a un ser que no encuentra su proyecto de vida.

De todo lo dicho se colige una tercera propensión, el ansia excesiva de fiesta, porque con algo hay que llenar el vacío existencial. La fiesta, licores y drogas ponen en evidencia a la personalidad alienada, materialista, una que se expresa en el hedonismo, en la búsqueda del placer efímero y coyuntural, como en la contemporánea expresión del amor meramente carnal.

Ya se trate del ser que mora en la ciudad o en el campo la tendencia es la misma, sólo varía la forma, porque el fondo permanece intacto. En la ciudad se camufla bajo la modernidad mal comprendida y en el campo se cubre bajo el manto de las tradiciones, de un folclor que se ha vuelto enajenante. En este caso estamos ante dos expresiones de una misma realidad. El hombre light citadino y el hombre light provincial son los rostros de una problemática compleja que desvirtúa el sentido de la vida, haciéndola cada vez más deshumanizada, alienante y desprovista de la naturalidad que le debería distinguir y que le es consustancial.

El ruido, el sueño y el hedonismo son indicadores de males más profundos y estructurales. Hablan de la descomposición del sistema social y de cómo el ser colectivo vaga sin rumbo. Lamentablemente, el receptáculo de tal estado de cosas son los jóvenes, los que no encuentran líderes a quienes emular y se ven compelidos a buscarlos en las redes sociales, en los intérpretes de música morona, porque las instituciones sociales están en crisis y experimentan la misma modorra cultural. Sí, como en el caso de los centros educativos demasiado ocupados en organizar bandas musicales y desfile de reinas. Y si usted se pregunta hacia dónde vamos, la respuesta es evidente, la ruta conduce al despeñadero social y al reinado de la mediocridad, como ya resulta evidente.

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4/I/2023


 

 

 

 

 

 

 


16 diciembre 2022

OTRA VEZ LA VENTA DEL ISTMO

 

Porras fue claro al inicio del siglo XX, vaticinó lo que nos esperaba, la puesta en el mercado de la joven nación. Y nos tomó casi un siglo el liberarnos del enclave canalero. Pero aquella fue otra época, la de la patria boba que casi carecía de profesionales y que tenía que garantizar su separación de Colombia.

Más de un siglo después se repite la historia, esta vez con el enclave minero, sito al oeste del Canal de Panamá y con total desprecio para los que habitamos la tierra de Victoriano. Nada justifica semejante desatino, en un país que tendrá que soportar más de medio siglo de contaminación ambiental y saqueo disfrazado de acuerdo legal.

Lo más depravado es percatarse que los mismos gobiernos que han endeudada a Panamá hasta cifras impensables, ahora, como no saben qué hacer para pagar la irresponsable deuda en las que nos han sumido, entregan el país a los voraces intereses mineros. Y para justificar tal proceder recurren al chantaje emocional: algunas ganancias serán destinadas a la Caja de Seguro Social, otra institución que ha sido manejada como caja registradora y no precisamente para beneficio del asegurado.

Yo no quisiera estar en el pellejo de quienes intentan vender otra vez el Istmo, los que pretenden entregarlo por algunas monedas, en el viejo estilo del pasaje bíblico. Hasta el argumento económico no soporta el más mínimo análisis de la ciencia de Adam Smith, porque ni tan siquiera responden a una filosofía capitalista. Afirman que nos pagarán mucho más del 2%, hasta un probable 16% de la ganancia bruta. Dicho de otra manera, pasamos de recibir 2 centavos de cada balboa a 16 centavos. Lo que implica que en el primer caso ellos se quedaban con 98 centavos y en el segundo con 84 centavos. Y eso que nosotros somos los dueños.

El pago de impuestos es una obligación de toda empresa y los salarios que devengan los trabajadores no es un regalo de la minera, ya que tales emolumentos salen de la ganancia empresarial que se deriva de la extracción del mineral. Otro aspecto del que no se quiere hablar, porque no hay respuesta para semejante destrucción, es el relativo al entorno ambiental, en un país de dimensiones minúsculas y lluvias constantes en la cordillera. Diga lo que se diga y aunque pomposamente se afirme que existe responsabilidad ambiental, lo cierto es que esa área ha sido depredada y no podrá recuperarse.

Los defensores de la minería en Panamá olvidan la historia patria, o se hacen la que no la conocen, porque su proceder actual es la repetición de quinientos años de historia. Ellos son los amanuenses contemporáneos de un desatino de siglos, los representantes de las Ferias de Portobelo, los defensores de la zona de tránsito, aquellos que pregonan el Panamá fenicio y han sumido a las áreas interioranas en su rol periférico de folklore y carnaval.

Todos saben que el país gana más preservando el ambiente que destruyéndolo con minas a cielo abierto. Lo que acontece es que el cobre, el oro y otros minerales pesan más en el bolsillo, que la humanidad y los valores sociales. Los valores no se comen dirán los cínicos y hasta hay quien pregona, en el éxtasis del utilitarismo y pragmatismo, que la pobreza nacional no puede dormir sobre la riqueza mineral no explotada. Otros, gamonales políticos, están pendientes de los réditos del inmundo tajo y de tales personajes nada se puede esperar.

Claro que nos duele en lo más profundo de la panameñidad que repitamos la misma historia de rapiña, como si la república fuera propiedad privada que se ofrece al mejor postor. Sí, que sigamos siendo el “pro mundi beneficio” y que nunca falten los que miran en la coyuntura la oportunidad para hacerse ricos o incrementar la riqueza que ya poseen. Las baladíes excusas mineras abundan, mientras los valores son cada vez más escasos. El país no merece tanta miseria humana.

15/XII/2022

 


11 diciembre 2022

LA GENERACIÓN DEL 50

 

1. La nuestra es una generación que nació montada a caballo entre la herencia de la sociedad colonial y el empuje de la modernización del siglo XIX y primera mitad de la vigésima centuria. Cuando nacemos en los años cincuenta ya el porrismo ha construido la carretera – treinta años antes- y no queda casi nada de los barcos que comunicaban la península con los fondeaderos de botes de la ciudad de Panamá.

En la región santeña los centros educativos son pocos y en el horizonte se divisan las moles arquitectónicas de la Escuela Modelo Presidente Porras y la Juana Vernaza. Hay escuelas primarias pequeñas, pero al mismo tiempo tan grandes como la esperanza que se cifraba en la Escuela Secundaria de Las Tablas, erigida en la llanería que enfila hacia Las Cocobolas y vecina del estadio de béisbol

En la zona la vida intelectual comienza a florecer; el guarareño Manuel F. Zárate gana premios Miró y Sergio González Ruiz publica “Veintiséis Leyendas Panameñas” La austral Pedasí no es sólo la gaviota que se quedó dormida en la arena, allí Antonio Moscoso Barrera alumbrará – en los años sesenta- su “Buchí” y José del C. Saavedra Espino describirá desde Guararé el mundo campesino en “Alma de Azuero”. Hay literatura impregnada de ruralidad, porque esos somos, cultura orejana. Y tampoco falta en tales calendas el compadrazgo político, al estilo de los gamonales de la campiña santeña.

En el mundo musical en que se mora, arrecia la disputa entre el aristocrático violín y los fuelles del acordeón de Gelo, el mismo que heredará Dorindo. La lucha está en todos los frentes de la cultura y la sociedad; retrocede el campo y la racionalidad de la ciudad corroe la tradición. No se admite formalmente, pero los viejos sufren de cabanga mientras los jóvenes migran a la capital provincial y nacional.

Hay una nueva apuesta social, porque el mundo cambió, aunque no estamos seguros de hacia dónde vamos, porque el Canajagua sigue siendo “gigante y cautivo”.

2. Colegiales. En el colegio secundario es el primer día de clases. La mayoría no se conocen porque los estudiantes proceden de lugares disímiles; pequeños caseríos que van de Pedasí a Las Tablas, Guararé a La Villa y Macaracas a Tonosí. La muchachada no lo sabe, pero ellos son el muestrario de la diversidad santeña y sobre sus testas se escribirá otra historia. Algunos son más tímidos que otros, pero todos campesinos. Son inteligentes y tienen la mente abierta, porque todo es nuevo: el grupo, los profesores, el colegio mismo y su experiencia psicológica y social.

La vivencia en la biblioteca es también novedosa, como el dar educación física o pasar al laboratorio de biología o de educación para el hogar.

A puro pulmón, cada lunes, se canta el himno del colegio, musicalidad que va horadando en los pechos juveniles la conciencia de pertenencia al Caudillo, al Canajagua, al santeñismo:

“Se han abierto las puertas del templo

que dan paso a la luz del saber…”

La docencia impacta en la conciencia juvenil, los profesores lo son y lo parecen. Fondo y forma. En el Aula Máxima hay silencio, los educandos están formados en filas mientras el director diserta. Allí, en ese recinto, se hace de todo: recitales, obras de teatro, concursos y graduaciones. Se aprende a soñar, a descubrir que el mundo es más grande que la fiesta de toros y la perdiz montaraz.

En aquella época todos los caminos conducen al colegio. Y se arriba a él por los medios más dispares: a pie, en bicicleta, en automóvil o en las chivas. Algunas tan populares como la que procede de Santo Domingo y que conduce “Chinda” (Gumercinda Solís), una fémina que se anticipa a su época. Mientras, la de “Chago Mima” (Santiago Reyes) llega repleta de guarareños, sentados unos frente a otros o colocados en improvisados asientos en el centro del trasporte colectivo.

Termina el tercer año y los caminos se bifurcan, algunos serán letra, comercio y otros ciencia, pero poco importa, porque la amistad está fraguada y los acompañará el resto de sus vidas.

El segundo ciclo pasará rápido, como la adolescencia. A estas alturas todos se sienten manuelistas y un buen día es diciembre. Hay brisa veraniega, aires de Navidad y el Año Nuevo está próximo. Ese día, en la ceremonia de graduación, los llaman uno a uno, y se suben al estrado a recibir el certificado de terminación de educación secundaria.

De vuelta a casa se siente el vacío, hay congoja interior que no es navideña, porque algo de sus vidas se quedó en el colegio, en las aulas, junto al asta de la bandera. Nunca les será indiferente ese edificio escolar, que siempre albergará los ecos de los graduandos de 1972.

3. Misión cumplida. Detuve el auto frente al alma mater y leí sobre la pared: Colegio Manuel María Tejada Roca. Saqué fuerzas de la debilidad que acarrean los años y me cuadré ante el edificio. Busqué el pino que ya no existe y recordé aquella publicación, medio siglo atrás, en el anuario Lumen: Musa Estudiantil, que era más emoción que poema:

“Por todo aquello, amigo mío, dime: ¿tú que sientes”

Pasado medio siglo el grupo ha cumplido. Ha sido fiel a las esperanzas fincadas en ellos. Creció la familia y algunos ya son abuelos y pintan canas, pero el colegio continúa allí, inamovible, retador, como ese día del encuentro en aquel primer año de experiencias juveniles. Y allá en lo profundo del cerebro, en algún recodo neuronal sigue vigente la campesina promesa de siempre: la inteligencia que calza cutarras.

Milcíades Pinzón Rodríguez.

En la tienda de Mercedes y Alejandro, Bella Vista de Guararé, a 11 de diciembre de 2022.

 

 

 

 

 

 

 


23 noviembre 2022

HERMOSO, EN VERDAD, ¡QUÉ HERMOSO!


 

A diario reviso las redes sociales e invariablemente me encuentro con hermosas mujeres y varoniles caballeros que conmemoran su cumpleaños colgando en la red llamativas fotografías. En ellas aparecen ataviados con modernos vestidos o tradicionales polleras y camisillas. Los miro y sonrío, además de disfrutar el encanto de verlos gozosos de su vida proba. Están allí, alegres e intentando sacar su mejor pose, de alguna manera modelando para que otros disfrutemos la imagen de lo que son o intentan plasmar.

Y lo llamativo no estriba solo en ello, sino en los parajes que seleccionan: junto al mar rumoroso, el viejo tronco seco, la alameda verde, la añeja casa de quincha, el corral del abuelo y tantas otras estampas que hablan de identidad. Sí, porque la fotografía es arte, pero también un recorte en el tiempo, la petrificación de la época que nos ha tocado vivir.

Yo no sé a dónde irán a parar los cientos, miles o millones de imágenes fotográficas que pueblan las redes sociales y, en vedad, tampoco interesa. Sólo sé que mi gente ha encontrado un camino para mostrarse al mundo en una entrega gratuita nacida desde nuestra cultura de raigambre campesina. Hay orgullo sano en ello, más allá de la pequeña dosis de hedonismo, por demás normal y comprensible, desde los tiempos en el que el primer homínido se miró asombrado en el espejo de la corriente del río.

En el fondo la cultura nuestra sale de los rincones, de la actitud de erizo espinoso con que reaccionó en el siglo XX. Sin miedo a la tecnología se suma a ella, la hace suya en la fotografía, y devuelve al observador la imagen de lo cotidiano. En el fondo hay el deseo de que lo nuestro no muera, desaparezca o claudique; porque no es la simple estampa de la persona, sino la cultura orejana en el ciberespacio, la adaptación contemporánea para no quedarse en el ayer.

Miro a mis paisanos en la nube y pienso en el Festival de La Mejorana, La Pollera o El Manito. Nuestros muchachos son herederos de ese mundo del ayer, aquel que mostraba la cultura en una carreta, porque el transporte tirado por bueyes era la imagen de lo factible, la fotografía viva de lo que éramos. La juventud, de alguna manera, se ha liberado de ese yugo de antaño, para colgar en Facebook o Instagram su orgullo contemporáneo.

Bien sé que vivimos, como siempre, en transición cultural. Y al ver los comentarios y el “me gusta” no dejo de repetir mentalmente, como en un rondó musical, hermoso, en verdad, ¡qué hermoso!

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19/IV/2022

 

 

 


19 noviembre 2022

EL HABLA DEL OREJANO

 


Sobre la forma de hablar del hombre que habita la zona hay mucha tela que cortar, desde el dejo al hacerlo, hasta el uso de vocablos. Sin embargo, lo que ahora interesa es comentar, muy brevemente, las peculiaridades históricas. Y al respecto la referencia más temprana corresponde a lo escrito en el año 1881 por el doctor Belisario Porras Barahona, en su opúsculo El Orejano, publicado el año siguiente en el Papel Periódico Ilustrado de la capital colombiana. Así describe Porras el habla peninsular. Dice del orejano que:

“…aunque mora en costas, en toda la extensión del terreno comprendido en el Istmo de las montañas al mar; pues es más suave y dulce su lenguaje que el del habitante de la ciudad de Panamá, Colón, Chagres y Portobelo. El dice, dice, por ejemplo, de una vaca que es jorra o ajorra, por ahorra; y que es de jarina el pan, y que no hay igualda en el gobierno, y que es bueno comel cuando se tiene jambre; pero no dice Manuer es un negrito bozaa. El orejano usa de la “s”, ya se halle esta en final ó en principio de dicción; y a diferencia del mulato, cambia la “r” en “l” para hacer más suave la pronunciación.

Sorpréndese uno al encontrar en el lenguaje del orejano voces metafóricas de una lógica irrecusable. Así, por ejemplo, la acción de adulterio la expresa el con el verbo quemar, y dice: fulanita ha quemado a su marido. La pena que sufre por amores, es cabanga, palabra que en el Istmo indica un dulce agradabilísimo, pero indigesto”.

Mire usted que hemos cambiado poco, porque luego de más de una centuria del opúsculo del tableño, aún se escucha por allí: jambre (hambre), tajona (tahona), jijo (hijo), jullil (huir), jediondo (hediondo), jarina (harina), jocico (hocico) y muchas otras. Y lo más interesante no es solo la forma de hablar y el acento peculiar, sino la existencia de arcaísmos, vocablos en desuso, que se constituyen en valiosas herramientas que reflejan los contactos entre culturas, préstamos que pueden ser rastreados analizando el vocabulario regional, como en los casos de lo indígena, hispánico, negroide, hebreo y mozárabe.

¡En verdad que somos peculiares! Y lo afirmo alejado de regionalismos intrascendentes, aunque orgulloso del idioma del Manco de Lepanto, porque la región peninsular es un impresionante laboratorio sociológico que aún espera la luz poderosa de la inteligencia que le estudie y le ame.

12/VII/2022

 

 


10 noviembre 2022

¡AH!, RUFINA, RUFINA


 

El personaje de Rufina Alfaro, mito o leyenda sigue concitando la atención de historiadores, sociólogos, abogados y demás especialistas. Y en noviembre vuelve a renacer, para promover, desde la polémica su vigencia nacional. Es un fenómeno social digno de estudio más allá de la prueba fáctica que reclaman algunos estudiosos nacionales. Llama la atención el fervor nacional que despierta su figura legendaria. Su nombre está por todas partes: corregimientos, salas de baile, cantinas, grupos folklóricos o que pretenden serlo, transportes colectivos y un largo etcétera.

Algunos analistas dicen que Rufina es un inventó de Ernesto J. Castillero Reyes, pero tampoco aportan la prueba fáctica que ellos reclaman desde miradores pretendidamente objetivos y científicos. Otros afirman que es la fotocopia de Policarpa Salavarrieta (1795-1817), La Pola, la heroína colombiana, pero todo ello se sustenta en el limbo o en la opinión antojadiza de los que ofician de verdugos de la santeña.

Hasta ahora Rufina Alfaro no puede ser catalogada como un personaje histórico, es cierto, pero ello no parece importarle a la base social que le venera como parte del calendario histórico de la nacionalidad. Y llama la atención que en un país en el que solemos entrarles a hachazos a nuestros símbolos, no reparemos en el daño que podemos infringirle a nuestro maltrecho ideario nacional plagado de leyendas negras y rosas, realidad compleja que queremos reducir a enfoques de imperios, clases sociales, sin duda valiosos, pero que descuidan el papel del empuje humano más allá de los llamados factores estructurales.

No es mera casualidad que durante el mes de noviembre aparezca la mujer de La Peña al lado de hombres de carne y hueso cuyas actas de nacimiento están registradas en los archivos parroquiales, y hasta tiene el atrevimiento de ser más protagónica que ellos. Y este es otro reclamo para Rufina, que osa desplazar a personajes de los grupos dominantes, los mismos que son acusados de defender intereses comerciales, agrarios y mercuriales, como si ellos no tuviesen, también, el derecho a ser parte de la conjura independentista.

Pienso que todo este debate -si existió o no Rufina Alfaro- es producto de una visión cartesiana del mundo, como si la creación humana únicamente pudiera mirarse con anteojeras de la objetividad científica. Olvidamos que la sociedad y su cultura son hechuras de hombres y no de dioses. Las sociedades no viven solo del fruto de la ciencia y de una racionalidad que queremos imponer, desconociendo lo poco que seríamos sin arte, poesía y mitologías populares.

Rufina siempre me ha parecido un personaje sugestivo, asumido por amplios sectores de la población como la encarnación de la libertad y la rebeldía; existe, ahora sí, una complicidad que no para mientes en argumentos del tipo que pregunta en dónde se encuentra el acta de bautismo. Siempre he creído en el derecho de nuestra gente a tener su héroes -ficticios o reales-, a soñar con una figura que sea el reflejo de su participación en las luchas libertarias. Algo así como la revancha por su casi nula mención popular en los documentos que sustentan el 10 de noviembre de 1821. Ella parece ser el emblema de la masa silente, con el añadido de que es una representación femenina en una época – siglo XIX- en donde se les niega a las féminas la mención como agente social.

El simbolismo de Rufina Alfaro es impactante, porque su figura se ha enraizado en el Grito Santeño, al punto que muchos próceres son menos conocidos que ella, como queda dicho. Y esta es una debilidad que ha de ser corregida, pero no al extremo de destruir la leyenda o el mito. Porque mientras no encontremos vestigios de su vida terrenal, nada sacamos peleándonos con el personaje que ha contribuido a darnos identidad y orgullo patrio.

Yo no sé lo que otros pensarán, pero para mí Rufina continuará siendo la encarnación de mi pueblo, la imagen venerada del hombre irredento de los campos interioranos.

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08 noviembre 2022

GUARARÉ Y EL 10 DE NOVIEMBRE DE 1903

 


El 10 de noviembre de 1903 se constituye, por derecho propio, en otro hito memorable del calendario histórico de los guarareños. En efecto, hace más de un siglo la generación que había nacido en la segunda mitad del siglo XIX, y aún antes, se reunieron en cabildo abierto convocado por las autoridades de aquella época para escuchar y hacerse protagonista de un acto en el que trazaron sus derroteros y los de las generaciones venideras. De común acuerdo optaron por un sistema republicano, independiente y democrático, y se adhirieron al movimiento que, en la ciudad de Panamá, buscaban separar al Istmo de la República de Colombia.

Aquel suceso histórico no deja de ser un acto corajudo, porque apenas habían transcurrido siete días de otro similar realizado en la ciudad de Panamá. Por aquellas calendas recién habían cesado los tambores de guerra entre liberales y conservadores, un niño llamado Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate cumple cuatro años y la maestra Juana Vernaza prepara sus bártulos para impartir clases en la Escuela de Niñas. En Guararé no había parque central, aunque existía la plaza que en los años veinte, al ser transformada en parque público, se llamará Bibiana Pérez Gutiérrez. Por su parte, ya está en Guararé el cura Ubaldino Córdoba López, presbítero que acompañará la grey católica hasta bien entrada la primera mitad del siglo XX.

El 10 de noviembre, un pueblo apacible y digno, otra vez levanta la voz para ratificar en el mismo día y mes, aunque ochenta y dos años después, el derecho a la autodeterminación reclamado por la Villa de Los Santos en el siglo XIX, aunque en Guararé se realiza bajo otras circunstancias, año y siglo. El acta encontrada en los archivos nacionales y replicada en la Gaceta Oficial # 1, Año 1, Serie 1, #15 del 25 de enero de 1904, así lo confirma.

Este jalón libertario rubrica que la adhesión guarareña es un acto en firme, respaldado con documentación existente, lo que confiere al evento una validez que no puede ser negada. Es más, la pulcra redacción del acta de adhesión demuestra que el evento de adhesión se realizó con amplia participación ciudadana.

Lo que el documento evidencia es el respaldo popular a un cabildo abierto sumamente representativo. Basta con ver los apellidos para percatarse que el llamado no procede de un grupo de poder excluyente y con ínfulas de grandeza. Son centenares los firmantes que allí aparecen, y como no podía ser de otra manera, en aquellos tiempos la rúbrica corresponde a varones que en su mayoría son cabezas de familia. El campo y el emplazamiento urbano se dan en este caso un abrazo de patria.

Habría que realizar un estudio más exhaustivo, pero todo apunta a confirmar que asistieron guarareños que moraban desde las zonas aledañas al Canajagua, hasta habitantes de la costa, las marismas y las riberas del río guarareño, morando a uno y otro lado de esta corriente acuosa con nombre de cacique indígena.

El distrito de Guararé inicia el siglo XX con paso firme, lo que demuestra el proceso de maduración de sus habitantes, confirma los vínculos que por la vía del puerto o ría se tiene con la capital de la república, porque Porras aún no ha construido la carretera, ni la población cuenta con un edificio escolar que tendrá que esperar hasta la década del treinta. Mientras tanto la generación de inicios del siglo XX recibe sus nociones básicas en escuelas para párvulos en casas separadas, para niñas y varones.

Lo hermoso de la adhesión guarareña radica en percatarse que en el acta de adhesión no hay asomo de conflicto, ni de batallones dispuestos a ofrendar sus vidas. Lo de Guararé es compromiso, acompañamiento y reflexión, así como profunda es la fe en los destinos nacionales. No es este un suceso que pueda ser catalogado de grito, hay sí, patriotismo y redacción mesurada, alejada de ditirambos innecesarios, acaso porque los firmantes han vivido en carne propia las secuelas de la Guerra de Los Mil Días y encuentran un país casi sumido en las ruinas.

En 1903 estamos ante el inicio de una nueva época, en una centuria que se mira en lontananza con esperanza, porque los niños de entonces serán el relevo generacional que les tocará vivir parte de las promesas que implica el 10 de noviembre de 1903, el suceso histórico que abre para ellos un pimpollo en flor.

Corresponde a los guarareños ser fiel a ese llamado libertario, valorar la gesta en su pleno significado, realizar la lectura correcta de su misión trascendente, para que la fecha no quede presa de la celebración y sea también calidad de vida, inteligencia libertaria y deseos de edificar una sociedad que valora sus expresiones vernáculas, pero que es capaz de morar en un mundo en constante transformación.

A la altura del camino en que se encuentra transitando el guarareñismo, la existencia comprobada de la adhesión de Guararé al movimiento que hace posible la separación de Panamá de Colombia, sin duda es motivo de regocijo y complacencia, pero también implica un desafío inmenso para quienes crecimos a la sombra de la Escuela Juana Vernaza, valoramos el zaratismo y hemos hecho del culto a las tradiciones una manera de ser.

El 10 de noviembre de 1903 es compromiso puro, la certeza de una vida proba, la inteligencia alumbrando los recodos del camino y el convencimiento de que nos esperan grandes realizaciones. Que la virgen de Las Mercedes ilumine nuestro sendero y nos permita continuar conmemorando esta trascendente fecha histórica, al mismo tiempo que los frutos del desarrollo invaden nuestros campos y pueblos, mientras se escucha en la distancia el liberador sonido de la mejorana.

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7/XI/2022

 

 

 

 

 

 


04 noviembre 2022

LA MONA: EL TROMPO CAMPESINO

 


Entre los juegos de antaño está el relacionado con la ejecución de los trompos. En nuestro caso los llamados “mona”, confeccionados artesanalmente con ramas de diversos tipos de árboles, desde guácimos, pasando por otras maderas de mayor resistencia y durabilidad. Los más frágiles y vulnerables se hacían con la guayaba verde, los que tenían una vida fugaz.

Eran todo un arte aquellos trompos campesinos, que podían tener un clavo sencillo o tremenda lezna de unas cuatro pulgadas, lo que suponía un cuerpo mayor. Estos últimos eran propios para jugar al “machaco”, contienda en la que uno de los contendientes tenía que ponerle “servidas” al otro y así alternativamente hasta la posible destrucción del otro a punta de clavazos. Esta modalidad de juego era temida porque implicaba la desaparición del juguete campesino construido de madera.

Lo anterior explica que los trompos que se vendían en tienda no gozaran del aprecio de la chiquillería, como también acontecía con las cometas industriales que nunca lograban tener el garbo y elegancia del papalote artesanal, con su rabo largo y volar sereno.

La mayor gloria del juvenil dueño era la mona que bailara serena y que se lograra coger en la mano, incluso, ¡oh proeza!, atrapada en el aire, para verla bailar en la palma de la mano. Por este motivo era un poco burlón la existencia de la “mona racha”, aquella que no lograba hacerlo y que se bamboleaba, saltando como si le picaran las candelillas.

En otras ocasiones la mona zumbaba por el aire cuando un adulto, en complicidad con la mona que él también tuvo en su infancia, trazaba sobre la tierra un círculo y colocaba en el centro una moneda de diez o veinticinco centavos, para que los participantes la sacaran a punta de lances. Con la única condición de que, si la mona quedada dentro del círculo, le pertenecía. ¡Qué emoción aquella de querer la moneda, mientras se temía perder la mona!

Tiempos idos, sin duda, porque muchos de estos juegos y juguetes han quedado en el olvido, como cosas de viejos y expresiones folklóricas que ni tan siquiera despiertan curiosidad en una juventud subyugada con artilugios electrónicos, influjo de otras culturas y olvidadiza de sus raíces. Sin embargo, y pese a todo, de vez en cuando vuelve a aparecer la mona, el trompo de nuestra gente, y baila en los parques ante el asombro de todos.

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3/IX/2022

 

 


06 octubre 2022

 

CENTENARIO DE LA SEÑORA LIDIA MENDIETA NIETO

 



 

El 16 de octubre se cumple el primer centenario del natalicio de Lidia Mendieta Nieto, nacida en La Guaca, pero residente en Bella Vista, comunidades del distrito guarareño. Ella integra el grupo de matronas que contribuyeron al desarrollo del villorrio conocido como El Potrero y que luego mudó su nombre hacia el ya apuntado, Bella Vista de Guararé. Fue parte integrante de mujeres que, como su hermana Paula Mendieta Nieto y mi madre, Mercedes Rodríguez Villarreal, terminaron fundando hogares con hombres bellavisteños.

En el archivo parroquial del templo a la Virgen de Las Mercedes el cura Ubaldino Córdoba registró su nacimiento en la partida 1421. Afirma:

“En la parroquia de Guararé á diecinueve de Noviembre de mil novecientos veintidós, yo el Cura bauticé solemnemente una niña que nació el dieciséis de octubre último, hija de Emilia Nieto á quien puse por nombre Lidia. Abuelos maternos Santiago Nieto y Águeda Muñoz. Fueron padrinos Dolores Zarzavilla y Aleja Saavedra á quienes advertí sus obligaciones y parentesco”

Ella casó con Pastor Vásquez y la pareja aportó a la comunidad una prole numerosa: Olga, Oreida, Orlando, Otilia, Osvaldo, Omiceida, Oreste, Oderay y Onilda. Se trasladó al poblado con su esposo en el año 1940, joven, con apenas 17 años. En la constancia parroquial del matrimonio eclesiástico se ofrecen detalles de los contrayentes a quienes une en el sagrado vínculo el sacerdote Ubaldino Córdoba, el mismo que la había bautizado casi dos décadas atrás. Así lo confirma el presbítero:

“En la parroquia de Guararé, á ocho de Mayo de mil novecientos cuarenta, se presentaron ante mí con el objeto de practicar información canónica para contraer matrimonio los señores Pastor Vásquez y Lidia Mendieta, el primero es hijo natural de José Vergara y Práxedes Vásquez, de veintiocho años de edad, y la segunda es hija natural de Manuel Mendieta y Emilia Nieto de diecisiete años, ambos pretendientes son solteros, católicos naturales y vecinos de esta parroquia y saben  los principales rudimentos de la doctrina cristiana. Como testigos presentaron á los señores Domingo Espino y Augusto Pérez, mayores de edad, naturales y vecinos de esta parroquia y sin generales de derecho, quienes bajo la gravedad del juramento declararon que los conocen de vista, trato y comunicación, que son solteros naturales y vecinos de esta parroquia, y que no tienen ningún impedimento, lo que consta también de la exposición reservada de los pretendientes, para constancia firman todos conmigo”

De aquellas nupcias han transcurrido ochenta y dos años, y aún los descendientes Vásquez Mendieta reciben la gracia divina de poder encender la velita número cien de la vida terrena de la señora Lidia, conmemorando su centenario. Yo que tengo la dicha de conocerla y de valorar la seriedad del matrimonio que forjó, visto a través de la vida proba de sus hijos, me regocijo de poder escribir esta cuartilla para una mujer que representa, en mi pueblo natal, el valor de la virtud, la responsabilidad y la maternidad bien entendida.

 

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En las faldas de cerro El Barco, Villa de Los Santos, a 5 de octubre de 2022.


03 octubre 2022

YA PASÓ EL FESTIVAL NACIONAL DE LA MEJORANA…

 


Ya pasó el Festival Nacional de La Mejorana, y ahora qué, me pregunto. Lo más fácil es esperar a que llegue el otro certamen, cargado de danzas, fondas, reinas, estrados, acordeones, carretas, mejoranas y demás expresiones de la cultura vernácula. Sin embargo, para quienes miran más allá del horizonte común, la temática se torna preocupante, valorando los indicadores socioculturales en una época preñada de cambios sociales. Ya en los años sesenta Dora y Manuel reflexionaban sobre la adulteración del folklore, con lo cual hacían referencia al encuentro entre culturas y la pérdida de la identidad.

Transcurridos siete décadas de aquellas meditaciones, la sociedad y la cultura de antaño supera con creces lo que ellos vivieron, particularmente Manuel Fernando de Las Mercedes Zárate, fallecido en 1969; porque las transformaciones sociales han impactado hasta el tuétano al hombre folk, al campesinado de los pueblos y campos interioranos. Encontrar un ente folk, tal y como los esposos Zárate lo vivieron, es tarea casi imposible. Lo que implica no sólo la inexistencia del escurridizo ser cultural, sino la necesidad de otra concepción teórica del folklore como ciencia.

El Festival Nacional de la Mejorana se enfrenta a un gran desafío. A saber, la destrucción de la base campesina de donde procede, la comercialización de las manifestaciones folklóricas, en una nueva sociedad que se rige por las reglas del mercado. Por este motivo hay que encontrar los elementos estructurales que subyacen en la organización del evento folklórico, si es que en realidad aspiramos a que la festividad se mantenga y pueda continuar con su rol de valoración cultural.

De lo dicho se colige que el nuevo festival no puede desconocer tales transformaciones, porque su futuro depende de que pueda adaptarse a tales cambios sin renunciar a su razón de ser. Es decir, mantener el fondo de la actividad, aunque la forma no sea exactamente igual a la de antaño.

Lo que ha de ocurrir con el festival ya no es sólo un tópico del patronato y del pueblo de Guararé, la temática se ha constituido en una asunto de Estado. Los gobiernos deben comprender que la preservación del Festival Nacional de La Mejorana es prioridad nacional, y no sólo por la temática financiera, sino por el mantenimiento autonómico del grupo que lo hace posible. La organización implementada en Guararé -el patronato- ha demostrado ser el medio adecuado para el fin deseado y eso no debe ser alterado.

Los elementos estructurales de la fiesta folklórica guarareña son el patronato, la reina, el desfile de carreta, el evento taurino, los concursos folklóricos, la actividad religiosa y las delegaciones que a ella concurren. Cada uno de ellos debe ser repensado, revisado los reglamentos existentes y analizados en función de las finanzas y la fiesta campesina. Esta reingeniería es necesaria y urgente, aunque teniendo siempre presente los objetivos que dieron orígen al festival, porque lo único a lo que no se puede renunciar en la fiesta guarareña es a la filosofía zaratista, la visión que en ninguna circunstancia debe dejar de guiar al más representativo de los festivales nacionales, al evento que es la cumbre y cita de la panameñidad.

30/IX/2022.